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El Estatuto ya está maduro

 

 

 

            Los recientes acontecimientos de los últimos meses, relacionados con el Estatuto de Cataluña, están produciendo unos efectos negativos, y que serán difíciles de reparar cara a fomentar en un futuro próximo una convivencia sosegada entre España y Cataluña. Si ya existía cierta desconfianza antes, ahora va a ser mucho mayor. ¿Quiénes somos los culpables? A esta pregunta se podría responder: entre todos la mataron y ella se murió sola.

            De entrada, afirmo con rotundidad que me siento profundamente español, como también aragonés, en este orden. Esto no significa que sea nacionalista español. 

Dicho esto con claridad, admito sin ningún tipo de resquemor ni desconfianza que determinados catalanes puedan pensar que Cataluña es una nación, por las razones que sean: por historia, lengua, tradiciones, sentimientos o lo que sea; y que por ello quieran constituirse en un Estado. Como también admito que otros catalanes puedan pensar todo lo contrario. Las dos actitudes me parecen igualmente legítimas.

            Lo que ya no parece legítimo es la afirmación que España es una nación, como si fuera un dogma de fe, tal como nos la inculcaban aquellos militares en aquella horrible asignatura de Formación del Espíritu Nacional con aquellos personajes ejemplares, como Viriato, Santiago Apóstol, Guzmán el Bueno o el Cid Campeador y con sucesos heroicos, como las Navas de Tolosa, Pavía o Lepanto. y teníamos que aprenderla e interiorizarla,  y ¡ay   quien se atreviese a cuestionarla! Como tampoco es legítimo tener que aceptar dogmáticamente que Cataluña es una nación, tal como aparece manipulada y falsificada en numerosos manuales de Historia de Cataluña.  Y si alguien discrepa de estos nacionalismos excluyentes puede verse sometido a todo tipo de insultos, así como ser vilipendiado y despreciado de una manera cruel y despiadada. Esto lo hemos visto y lo estamos viendo ahora mismo.    

En la Historia de España se han arrastrado y se arrastran una serie de problemas. Uno de ellos es el de la vertebración territorial. Y especialmente lo es  el incardinar Cataluña en el Estado español. Sin embargo, nunca la derecha española, ni la de la dictadura franquista ni la de democracia actual han hecho un esfuerzo serio y generoso para entender el problema de Cataluña, que está revoloteando, hace mucho tiempo ya y  de gran complejidad su resolución, por otra parte. No  ha caído a nosotros de una teja el 14-M. Para el Sr. Rajoy no existe tal problema, y si lo hay la solución es fácil, como pudimos contemplar recientemente en la concentración de sus correligionarios ante la Puerta del Sol, donde se proclamó la unidad de España. De verdad, la cuestión catalana es más compleja. Hay que negociar, pactar, y dialogar. Lo que debe hacerse es tender puentes entre Cataluña y España y no dinamitarlos a cañonazos verbales, como se está haciendo desde determinados medios de comunicación, impregnados de un nacionalismo español excluyente, sobre todo capitalinos, tanto hablados como escritos. Para ellos, además por supuesto del Presidente del Gobierno, el causante de todos los males es el Sr. Carod Rovira, al que han buscado y usado como un chivo expiatorio. Lo han considerado como un auténtico demonio; que ha pactado con ETA para que no asesinara en Cataluña y pudiera hacerlo libremente en el resto de España. En todos estos años de esta democracia nuestra, sería harto difícil encontrar un personaje más denostado. La derecha mediática y política necesita a Carod y si no existiera, lo hubieran tenido que inventar. Lo necesitan imperiosamente, para reafirmar sus convicciones nacionalistas, además de usarlo como ariete contra el Gobierno de Rodríguez Zapatero. De verdad, no siento simpatía alguna hacia el Sr. Carod. Más todavía,  me resulta indiferente. Pero él no oculta sus intenciones y su manera de pensar, las defiende y por ellas lucha. Aspira a que el pueblo catalán, al que considera  nación, se constituya en Estado algún día, aceptando las reglas del juego de la democracia. Él y su partido, Esquerra Republicana, participan en las  campañas electorales, presentan sus candidatos y si los ciudadanos les votan, aspiran a gobernar, para iniciar el camino hacia la independencia. A nadie engañan. Todos conocemos su pensamiento.  Cuantos más grandes son los ataques que recibe, más crece y fuerza adquiere. Para captar esta realidad no  hace falta haber estudiado Ciencias Políticas. Cualquiera puede verlo. El Sr. Aznar, con su actuación,  provocó el despegue de Esquerra Republicana y de Carod Rovira en Cataluña. Y el Sr. Rajoy sigue igual. Todos aquellos que creen defender la indisolubilidad de la nación española atacando a los nacionalismos periféricos, lo que consiguen es hacer un flaco favor a la unidad de España, ya que muy al contrario  la están agrietando. En Cataluña, la mayoría de los catalanes lo tienen muy claro. Ya verá, Sr. Rajoy, cómo son sus próximos resultados electorales allí.

En cambio, la izquierda española, la de antes y la de ahora, ante el problema territorial no esconde la cabeza como el avestruz y es plenamente consciente que todos los problemas políticos tienen un punto de madurez, antes del cual están ácidos; después, pasado ese punto se corrompen, se pudren. Zapatero ahora considera que ya está  en su punto. Confiamos todos que el Estatuto llegue a buen puerto.  A todos nos interesa para que las reticencias y los resquemores entre España y Cataluña no se agranden, sino todo lo contrario que se achiquen. A todos nos interesa o debería interesar.

 

 

 

Cándido Marquesán Millán

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