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Entre todos la matamos y ella sola se murió

 

 

           

                       

 

 

Me resulta harto difícil encontrar algún adjetivo adecuado, para calificar la situación socio-laboral a la que hemos llegado, propiciada por la pasividad de las organizaciones políticas y sindicales, y la sociedad civil. Siempre se había pensado que una empresa era pujante, en función del número de trabajadores que tenía o de sus ventas con su lógica posibilidad de beneficios. Y por ende, estas circunstancias se reflejaban en su cotización de las acciones en bolsa. Hoy es todo lo contrario. Hace años estamos constatando lamentablemente que en bastantes empresas, cuantos más obreros mandan a la a calle, más suben sus cotizaciones en bolsa al día siguiente. Como también que otras cotizan más, no porque vendan mucho, sino por razones en numerosas ocasiones meramente  especulativas. Son las leyes del capitalismo. Y que nadie se atreva a cuestionarlas, porque de hacerlo será lanzado al Averno.

 

Hecha esta introducción, solo quiero referirme al factor trabajo, que me parece muy pertinente en estos momentos que se está produciendo un crecimiento del paro. Hace ya tiempo que todos nos hemos habituado con pasmosa facilidad a que en numerosas empresas, sobre todo en las multinacionales del sector servicios, haya cada vez menos trabajadores y menos atención para el consumidor. La causa de escribir estas líneas ha sido la de haberme visto poco ha inmerso en unos hechos, que paso a contar a continuación.

 

En una reciente visita a unos grandes almacenes, creo que de capital francés, a donde me había dirigido para comprar un frigorífico, ya que me había enterado de su buen precio a través de un folleto de propaganda, que probablemente algún estudiante o extranjero habrá depositado en el buzón de mi casa. Una vez dentro de la gran superficie comercial, voy directo al sector de electrodomésticos y encuentro fácilmente el producto deseado. No tengo ninguna duda, quiero comprarlo. Tengo la tarjeta de crédito preparada en ristre. Oteo el horizonte y no diviso ningún empleado. Espero un tiempo prudencial hasta que pueda divisar alguno. Transcurridos unos 5 minutos, consigo interceptar y hablar con uno, bastante joven, que iba aprisa y corriendo hablando por el teléfono móvil, y le pregunto con mucha amabilidad: ¿Me puede atender? A lo que me contesta que debo esperarme 20 minutos, ya que la persona encargada del departamento está disfrutando del descanso. Me quedo estupefacto. Después de preguntarle de nuevo,  se reafirma en lo ya dicho. Molesto me dirijo a un mostrador cercano, y la chica que lo atiende, me dice lo mismo con mucha amabilidad. Yendo a quejarme encolerizado hacia las oficinas centrales, me encuentro a otro empleado, que parecía un mando intermedio por su aspecto, y que iba hablando con otro móvil. Consigo  interceptarlo. A duras penas me escucha. Le expresó mi queja. Parece no creerse lo ocurrido. Se disculpa, y me dice que  en unos minutos  seré atendido. Nueva espera. Finalmente llega el mando intermedio. Y  aprisa y corriendo rellena una hoja para recoger el pedido. El pago, me dice, que lo haré a la recepción del artículo. No me atrevo a preguntarle por las instrucciones, porque sigue recibiendo llamadas.

 

 A continuación necesito aprovisionar mi coche de combustible, cada vez más barato, sobre todo en las grandes empresas multinacionales de hidrocarburos. Sería deseable que reflejaran en los surtidores con la misma prontitud las bajadas que las subidas de la cotización del  petróleo en los mercados internacionales.  Tengo que echarme yo mismo la gasolina, tras descolgar la manguera, que por cierto, sufre continuas interrupciones; y en una de ellas me mancho el pantalón, con el consiguiente olor a gasoil o gasolina. Después, tengo que ir, no tengo otra opción, como un cordero sumiso a la oficina a pagar al empleado, después de sufrir una larga espera en la fila. Me ha pasado por la cabeza el solicitar un descuento por mi trabajo y que le he ahorrado a la multinacional.  De verdad, me siento, yo por lo menos, especialmente maltratado y un tanto gilipollas.

 

Llego por fin a casa un tanto cariacontecido. Mas tengo que hacer una llamada telefónica a la compañía, no la nombro al ser todas iguales, ya que no me funciona bien la televisión por cable. Llamo a un número que me ha costado dios y ayuda encontrar en las papeles del contrato, y que además parece ser gratuito. Espero. Me contesta una voz atiplada: En estos momentos todos nuestros agentes están ocupados. En breves momentos le atenderemos. [SILENCIO]. De nuevo: Nuestros agentes siguen ocupados, no se retiren por favor.Diez minutos después, con la oreja empapada de sudor y con la cantinela de nuestros agentes están ocupados, desisto y cuelgo. Pasado un buen rato, armado de paciencia, vuelvo a llamar y otra voz no menos dulce, me contesta: “Bienvenido al servicio de atención preferente de X.  [SILENCIO].  Hola buenas tardes le atiende XXXX en qué puedo ayudarle.” Incrédulo y contento como chico con zapatos nuevos, digo por mis adentros:  Será posible. Lo he conseguido. OH DIOS OH DIOS existe y lo he encontrado … por fin existe y lo he encontrado. Todavía no recuperado de la fuerte emoción, contesto con candor: Hola buenas tardes quería poner una reclamación, ya que no recibo bien determinados canales. Una voz que sigue siendo muy bonita: Si por favor dígame el nombre y el CIF de la empresa. Contestó con rapidez: Me llamo fulano de tal y mi número de DNI es el 000000000. De nuevo: Disculpe ¿es usted un cliente residencial? Tras decir que sí:  Mire tiene que llamar al teléfono que le aparece en la factura, es el 902 465 317. De verdad, no puedo más. No sé qué hacer. Además, me llega el olor a gasolina.  ¿Busco la factura? Me digo por mis adentros: Tranquilidad y no perder la calma. Prefiero  ir a la nevera, coger una cerveza e irme al ordenador a escribir estas líneas un tanto deslavazadas. Es lo que hay. Entre todos la matamos y ella sola se murió.

 

 

 

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