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El mundo en que vivimos

 

 

 

            Toda persona, medianamente sensata y responsable, intenta estar informada de todo lo que ocurre en su entorno, tanto a nivel nacional como internacional. No parece conveniente que nos encerremos en una urna de cristal y que nos despreocupemos de todo lo que acontece en nuestro alrededor. Este juicio nadie podría cuestionarlo. Parece tan claro que no merece la pena gastar más letras ni palabras.

            Estas previas afirmaciones que parecen incuestionables a priori, a mí me plantean serias dudas. Me explicaré. Siempre he tratado de interesarme por todos los acontecimientos que me rodean. Es más me ha parecido un ejemplo de responsabilidad humana. Todo lo que pasa en el orbe terráqueo, y más todavía después de la globalización, me interesa. No obstante, esta altruista preocupación me puede generar profundos traumas, como voy a tratar de explicar en las líneas que siguen.

            He caído en mis manos un periódico de tirada nacional. Todos los días acostumbro a comprarlo. Leo en primer lugar los titulares. A medida que lo voy haciendo me surge un sentimiento mezcla de pesadumbre y de enfado. No quiero citar cuál es el periódico. Da igual. Podría ser otro cualquiera. Es del 12 de julio de 2006.

En primera página, noticia destacada del día es la que sigue, con los siguientes titulares: 160 muertos en Bombay al estallar siete bombas en trenes de cercanías. Debajo de estos titulares en tamaño más reducido se indica: Similar al del 11-M, el atentado deja 450 heridos- Alerta máxima en India tras el ataque a su capital financiera- Las explosiones fueron en hora punta. Para empezar a la hora del desayuno no está mal. En el flanco izquierdo en letra más diminuta, aparece: E.E.U.U reconoce a los detenidos en Guantánamo sus derechos como presos de guerra. Por fin, el país paradigma de la democracia se avergüenza y parece que le entra un poco de sentido común. En la parte izquierda, se cita: Iberia decide hoy si denuncia a los pilotos al considera que la huelga es ilegal. Tiene bemoles la cosa que se pongan en huelga unos “trabajadores” que tienen un sueldo de 150.000 euros. Seguimos: Bruselas advierte a Rusia que no cambiará derechos por energía. Es decir que los derechos humanos, según algunos políticos, son equiparables a las bombonas de butano. Proseguimos con otra: El Supremo confirma la sanción al general MENA por criticar el Estatuto catalán. A estas alturas de la película, tras 30 años de democracia, todavía nos encontramos salvadores de la patria. Otra más: El Gobierno valenciano rechaza toda responsabilidad en el accidente del metro. Tampoco nos debe extrañar, aquí nadie es responsable de nada. Proseguimos sin tregua: Los países del G-8 han incumplido la promesa de aumentar la ayuda a África. Prueba incuestionable de que uno de los valores que impregnan nuestra sociedad actual, de la globalización, del neocapitalismo, de la democracia liberal, es la solidaridad. Seguimos en la misma línea: Garzón prosigue la operación contra la red de extorsión de ETA con otros detenidos. En relación a  las noticias anteriores, me he tomado la licencia de hacer un breve y conciso comentario. Mis lectores me perdonarán que sobre ésta no haga ninguno, ya que la noticia se comenta por sí misma. Los titulares prosiguen: El Papa nombra portavoz a un jesuita italiano en lugar de Navarro-Valls. En pro de la sinceridad, les digo que me la trae floja. Que sea un jesuita en lugar de Navarro-Valls no me quita el sueño. Mas sigo leyendo debajo del titular, sin saber por qué, y nos indica que la Compañía de Jesús ha recuperado peso y poder al ocupar uno de los puestos claves del Vaticano. La elección de Lombardi supone que los jesuitas empiezan a recuperar el protagonismo perdido con Juan Pablo II, que les consideraba teológicamente heterodoxos e impregnados de ideas izquierdistas. Toma castaña, si estos son de izquierdas como serán los de derechas.

            El último titular, que me va a suponer una bocanada inesperada de aíre fresco, dice así: Freire logra en Dax su segunda etapa en el Tour tras un impresionante sprint.  Ya no hay más titulares, ya son bastantes. Los he leído todos, aunque en algunos momentos se me han planteado serias dudas el hacerlo.

            Sigo siendo un ciudadano responsable. Paso a la segunda página, confiando en que sea más ligera. Vano intento. En letras grandes y a toda plana: Matanza terrorista en India. En letras más diminutas, ampliando la noticia sin cortapisa ni remilgo alguno: Hay miembros rotos por todas partes.

            En la tercera más de lo mismo: Las autoridades indias señalan a grupos integristas paquistaníes como los autores. En la margen derecha: La Embajada descarta que haya víctimas españolas. Vale, si no hay víctimas españolas, la cosa ya no es tan grave.

            En la cuarta, en una fotografía truculenta, aparecen en dos camastros de un hospital tercermundista, dos muertos, y en una silla de ruedas una víctima que espera impacientemente que sea atendido. Para suavizar, se coloca el titular: Condena internacional y rechazo por una agresión despreciable y monstruosa. El Gobierno y las víctimas del 11-M transmiten su emoción de manera especialmente sentida.

            Prescindo de la quinta y paso a la sexta, esperando mejores noticias. Vano intento. El titular no es menos cruento: La oleada de violencia en Irak causa otros 64 muertos en diferentes atentados. Más de 200 personas han sido asesinadas en ataques sectarios en los últimos cinco días.

            Después de la séptima de publicidad, llegó a la octava, con dos titulares: Los bombardeos israelíes dejan gran parte de Gaza a oscuras. Guerra sucia en México.

             La paciencia tiene un límite. No quiero ser un ciudadano responsable y sensible con los acontecimientos de mi entorno. Cierro el periódico, lo precipito en el cubo de la basura, cojo en mis manos una novela que un amigo, hace tiempo me ha recomendado, titulada: La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón, y en mi radio-cassette, pongo música de Demis Roussos, y escuchando una canción titulada Mañanas de Terciopelo, comienzo a respirar.

 

 

            Cándido Marquesán Millán

 

 

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