Algunas reflexiones sobre el paro
Los españoles nos estamos viendo acosados desde hace unos meses por el problema del paro. Se ha convertido en el tema que más nos preocupa. Los diferentes medios de comunicación nos obsequian un día sí y otro también con noticias de la siguiente guisa: La crisis económica ha provocado que el paro registrado en los Servicios Públicos de Empleo se haya incrementado en 171.243 personas en noviembre, lo que situó el número total de desempleados en 2.989.269, la mayor cifra de parados desde febrero de 1996. La situación económica también afectó a la Seguridad Social, que registró en noviembre 197.087 afiliados menos, hasta situarse en 18.721.387 trabajadores, lo que supone la primera caída en un mes de noviembre desde 2001, según datos del Ministerio de Trabajo e Inmigración. En un año, el paro se ha incrementado en 894.796 personas. El vicepresidente del Gobierno, Pedro Solbes, admitió que si el año próximo la situación económica global empeora, "existe el riesgo de que el paro aumente algo más". Es como para ponerse a temblar. Parece como si los pilares de la civilización se vinieran abajo. No obstante, mi pretensión no es la de hablar de las causas que lo han propiciado. Ni tampoco de sus posibles soluciones, ya que si no saben encontrarlas sesudos economistas, mucho menos podría hacerlo este modesto escritor. Lo que si quiero es presentar algunas modestas reflexiones, que me surgen a vuela pluma, sobre algunas secuelas que se producen por la aparición del paro.
Que cerca de tres millones de españoles quieran trabajar y no puedan hacerlo no deja de ser lamentable, además de ser una prueba incuestionable de que en este sistema económico, presentado por algunos como insustituible panacea universal, algo funciona mal. Resulta profundamente enigmático y sorprendente que nuestra civilización no utilice y desperdicie todas sus capacidades, y en particular todo el esfuerzo humano disponible, para producir los medios de satisfacción, precisamente, cuando la inmensa mayoría de los seres humanos se encuentran por debajo de los niveles de vida que consideramos elementalmente deseables. Y en el caso de España podemos constatar fehacientemente esta circunstancia, ya que determinadas necesidades no están cubiertas o lo están de una manera deficiente: atención a las personas dependientes, sanitarias, educativas, medioambientales, o de acción social, realización de numerosas infraestructuras…
Una sociedad sana no debería permanecer impasible ante esta lacra. Lo curioso es que con relativa frecuencia, que no es el caso en el momento actual, los gobernantes, pueden llegar a considerar que la economía "va bien", aunque sean millones los ciudadanos que no tienen trabajo, como si el desempleo fuese tan sólo una circunstancia accidental, de segundo orden, una contingencia perfectamente soslayable y que prácticamente quedará resuelta dejando que los agentes económicos disfruten de la mayor libertad.
Todo ser humano tiene el derecho al trabajo, ya que éste le permite alcanzar una legítima independencia, así como el desarrollo de un proyecto vital. El trabajar es una dimensión insustituible de todo ser humano, por ello una de las peores fracturas que puede padecer, es el de quedarse sin trabajo. Tras el hecho de la carencia de trabajo hay un profundo drama humano, porque es la frustración de un deseo, la privación de un derecho y supone frecuentemente marginación social. Por ello, el parado sufre mucho, se convierte en un naufrago cuando no encuentra apoyo emocional y social en los demás, por lo que es imprescindible prestarle ayuda. Con el paro llega, muchas veces, la enfermedad física y psíquica. “El paro no es sólo un indicador socieconómico, es también un indicador de salud mental”, "en el parado aparece la desorientación, una tendencia a la incredulidad, ansiedad, temores e incluso violencia como respuesta por la frustración experimentada. A medida que la falta de trabajo se prolonga, se va apoderando del sujeto una sensación de un duelo irreparable y se van disipando las esperanzas de reorganización vital, lo que explicaría la incidencia de depresión entre los desempleados que no saben o no pueden reaccionar". subraya el catedrático de psiquiatría Francisco Alonso-Fernández, presidente de la Asociación Europea de Psiquiatría Biológica.
Mas este problema tiene otras aristas no menos lamentables. Puede parecer una simpleza, pero es imprescindible no olvidar algo tan elemental como el hecho de que el paro generalizado, lejos de ser un drama general, es la situación que mejor conviene a las empresas para lograr condiciones más favorables de contratación, salarios más bajos, menor capacidad reivindicativa de los trabajadores y mayor sometimiento y disciplina. El paro desmoviliza a los asalariados, los debilita en todos los sentidos y termina por provocar una condición general de sometimiento y miedo a la pérdida del puesto en quien lo tiene, o de aceptación de cualquier condición de trabajo en quien lo busca con necesidad, que permite a los empresarios imponer los términos más ajustados a sus intereses.
Es igualmente obvio que el desempleo no es el único problema laboral que hoy día se genera en nuestra economías, pues viene acompañado de una precarización progresiva de las condiciones de trabajo, de un volumen muy elevado de población que entra y sale de forma irregular del mercado de trabajo alterando de esta forma el flujo habitual de generación de población activa y, también de manera progresiva, incluso de una modificación en la propia consideración social del trabajo y del empleo.
Cándido Marquesán Millán
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