Los políticos dan el tono a la sociedad, crean pautas de comportamiento y suscitan hábitos colectivos.
Cándido Marquesán Millán
Hace unos días hemos asistido a una acción lamentable de un alto personaje político, de la que como español siento profunda vergüenza. Me estoy refiriendo a la lideresa, que además de aparcar en un carril-bus, se enfrenta con la policía y en su fuga se lleva por delante una moto. Y no contenta con ello arremete contra los policías acusándoles de machistas, y les amenaza con llevarlos a los tribunales. No tenía intención de perder el tiempo escribiendo unas líneas sobre esta señora, pero al final voy a hacerlo, tras haber tenido una conversación con un antiguo compañero de estudios de la Facultad, el cual la defendía a capa y espada, transfiriendo toda la culpa a los policías. Y como el otros muchos. Alucinante. ¿En qué país vivimos? De verdad, he sentido un estado de gran perplejidad. ¡Vaya ejemplaridad pública por parte de alguien que ha desempeñado puestos tan importantes en el ámbito de la política!
Todos los cargos públicos me merecen todo el respeto, desde el concejal de un pequeño municipio al del presidente del Gobierno. Mas dicho esto, nuestra ínclita protagonista ha sido ministra de Educación, presidenta del Senado y de la Comunidad Autónoma de Madrid, además de estar al frente de la Ejecutiva del PP madrileño, por lo que su comportamiento por su popularidad es un referente para la ciudadanía. Como es conocido, esta señora ha tenido y tiene un blindaje mediático, como muy pocos políticos en nuestra democracia. Hiciera lo que hiciera, dijera lo que dijera, todos a defenderla y a reírle las gracias. ¿Cuánto poder tiene detrás?
El expresidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), Gerardo Díaz Ferrán la calificó de cojonuda. Yo solo quiero recordar, tenemos una memoria muy quebradiza, algunos de sus comportamientos. Llegó a la presidencia de la Comunidad Autónoma de Madrid, como consecuencia de que dos diputados socialistas Tamayo y Sáez decidieron no votar a Simancas. Eso trajo consigo la repetición de las elecciones, con el resultado conocido. No creo sea necesario haber estudiado en la Universidad de Harvard, para concluir que los dos diputados traidores se vendieron y que alguien los compró. Imaginen ustedes quién. ¿Cuántos intereses urbanísticos había detrás en la Comunidad de Madrid? Luego llegó el caso Gürtel, un auténtico albañal, y donde ha alcanzado una mayor extensión es el territorio madrileño. Es muy difícil conocer cuántos concejales, diputados, consejeros del PP madrileño se han visto inmersos en este sumidero de podredumbre.
¿Quién dirigía y dirige el PP madrileño? ¿Alguna responsabilidad tendrá quien sea su máximo dirigente? Pues, no, ninguna. Es más, he citado antes que esta señora tiene un blindaje mediático, por ello, no solo salió pura e inmaculada de tanta corrupción en su partido, sino que también al final la presentaron como el adalid de la anticorrupción. Manda huevos.
Luego los madrileños, cuanta más corrupción había en el PP popular, más la votaban. Manda huevos. Este caso es digno de estudio para la ciencia política. Muy enferma tiene que estar una sociedad cuando no castiga electoralmente estos comportamientos. Y luego, por el altercado actual, vemos cómo es, cómo actúa, cómo piensa esta señora. Es un claro ejemplo de prepotencia y de desprecio hacia la ciudadanía. ¿Cómo es posible que los madrileños la votasen tanto y tantas veces? De verdad ni lo entiendo ni lo podré entender. Mas tendrán poderosos motivos.
Quiero terminar estas líneas apelando al daño producido a la ética pública por los comportamientos de determinados políticos, como el que estamos comentando. Por ello recurro al extraordinario libro Ejemplaridad pública de Javier Gomá, que no le vendría mal que lo leyera nuestra ínclita lideresa. Ni que tampoco cursará la extinta asignatura de Educación para la Ciudadanía. Toda vida humana es un ejemplo y, por ello, sobre ella recae un imperativo de ejemplaridad: obra de tal manera que tu comportamiento sea imitable y generalizable en tu ámbito de influencia, generando en él un impacto civilizatorio. Este imperativo es muy importante en la actividad política, ya que el ejemplo de sus dirigentes sirve, si es positivo para cohesionar la sociedad, y si es negativo para disgregarla y atomizarla.
El espacio público está cimentado en la ejemplaridad. Podría decirse que la política es el arte de ejemplificar. Las instituciones públicas han sido conscientes o deberían serlo del efecto multiplicador para potenciar la convivencia de determinados modelos públicos. Los políticos, sus mismas personas y vidas, son, lo quieran o no, ejemplos de una gran influencia social. Como autores de las fuentes escritas de Derecho-a través de las leyes- tienen el monopolio estatal de la violencia legítima y ejercen un dominio muy amplio sobre nuestras libertades, derechos y patrimonio. Y como son muy importantes para nuestras vidas, atraen sobre ellos la atención de los gobernados y se convierten en personajes públicos. Sus actos no quedan reducidos al ámbito de su vida privada.
Merced a los medios de comunicación de masas se propicia el conocimiento de sus modos de vida y, por ende, la trascendencia de su ejemplo, que puede servir de paradigma moral para los ciudadanos. Como señala Gomá “Los políticos dan el tono a la sociedad, crean pautas de comportamiento y suscitan hábitos colectivos”. Por ello, pesa sobre ellos un plus de responsabilidad. A diferencia de los demás ciudadanos, que pueden hacer lícitamente todo aquello que esté prohibido por las leyes, a ellos se les exige que observen, respeten y que no contradigan un conjunto de valores estimados por la sociedad a la que dicen servir.
No es suficiente con que cumplan las leyes, han de ser ejemplares. Si los políticos lo fueran, serían necesarias muy pocas leyes, porque las mores cívicas que provendrían de su ejemplo, haría innecesaria la imposición por la fuerza de aquello que la mayoría de ciudadanos estarían haciendo ya con agrado. Saint-Just ante la Convención revolucionaria denunció “Se promulgan demasiadas leyes, se dan pocos ejemplos”, Circunstancia que no ha cambiado en la actualidad.
Con la democracia liberal, se acrecienta todavía más la necesidad de la ejemplaridad del profesional de la política. Además de responder ante la ley, es responsable ante quien le eligió. Frecuentemente, observamos que un político sin haber cometido nada ilícito se hace reprochable ante la ciudadanía, por lo que debe dimitir y se hace inelegible, al haber perdido la confianza de sus electores. Mas la confianza no se compra, no se impone: la confianza se inspira. Mas, ¿qué es una persona fiable? La confianza surge de una ejemplaridad personal, o lo que es lo mismo, la excelencia moral, el concepto de honestum. Cicerón en su tratado Sobre los deberes, nos lo define como un conjunto de cuatro virtudes: sabiduría, magnanimidad, justicia y decorum (esta última es la uniformidad de toda la vida y de cada uno de sus actos). Es evidente hoy que esta ciceroniana uniformidad de vida, incluyendo la rectitud en la vida privada, es determinante en la generación de confianza ciudadana hacia los políticos.
0 comentarios