Un nuevo holocausto
Cuando llegan estas fechas veraniegas, llenas de fiesta y jolgorio por doquier, reaparecen las noticias de las llegadas masivas de inmigrantes a las costas andaluzas o canarias desde el continente africano. Los cayucos y pateras forman parte de nuestro panorama informativo. Nos hemos acostumbrado a ellas. Nos faltaría algo en los telediarios si no pudiéramos contemplar esas imágenes de hombres, mujeres y niños subsaharianos famélicos, que a duras penas llegan a nuestras costas, dejando atrás un rastro de muerte y desesperación. Un verano tras otro, más de lo mismo.
Por ende, son frecuentes noticias como estas: "¿Dónde está mi hijo?". Ése era el grito desgarrador de una de las madres que sobrevivieron a la travesía, en la que 15 personas perdieron la vida intentando llegar a las costas almerienses. Otras, totalmente desfallecidas no podían articular palabra y, apenas tenían fuerzas para preguntar por el destino de sus niños. El balance de este último zarpazo de la inmigración irregular es desolador: 15 personas muertas, de las que nueve son niños; cuatro heridos graves y una mujer embarazada, que ha perdido a su bebé. Sólo un bebe de esa patera logró sobrevivir. Una criatura de un año de vida, con unos ojazos, cuya foto dio la vuelta al mundo. Por ende, noticias como éstas son comunes.
Otra noticia: Ayer, cuatro muertos más llegaron a España a bordo de una barcaza con otras 55 personas y hoy han fallecido dos más, con lo que ya son seis los muertos de la última travesía. Los inmigrantes llegaron a Puerto Santiago, en el municipio gomero de Alajeró. Once de los supervivientes se encontraban «en muy mal estado», de los que dos han muerto, según aseguraron fuentes de la Delegación del Gobierno en las Islas. Y no se sabe cuántos quedaron por el camino.
La muerte de seis de los once inmigrantes que llegaron el pasado viernes en una patera a la isla de La Gomera ha elevado al menos a treinta y cinco el número de fallecidos en los últimos cinco días en su intento de alcanzar las costas españolas, un balance de los más trágicos que se han contabilizado. En total, desde el pasado lunes, 292 inmigrantes han llegado a las costas españolas en diferentes pateras, 124 de ellos a Canarias y 168 a Andalucía, según el cómputo de informaciones recogidas por EFE. En estas cifras se incluyen los fallecidos cuyos cuerpos han podido ser recuperados (7), pero no los inmigrantes de cuya muerte sólo se tiene constancia por el testimonio de los que han podido sobrevivir.
Hace 20 años fue el inicio de esta aventura inmigratoria en pateras de Tánger a Tarifa, unos 14 kilómetros en la parte más angosta del Estrecho. Después, al incrementarse la vigilancia, se vieron obligados a ampliar el recorrido hasta Barbate o Rota, ya en lanchas neumáticas. Luego llegó el saltar las vallas de Ceuta y Melilla. Al siguiente año, dado que las vallas fueron alargadas hasta 6 metros de altura, abrieron la ruta de los cayucos a Canarias. Ahora lo intentan de todas las maneras posibles: pateras, salto de las vallas, cayucos… La desesperación es tanta, lo que dejan atrás es tan poco, que les da lo mismo por muchos riesgos que tengan que asumir. Nada les detiene, porque no sólo es el hambre el que les empuja, sino un sueño, que termina muchas veces en un drama humano.
Los que huyen de este rico pero empobrecido continente, unos intentan llegar a través del Atlántico a las costas canarias, atravesando varios miles de kilómetros, en un océano tempestuoso, siendo plenamente conscientes de que las posibilidades de llegar con vida son escasas.
Otros, los que lo intentan por el Mediterráneo, han tenido que llevar a cabo la travesía del Sahara(donde han perecido bastantes), y cuando llegan a Marruecos, muchos tras ser arrestados por los policías, son conducidos en autobuses, muchas veces esposados y sin agua, permanecen retenidos en células de expulsión hasta la noche, y luego son abandonados en zona desértica, hambrientos y desorientados, y finalmente se ven expuestos al fuego cruzado de militares marroquíes y argelinos, ambos disparando al aire para intimidar e impedir que se adentren en su territorio. Los que sobreviven para emprender el viaje a las costas almerienses, deben ponerse en contacto con horrendas mafias, que les cobran 1.200 euros de peaje; o intentan la aventura al aprovecharse de la distracción de unos policías durante la tanda de penaltis de un partido de fútbol de la Eurocopa, para atravesar la frontera de Melilla en masa.
A los pocos tras superar tantas penalidades que llegan a nuestra querida España, los recibimos con los brazos abiertos, ya que recordamos el que también nosotros hemos sido emigrantes en otras épocas.
Todos estos africanos son seres humanos, hombres y mujeres como nosotros, que lo único a lo que aspiran es a dar una vida mejor para ellos y sus hijos. Ni más ni menos. Mas los gambianos, guineanos, cameruneses, nigerianos… pagan un alto precio para llegar al Dorado. Nunca llegaremos a conocer los miles de víctimas humanas que se están quedando en las aguas del Atlántico y del Mediterráneo. Todos ellos se están convirtiendo en las víctimas de un nuevo Holocausto que no tiene aún responsables directos, aunque sí tiene cómplices y encubridores y beneficiarios. Y cuando alguien se ahoga en el mar, o se muere de hambre, o lo arrojan por la borda, procuramos olvidarnos enseguida, y pasar página. Nosotros a lo nuestro. A comprarnos el bañador de marca, a tomar una caña en el chiringuito de la playa., a comer paellas en los chiringuitos, a tomar helados en las terrazas de los paseos marítimos o a viajar a Praga o Viena. Es el verano.
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