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La batalla por la sanidad en USA

No deja de ser  paradójica la circunstancia de que todos los países, incluidos los de la Unión Europea, parece que quieran emular a los Estados Unidos. Es incuestionable que este país destaca en determinados aspectos: la carrera espacial, el cine producido en Hollywood, su despliegue armamentístico, algunas universidades, la Coca-Cola.  Igualmente se daba por sentado que Europa y los Estados Unidos estaban convergiendo en un modelo único “occidental” de capitalismo, también llamado economía de mercado, y un sistema democrático con los Estados Unidos marcando la ruta. La americanización o la globalización, vocablos intercambiables y sinónimos, parecía inevitable. La realidad parece que va por otro lado.  La idea de que los Estados Unidos y Europa van en una misma línea evolutiva histórica, de manera que los europeos se verían inexorablemente abocados a copiar el modelo estadounidense tras un lógico retraso temporal, ya comienza a ser cuestionada. Hoy, los Estados Unidos están  atrapados en una situación mucho más grave, que la de Europa.

            Culturalmente los Estados Unidos tienen unas características muy marcadas. El mito de que todos pueden enriquecerse, aunque observando la existencia de las grandes diferencias socio-económicas, cuando menos debe ser puesto en tela de juicio. La creencia en un mundo mejor se está desvaneciendo, por lo que muchos estadounidenses buscan el refugio en la religión. Su afición por las armas y las prisiones (la Unión Europea tiene 87 presos por cada 100.000 habitantes: en USA son 685). Conviven a la vez  vallas publicitarias en las que aparece  “Ama a tu prójimo”, y tasas de asesinatos muy superiores a cualquier otro país europeo, así como la permanencia de la pena de muerte. Para Washington, a la hora de abordar los conflictos, la guerra en lugar de la diplomacia sigue siendo la primera opción- por ello se decidió atacar a Irak en 2003-. Para la mayoría de los pueblos civilizados-con las excepciones de algunos políticos como Blair y Aznar- es el último recurso.  En Europa la lección, tras las dos terribles guerras mundiales, ha sido aprendida e interiorizada.

            Por otra parte, los Estados Unidos tienen un enorme déficit social, si lo comparamos con Europa occidental. Aquí, a partir del final de la II Guerra Mundial  el Estado proporcionó un amplio tejido de prestaciones sociales: asistencia sanitaria universal, enseñanza obligatoria gratuita, pensiones para la jubilación, seguros de desempleo…  el llamado “Estado del Bienestar”, lo que suponía por primera vez en la historia que el Estado estaba al servicio del ciudadano y no a la inversa.  Este gran avance social no estuvo exento de costos, fue inevitable un sistema fiscal progresivo, pero en contrapartida supuso para los ciudadanos europeos una gran seguridad, y a la que no están dispuestos a renunciar, aunque también son conscientes de la necesidad de pagar impuestos para su financiación. Tengo la impresión de que muchos jóvenes europeos, al  haber nacido con estas prestaciones sociales ya implantadas, no las valoran en su justa medida. De la misma que llegaron podían perderse algún día, ya que no existe ninguna ley histórica que las garantice in saecula saeculorum.

