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El albañal de Oriente Próximo

                                                                                             

   

            Hemos sufrido estas vacaciones noticias de distinto pelaje. Han destacado entre otras: la operación Malaya, los incendios en Galicia, el carné por puntos, los cayucos llegados a Canarias; pero, sobre todas, la Guerra del Líbano. Sólo hablaré de esta última, aunque no sé por dónde empezar. Siento, de entrada, una mezcla de rabia y de asco.

            Los soldados israelitas capturados por Hezbolá han sido el pretexto o casus belli. Sin embargo, hace días que a esta milicia se la tenía jurada el Estado judío. Esta guerra fue planeada al unísono por EE UU e Israel, con los objetivos de destruir o, cuando menos, debilitar a Hezbolá y a sus padrinos, Irán y Siria, de instalar en Beirut un Gobierno afín a Israel y EE UU, además de dar salida a los stocks de las fábricas de armamentos, que tampoco viene mal. Como también la defensa de la libertad y debilitar el terrorismo de raíz islámica.

Esta guerra ha sido errática tanto desde el punto de vista moral, ya que no se pueden aceptar esos brutales bombardeos sobre la población civil, con cientos de muertos y destrucción masiva de las infraestructuras de un país;  como también lo es desde el punto de vista de la estrategia. Israel, con su respuesta militar desproporcionada, con la complicidad de EE UU y el silencio culpable de muchos países, ( vaya papelón que ha representado la Unión Europea) van a conseguir lo contrario a los objetivos anteriormente expuestos.   

            Veámoslo. Hoy, Hassan Nasrallah, ha desplazado a Bin Landen como símbolo de resistencia en el mundo árabe y musulmán. El Partido de Dios ha conseguido un gran triunfo político. Su popularidad se ha disparado en el Líbano, y no sólo en la comunidad chií. Mujeres palestinas están poniendo a sus recién nacidos los nombres de Hezbollah o Hassan Nasrallah, Beirut o Promesa, por el nombre de la campaña de Hezbollah contra Israel, La promesa verdadera.

             La Siria de Bachar el Asad ha conseguido un gran respiro. Hasta este conflicto, Asad estaba solo y a la defensiva. Muchos libaneses, muchos musulmanes y gran parte de la comunidad internacional le tenían como responsable de la muerte del ex primer ministro libanés. Por ende, Bush y Chirac, en sintonía, le obligaron a salir del Líbano. Estos días Asad ha reclamado de nuevo al estado judío que abandone los Altos del Golán.

            Irán también ha salido fortalecido. Su influencia entre los chiíes de Irak y del Líbano se ha incrementado. Además argumenta que si Israel puede permitirse el lujo de invadir países árabes a diestro y siniestro, es porque tiene el monopolio de las armas nucleares en Oriente Medio. Por ello piensan en Irán que ellos también tienen el mismo derecho a desarrollar un programa nuclear. Y razones no les faltan.

Israel tiene que hacer sus propias cuentas. Algo ha fallado y mucho. Lo que ha fallado, que no es poco, es la eficacia militar, el principio fundamental de la seguridad. El mito de la invencibilidad de su ejército se ha desvanecido. Esto lo ha entendido claramente la sociedad israelí. El gobierno de Olmert, totalmente desprestigiado en su país, ha dado la impresión de dar palos de ciego. Los bombardeos indiscriminados para lo único que han servido es para generar un amplio repudio internacional. Las operaciones militares terrestres han mostrado una barbarie inútil, llena de desorientación. Y pensar que todo pudo arreglarse con un simple canje de prisioneros. En el pasado se hizo. Hasta de prisioneros de Hezbollah por el cadáver de un israelí.

Por lo que atañe al prestigio de los EE. UU., tampoco ha salido indemne. Es que no aprenden. Por si no fuera bastante ya con el fracaso con lo de Irak. Aquí llegaron, con el apoyo de Blair y nuestro ínclito Áznar, para implantar la democracia y lo que está ocurriendo, lo estamos viendo, es una media de más de 100 muertos diarios. En lo que va de año unos 18.000 civiles iraquíes han muerto por atentados o ametrallamientos. El mañana es peor al ayer. En Irak no hay democracia. El Kurdistán está controlado por independentistas, la zona suní alzada en armas contra los norteamericanos y en la zona chií mandan milicias vinculadas a Irak y Hezbolá. Aquí hay dos guerras, una contra la potencia invasora y la otra entre comunidades. El equipo asesor de Bush se ha cubierto de gloria. Ignoro dónde lo ha reclutado, pero es difícil imaginar que pueda hacerse peor.

La situación no es mejor si miramos hacia Afganistán. Hoy, se necesitan cada vez  más fuerzas militares y más dinero. El presupuesto para el mantenimiento del gobierno de Karzai está cubierto por dinero extranjero y EE.UU. paga directamente la mayoría de los gastos del ejército nacional afgano.  Mas el deterioro actual es cada vez mayor, muy parecido al que precedió al desastre soviético de los años ochenta. Lo que está ocurriendo es lo mismo: enviar cada vez más dinero y más tropas, para seguir presionando a Pakistán, refugio de los muyahidines. No funcionó antes y no funciona ahora. Existe hoy un gran resentimiento ante las tropas invasoras, que es explotado por las fuerzas de la resistencia y sus apoyos exteriores. El esfuerzo de EE.UU. y la OTAN demuestra ser inútil. Cada día, portavoces de Al Qaeda instan a los afganos a la rebelión contra las tropas extranjeras infieles y, en consecuencia los talibanes están cobrando cada vez más fuerza.

Como vemos el horizonte en Oriente Próximo no se presenta muy halagüeño, y todavía más, si tenemos en cuenta que las secuelas directas producidas en Líbano han sido más 1.1000 civiles muertos, más de 4.000 heridos y más de un millón de desplazados, además de daños descomunales en infraestructuras (puentes, carreteras) y viviendas privadas valorados en miles de millones de dólares. Ver las imágenes de niños muertos sacados a duras penas entre los escombros de los edificios bombardeados es algo indeleble. Muchas generaciones no lo van a olvidar fácilmente. Es que no pueden entender que la cifra de muertos en el Líbano y la devastación sufrida por este país no va a servir más que para envenenar y emponzoñar, cada vez más, la situación en el Oriente Próximo. Lo van a convertir en un auténtico albañal.

  

Cándido Marquesán Millán

           

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