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Arde Grecia

                                  

Que Grecia, país miembro de la Unión Europea, esté ardiendo por los cuatro costados estos días debería servirnos de motivo de reflexión a los europeos, y especialmente a nuestros gobiernos. Semejante convulsión social parece que nos ha cogido a todos de sorpresa. La muerte, el sábado pasado 6 de diciembre,  del niño de 15 años, Andreas Grigoropoulos por una bala de un policía, fue la chispa que cayó sobre un barril de pólvora, listo para explotar. Los abogados de los policías acaban de informar que la bala asesina fue rebotada, lo que ha servido para acrecentar todavía más la protesta. Algunos no han querido ver más de allá, considerando que esta muerte ha sido el pretexto para que los movimientos anarquistas o antisistema se lanzaran a la calle de numerosas ciudades griegas a destrozar o incendiar tiendas, concesionarios de automóviles, bancos, comisarías, grandes almacenes. Los daños se valoran ya en 200 millones de euros. Ni el procesamiento de los agentes implicados en el lamentable tiroteo, ni las palabras a la nación del jefe del Gobierno pidiendo calma y lamentando lo ocurrido, han servido para aplacar los ánimos. La situación social se agrava cada vez más, sin que se pueda vislumbrar un final previsible.

Hoy, algunas ciudades están padeciendo lo más parecido a una auténtica guerrilla urbana, con barricadas, fuego y destrucción ante la que las autoridades se sienten impotentes. Manifestaciones en todo el país. Las instituciones educativas paralizadas. Y hasta una  huelga general convocada por los dos principales sindicatos.  Es claro que los movimientos anarquistas se sienten como pez en el agua en esta situación. Mas un movimiento de tal envergadura y calado debe tener unas causas profundas. Nada ocurre porque sí. Pero entrando más en detalle, la rebelión de estos días es fruto del descontento con el actual gobierno, minado desde hace tiempo por el clientelismo, la corrupción, el favoritismo. Tras año y pico el gobierno no sólo ha incumplido sus promesas, sino que se ha visto envuelto en variopintos escándalos de corrupción (relacionados con el fondo de las pensiones de los funcionarios estatales o con las propiedades inmobiliarias de la Iglesia Ortodoxa, entre otros).  Ya había dado prueba de su incapacidad en el momento de la ola de incendios que inflamó el Peloponeso y  el Ática en el verano de 2007. Entonces se trataba de un fenómeno en parte natural. El gobierno conservador de Costas Karamanlis, que se preparaba para enfrentarse con elecciones generales, se mostró muy pronto a anunciar millones de euros a favor de los siniestrados. Pasadas las elecciones, las víctimas no vieron nada. Más aquí el culpable no es sólo el gobierno. Esto no es una cuestión de partido político. El PASOK (socialista), que gobernó en los años 1980-1990, está aquejado de los mismos males que la derecha. No pudo, o no quiso, construir un Estado de derecho moderno. Las grandes familias - Karamanlis, Mitsotakis, Papandréu - que se suceden al poder desde décadas no han sabido estar a la altura de las circunstancias, y más que servir al Estado se sirven de el. A pesar de que puede decirse que en veinte años, el país se modernizó rápidamente, no consiguió  librarse de sus malas y arraigadas costumbres.

 

            Con esta clase política no resulta extraño que la sociedad griega esté harta. Y ha dicho basta. Los griegos siempre han sido rebeldes y viscerales, difíciles de dominar, como ya comprobaron los turcos durante las múltiples revueltas independentistas de la época otomana. Los jóvenes, y especialmente el mundo universitario, siempre se han cuestionado el poder establecido. A veces llevándolo hasta las últimas consecuencias, como sucedió en noviembre de 1973 en la Universidad Politécnica, durante el régimen de los coroneles. Aquí cuando hay protestas se hacen en serio. Y motivos no les faltan. En Grecia, en la última década el PIB por habitante creció a un ritmo superior al 4% anual, el paro bajó del 12% al 7,6% actual y la deuda pública se redujo de una manera importante. Pero la producción de riqueza no ha llegado de una manera equitativa a todos los sectores de la sociedad griega. Además  los precios han subido como un cohete en los últimos meses, así como el paro. El sistema financiero se ha visto golpeado por la crisis global con mucha más dureza que economías más sólidas. La gran perjudicada es la juventud griega, que sufre las tasas de desempleo más altas de la UE. En 2007, el paro juvenil alcanzaba el 22,9%. En Grecia no hay mileuristas, no llegan a tanto. Aquí se les llama Generación de los 700 euros.

 Un sistema universitario muy ineficiente. En 2007, la OCDE ya avisaba de la escasa competitividad de una universidad que no facilita la transición al mercado laboral y que produce cada año sólo dos licenciados por cada 100 jóvenes de 20 años, la mitad de la media de la OCDE. El gasto público del Estado en la universidad figura entre los más bajos de los países de esta organización. Mas también existen otros muchos perjudicados. Los asalariados de las empresas públicas son golpeados por las privatizaciones. Los funcionarios sufren los recortes presupuestarios. En cambio, las partidas destinadas a pensiones, sanidad y administración pública se sitúan entre las más elevadas en la UE, lo que configura un cuadro de la distribución de los recursos públicos poco favorable sobre todo a la juventud y la universidad.

 Con todo lo expuesto podemos ir entendiendo las causas de lo que está ocurriendo en Gracia. Los jóvenes son la punta de lanza del descontento social. Los que queman coches, lanzan cócteles molotov, se enfrentan con las fuerzas del orden son una minoría radical, sí, pero los que apoyan las protestas son, al menos entre los jóvenes, una amplia mayoría. Además de amplios sectores de la sociedad griega, que han dicho hasta aquí hemos llegado.

 

Cándido Marquesán Millán

 

 

 

 

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