En cambio, en los Estados Unidos la situación es muy diferente. Como indica Tony Judt aquí, según la OCDE, en el año 2.000 un empleado típico trabajaba 1.877 horas, en comparación con las 1.562 de un trabajador francés. Igualmente disfrutan de menos vacaciones que los europeos. Un sueco tiene más de 30 días de vacaciones pagadas al año, un estadounidense debe contentarse entre 4 y 10 días. En la Unión Europea se da un permiso parental por nacimiento o adopción de un niño, con sueldo pagado. En USA no se garantiza nada. Y lo que resulta más sangrante es que alrededor de 46 millones de estadounidenses no tienen cobertura sanitaria (de los países desarrollados, sólo Estados Unidos y Sudáfrica no tienen implantado el seguro universal sanitario) y muchos millones más pagan cantidades desorbitadas por una atención escasa, deficiente y que puede desaparecer si la enfermedad se prolonga en exceso. Otras muchas se ven cotidianamente obligadas a vender sus casas o a reducir su calidad de vida para pagar sus gastos médicos, o renuncian a ser atendidos si no es un caso de urgencia.  Hay casos en los que tienen que suspender los tratamientos contra el cáncer, por no poder pagarlos. Sólo los pobres y los ancianos están mínimamente protegidos por el Estado dentro de dos programas sanitarios (Medicaid y Medicare) que sirven para poco más que afrontar los casos de extrema necesidad. Esos dos programas están en manos de compañías privadas que pasan al Gobierno sumas abusivas por servicios deficientes. Para corregir esta situación dramática, sería explosiva en Europa,  está echando el resto el presidente Obama con su pretensión de alcanzar una reforma sanitaria que garantice una asistencia universal a todos los ciudadanos. Algo que intentaron ya hace casi un siglo Roosvelt y en 1993 los Clinton. "La reforma de nuestro sistema de salud ya no es sólo un imperativo moral, es un imperativo fiscal. Si queremos crear empleos y reconstruir nuestra economía, tenemos que atajar el desorbitado coste de la atención sanitaria este año, en esta Administración", acaba de declarar Obama.  Y no le falta razón. Según la OMS, los Estados Unidos es el primer país en gasto sanitario per cápita y aparece en el 37º puesto en cuanto a la calidad del servicio. Por ende, los estadounidenses viven menos que los europeos occidentales. Está en el 20ª lugar entre los países industriales en mortalidad infantil, una tasa que dobla a la de Suecia, más alta que la de Eslovenia, y supera por poco a la de Lituania.  "Los que se oponen a la reforma dirán cualquier cosa con tal de asustaros sobre lo mucho que costará pasar a la acción", sigue argumentando Obama a sus ciudadanos. De hecho, algunas de las organizaciones privadas que orquestan las protestas populares, como FreedomWorks, están financiadas por grandes empresas como la aseguradora MetLife o la tabaquera Philip Morris y por influyentes familias que apoyan la causa conservadora, como la del millonario Richard Mellon Scaife.

Obama ha defendido que su plan ofrecerá "seguridad" y "estabilidad" a los estadounidenses enfermos y "evitará que las compañías aseguradoras os retiren la cobertura si enfermáis demasiado. Os dará la seguridad de saber que si perdéis el trabajo, os mudáis o cambiáis de empleo tendréis la misma asistencia. Limitará la cantidad que vuestra compañía puede obligaros a pagar de vuestro bolsillo para costes médicos". Además, "cubrirá cuidados paliativos como revisiones o mamografías que salvan vidas y ahorran dinero".

 

La tarea de Obama va a ser complicada. La oposición le ha llegado desde la derecha dura republicana, e  incluso desde algún sector del partido demócrata, las farmacéuticas y las grandes compañías de seguros. Las acusaciones que han recibido el presidente y los demócratas han sido muy duras, acusándoles de que quieren implantar los comités de la muerte para financiar la eutanasia o de solicitar acceso indiscriminado del Gobierno a las cuentas corrientes de los ciudadanos. Como también "¡Con todo el dinero que va a costar esa reforma van a pagarle el seguro médico a todos los musulmanes!".  "No mataréis a niños con mis impuestos". Han aparecido carteles de Obama con un bigote al estilo de Adolf Hitler. Se le acusa de querer implantar el socialismo. Qué una parte importante de la sociedad norteamericana secunde esta campaña, para boicotear el que 46 millones de sus conciudadanos alcancen un seguro de enfermedad, podría resultar sorprendente desde el continente europeo, aunque no desde Norteamérica, ya que aquí todavía no ha calado la idea de que sólo el Estado es capaz de proporcionar con grandes dosis de equidad determinados servicios sociales a la ciudadanía

 

Cándido Marquesán Millán

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