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DE LA ÉTICA EN LA POLÍTICA

            La situación social, económica y política a la que estamos llegando en España es cada vez más irrespirable, provocada por la crisis económica más grave de los últimos 200 años, superando a la depresión de los años 30 del siglo pasado. Unos la llaman la Gran Depresión y otros “La Segunda Gran Contracción que ha padecido el sistema capitalista”. Sorprende esta situación, si tenemos en cuenta que conspicuos economistas nos dijeron que el capitalismo neoliberal nos iba a proporcionar un incremento permanente del bienestar, al desaparecer definitivamente las crisis. Conviene recordar que desde hace unos decenios  la economía ha estado basada y lo sigue estando, en la desregulación de los mercados, la especulación del sistema financiero, la sacralización de lo privado  en detrimento de lo público, la ilusión del crecimiento infinito, la búsqueda exclusivamente del beneficio material, el abandono de cualquier valor moral, la pasiva aceptación del incremento de las desigualdades, la subordinación indiscriminada de la política a la economía.  La situación actual la explica muy bien Jean Daniel  “Cuando la especulación conduce a considerar el dinero como un fin y no como un medio, en otras palabras, cuando el capital se "financiariza", la sociedad entera se transforma en una bolsa de valores que ya solo puede optar entre un individualismo cínico y un latrocinio organizado”.

Para corregir la crisis se han impuesto durísimas políticas de ajustes fiscales y para justificarlas, con la excusa del control del déficit público,  se emiten al unísono mensajes homogéneos desde las élites financieras, políticas y mediáticas sin posibilidad alguna de crítica. Si alguien tiene la osadía de discrepar se le acusa de irresponsable con el argumento “la crítica de estas medidas puede generar tensiones sociales, que desestabilizarán los mercados, aumentará la prima de riesgo y la deuda nos resultará más cara”. Por tanto,  a callar.  Mas no debemos confiarnos, como la voracidad de los mercados es insaciable, pasado un breve intervalo de tiempo vuelven a la carga con nuevos ajustes fiscales, que imposibilitan cualquier salida de la crisis. Lo acaba de explicar el jefe de la oposición griega, en relación al  segundo ajuste para su país “Me están pidiendo que apoye una medicina para alguien que se está muriendo por culpa de esa misma medicina”. El panorama que se vislumbra en el horizonte próximo es aterrador. De ahí que  se extienda cada vez más un sentimiento de miedo e inseguridad en nuestra sociedad como muy pocas veces en nuestra historia.

Para salir de este pozo negro hay que recuperar la esencia de la política. Hacen falta políticos “de verdad” con capacidad de liderar e ilusionar a un pueblo en aras de un proyecto colectivo, dedicados en cuerpo y alma  al servicio público, impregnados de un sentido profundo de justicia, rebeldes ante la expansión y crecimiento de las desigualdades, independientes de los poderes económicos, con coraje  para luchar ante las dificultades,  moralmente serios y ligeramente austeros. Y sobre todo con dotes ejemplarizantes desde un punto de vista ético.  Como señaló Albert Camus hace falta el redescubrimiento ético de la política: “No queremos política sin ética, porque sabemos que sólo la ética justifica la política”. En definitiva,  políticos de verdad, como los ha habido en otras épocas. Las dificultades a las que Franklin D. Roosevelt tuvo que enfrentarse en los años 30 en los Estados Unidos no eran menores que las actuales: muchos bancos en quiebra, los agricultores arruinados, cifras inmensas de parados y barrios de chabolas “hoovervilles” en muchas ciudades. No obstante,  se puso a trabajar desde el primer día, tratando de inyectar ilusión  a su pueblo, animándole en uno de sus primeros discursos “A lo único que debemos tener miedo es al miedo mismo”. Sacó adelante una política valiente plasmada en la New Deal, estableciendo la seguridad social, el seguro de paro, el derecho a la sindicación, el salario mínimo y la semana de 40 horas. Con la Ley Glass-Steagall embridó a los grandes poderes financieros, como más tarde señaló “Hemos tenido que luchar con los viejos enemigos de la paz –monopolios financieros y económicos, especulación, banca despiadada, antagonismo de clases, enriquecimiento con las guerras–.” Por eso es  uno de los presidentes más queridos.

O aquellos políticos de la Europa occidental posterior a la II Guerra  Mundial que, a pesar de la situación económica gravísima, pusieron en marcha el Estado de bienestar, como el laborista Clement Attlee al llevar a la práctica el Informe Beveridge de clara inspiración keynesiana. En 1945  la ley de subsidios familiares; en 1946 la de seguridad social y la que organiza el Servicio Nacional de Salud, en 1948 la de asistencia social. Posteriormente los gobiernos conservadores británicos lo consolidaron, tal como lo indicó  Churchill en un discurso de 1954  “Estoy orgulloso de haber mejorado los servicios sociales, ya que en este año estamos gastando más que cualquier otro gobierno del pasado”.

            En comparación a los anteriores hay otros, los actuales, los DSK, Berlusconi, Sarkozy, Merkel, Cameron, Van Rompuy, Rodríguez Zapatero, Rubalcaba o Rajoy que parecen auténticos pigmeos. Todos ellos tienen  algunas características comunes.  Ninguno de ellos generan entusiasmo alguno en el electorado de sus propios países- ¿a quién votar a Rajoy o Rubalcaba?-, no muestran tener un conjunto coherente de principios políticos-salvo el seguir las directrices de los poderes financieros, el deseo de medrar, el instinto adquisitivo, el gusto de lucirse y el afán de mando -, por lo que han traicionado plenamente la confianza democrática  depositada en ellos. De ahí el gran desencanto en la sociedad civil hacia la política.

 

 

Cándido Marquesán Millán

 

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