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Marbella, la punta del iceberg

                       

                       

 

           

Todos los acontecimientos que se están sucediendo en la ciudad de Marbella   a un ritmo vertiginoso,  tienen que producir a cualquier ciudadano normal un profundo malestar. Personalmente siento una mezcla de asco y de hedor. Que ocurran en nuestro país, con treinta años de democracia, estas cosas no deja ser lamentable. Dan ganas de exiliarse. El imperio de los pillos y los sinvergüenzas, como en otras épocas, reina por doquier.  Tampoco nos ha cogido de sorpresa. Era previsible. Ya en el 1993 la jueza Blanca Esther Díez intentó sacar a la luz este estado de cosas, aunque se le impidió miserablemente. Ahora parece que la cosa va en serio. Miguel Angel Torres al frente del Juzgado de Instrucción nº 5 de Marbella, ha destapado a toda esa cuadrilla de facinerosos delincuentes y los está llevando a la cárcel, al lugar que se merecen.

            Todos intuíamos desde la llegada al poder municipal de Jesús Gil, al que los ciudadanos y medios de comunicación le reíamos las gracias, que allí se estaban cometiendo todo tipo de tropelías y delitos. Lo que nos ha sorprendido es el volumen del latrocinio, si todos los datos son ciertos, como parecen, relativos a las riquezas acumuladas por el asesor urbanístico Juan Antonio Roca. Palacios espectaculares, cuadras de caballos de pura sangre, cuadros de famosos  pintores, coches lujosísimos, etc. Sacas de dinero en casa de una teniente alcalde. Chalets edificados con materiales de los almacenes municipales. A veces la realidad supera a la ficción. Ali Baba y los Cuarenta Ladrones al lado de toda esta cuadrilla marbellí son unos aprendices. Ver entrar esposados a la alcaldesa, teniente-alcalde, concejales o asesores de distinto pelaje en las comisarías de policía produce cierto sosiego.  

Esa ciudad escaparate del lujo y de la ostentación, del Rolls Royce, en la que los albañiles iban en coches de lujo, está mostrándose como un auténtico agujero negro y podrido, lleno de buitres al acecho de cualquier presa, sobre todo si tiene aspecto de ladrillo. Con ser gravísimo lo ocurrido no lo es menos que haya podido llegarse a esta situación en la que toda una cuadrilla de facinerosos hayan podido acumular semejantes  fortunas, al amparo del cohecho, recalificaciones, tráfico de influencias, atentados al medio ambiente, concesiones de contratas de basura, limpieza, jardinería, transportes o cementerios, cuando los ciudadanos de a pie trabajamos, nos apretamos el cinturón, pagamos religiosamente nuestros impuestos, nos endeudamos hasta las orejas per secula seculorum para proporcionar a cualquiera de nuestros hijos una vivienda digna. Esta situación no puede entenderse más que en una sociedad enferma, en cierto grado cómplice, desarmada de valores morales, que ha perdido su capacidad crítica y su sentido de orientación. Entre la ciudadanía existe la creencia que en esta país no se persiguen de igual modo los grandes delitos económicos que los diminutos de de cualquier trabajador, al que se le descuenta cada mes religiosamente su IRPF, que se ha olvidado cualquier ingreso imprevisto y por ello no lo ha puesto en su declaración de Hacienda.

Sería conveniente y exigible además por sanidad pública  que llegásemos a conocer toda la verdad, absolutamente toda la verdad  de lo ocurrido. Así debería ser con una finalidad ejemplarizante. Mas temo que con sumarios, juicios, abogados, con toda esa maraña jurídica la verdad no va a resplandecer. Pasados unos meses. el asunto pasará de actualidad y se irá extinguiendo poco a poco. Y todo quedará en el olvido. Tiempo al tiempo.

 Con todo, lo más grave es que muchos ciudadanos pensamos que lo ocurrido en Marbella es la punta del iceberg. Muchos pensamos que en España hay muchas Marbellas. Que alguien pueda enriquecerse  con el trabajo es legítimo, incluso deseable, ya que fomenta el espíritu emprendedor. Pero hacerlo especulando con un bien básico, como es la vivienda, a la que todos los españoles tenemos derecho, además de inmoral debería ser ilegal. Esta situación la hemos propiciado todos. Los poderes públicos con su permisividad, cuando no su fomento. Los ciudadanos también tenemos cierto grado de culpabilidad. Muchos cuando vendemos, con dinero negro, una vivienda la  queremos cara, cuando la compramos, con dinero negro, la queremos barata. ¡Qué paradoja e incongruencia! Mientras tanto los bancos y cajas, los tiburones del ladrillo, las inmobiliarias proliferando como hongos en todas las esquinas de cualquier ciudad, amasando grandes fortunas. Entre todos la matamos y ella sola se murió.

  

Cándido Marquesán Millán

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