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El desconcierto de la izquierda

Numerosos y conspicuos politólogos e historiadores, entre los que destaca Tony Judt, han sembrado a conciencia la idea, que ha ido calando en nuestra sociedad como la lluvia fina, consecuencia de todos los acontecimientos ocurridos en las últimas décadas, tras la caída del Muro de Berlín y la expansión de las corrientes neoliberales plenamente vigentes todavía, de que la izquierda europea está desorientada y sin capacidad de respuesta, al no tener ya muy claro cuál es su proyecto cara el futuro, y con el agravante de verse obligada a renunciar a buena parte de sus valores y principios que siempre la habían inspirado. Señalan también que esa izquierda tuvo un proyecto claro desde el siglo XVIII, basado en el progreso, la preparación de una revolución, o la causa de una clase social; y que estaba plenamente confiada en que la historia jugaba a su favor.

Con la decadencia del proletariado industrial, tras el final de la Unión Soviética, esa izquierda se ha quedado sin agente, sin proyecto y sin historia. De ser cierta esta teoría no deja de ser aterradora tal conclusión. Podría ser válida por lo que hace referencia a los comunistas, ya que esta opción ha quedado desacreditada completamente por lo menos en la versión de los países del "socialismo real", ya que se basó en hipotecar la libertad. Lo que no significa el descrédito del marxismo, ya que no deberíamos olvidar que en él hay un mensaje ético profundo: el poder de una idea y un movimiento dedicados firmemente a defender los intereses de los parias de la tierra.

Lo auténticamente grave es que de las secuelas tan negativas de este discurso no se ha librado tampoco la socialdemocracia que, tras el fracaso del comunismo, se ha liberado de esta perniciosa hipoteca de unas expectativas revolucionarias, y por ello no debería limitarse a defender sólo ventajas sectoriales conseguidas con gran esfuerzo y observar con nerviosismo el futuro que no comprende y para el cual no tiene nada preescrito. Por sus comportamientos la izquierda socialdemócrata parece que no tiene muy claro lo que significaría su propio éxito político, si lo alcanzara algún día; como tampoco una visión articulada de una futura sociedad mejor que la actual, por lo que su labor política se manifiesta en un estado de protesta continúa contra las pretensiones de las corrientes neoliberales de desmontar y quitar determinadas conquistas sociales, que hasta hace poco parecían plenamente consolidadas e incuestionables: derechos a una educación universal y gratuita, a un salario justo, a un seguro ante el desempleo, a la protección de la salud y del medio ambiente, a una pensión justa, a la atención dependencia, a una vivienda justa... Es legítimo y justificable que la socialdemocracia esté atenta a conservar todas estas conquistas, ya que todas son vulnerables y contingentes políticamente, además no existe un ley histórica que garantice que no puedan perderse algún día, ya que desde determinadas instancias de importantes poderes pretenden eso precisamente; eliminar lo ya conseguido, con el pretexto de que es insostenible económicamente. Como señala Pascal Bruckner nunca hasta ahora se habían producido tantas diferencias, como si todas las grandes conquistas de después de la II Guerra Mundial comenzasen a venirse abajo y hubiera que comenzar de nuevo. Hoy parece el regreso de un capitalismo duro, despiadado, hostil con los débiles, generador de empleos de baja cualificación, un sistema brutal pues carece de la perspectiva de un futuro mejor. En este contexto tiene su lógica que la socialdemocracia luche por conservar lo ya conseguido, por lo que se ha convertido en una fuerza política conservadora, siempre a la defensiva. E incluso más todavía, con frecuencia desbordada, al tener que asumir determinados planteamientos neoliberales, como la bajada de impuestos o reducción del sector público. Mas entiendo que debería ser más ambiciosa lanzando su mirada mucho más lejos, y preocuparse además en atender a amplios sectores de la sociedad europea que podríamos incluirlos en el segmento cada vez mayor de los excluidos: madres solteras, trabajadores a tiempo parcial o con contratos temporales, inmigrantes, jóvenes sin titulación o cualificación alguna, los sin techo o sin vivienda digna, trabajadores manuales obligados a retirarse prematuramente, parados sin subsidio... Hoy todo Gobierno que sea auténticamente de izquierdas, no sólo en campañas lectorales, deberá dirigir su tarea a garantizar que todo este segmento importante de excluidos tenga una vida digna; y además concienciar, lo que no deja de ser impopular y con un lógico costo electoral, al resto de la comunidad, que disfruta de una vida acomodada, a que asuma con un sistema impositivo progresivo el compromiso de compartir esa carga. Como de todos estos sectores excluidos no se ha preocupado ni lo hará en el futuro el mercado, la socialdemocracia debe defender y potenciar un Estado fuerte y poderoso, ya que es la única institución intermedia capaz de proteger y defender al ciudadano inerme de los ataques furibundos del mercado. Son sobre todo los excluidos de ahora, segmento que puede incrementarse en el futuro, los que tienen más interés y necesidad en el Estado, y a los que debería prestar especial atención la izquierda política. Y si no lo hace, no deberíamos sorprendernos del crecimiento de la extrema derecha o la extrema izquierda. Conviene no olvidar que los avances sociales en Europa occidental al acabar la II Guerra Mundial se pensaron como un dique de contención contra la desesperación de la gente, un caldo de cultivo adecuado para la aparición de los extremismos

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