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Lárguense a su país, mugrosos, impresentables, asquerosos...

 

           

  

Estamos disfrutando ahora de uno de los mayores adelantos de la humanidad: se trata de las Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación, que nos permiten acceder  a noticias instantáneas de cualquier país o continente del mundo. Mas hoy no tengo intención de hablar de ellas. El tema es otro y bastante ingrato. 

Tengo la costumbre a través de Internet de sumergirme en periódicos hispanoamericanos. Produce auténtico gozo, desde tu mesa de trabajo, poder leer en español y conocer las cosas que están ocurriendo en Bolivia, Costa Rica, Chile, Nicaragua, Argentina, Uruguay, etc. Hay periódicos espléndidos. Merecen la pena su lectura. Si lo hacemos nos llevaremos agradables sorpresas. Uno de los mejores, que de inmediato me cautivó sobremanera, fue La Crisis de México Distrito Federal. Tiene muy buenos editorialistas sobre diferentes temas. Uno de los mejores es Eduardo López Bethencourt, tanto por la cantidad como por la calidad de sus artículos.  Uno de ellos, de 16 de mayo de 2006, bajo el título de Pobre España me impactó de pleno, por su dureza implacable hacia España. Me supuso como un bofetón en el rostro. Hay que leerlo con detenimiento. No tiene desperdicio. Yo me limitaré a reflejarlo, parafraseando su contenido.

             El mencionado periodista entra de lleno, sin prolegómenos, al grano y a cara de perro, y ya en el primer párrafo nos acusa a todos nosotros, los españoles, de que nuestro éxito actual nos ha corrompido, y nos ha llenado de soberbia y envilecimiento, cuando siempre nos habíamos mostrado afables; y como emigrantes con simpatía hacia lo extranjero, lo que nos había permitido ocupar el primer lugar mundial en el turismo; en cambio, ahora nos habíamos convertido en arrogantes, presuntuosos y altaneros como nadie. Nos creemos que somos los mejores,  que nuestra democracia es la número uno, que somos superiores y como corolario maltratamos a todos los emigrantes, especialmente a los iberoamericanos. Añora el articulista el trato que en los 60 o 70 del siglo pasado dispensábamos a los mejicanos. Entonces éramos cordiales y atentos amigos para los “manitos”, y por ello valorábamos su cultura musical, cinematográfica y literaria. Por ello todos conocíamos a Cantinflas, Pedro Infante, Jorge Negrete, las canciones de José Alfredo Jiménez o Agustín Lara o los textos de Agustín Yánez, Mariano Anzuela y Octavio Paz.

            En cambio, ahora, los despreciamos, los creemos inferiores o los sobajamos. Las noticias de México no nos interesan, nos parece más importante todo lo que está ocurriendo en cualquier otro país que no sea su antigua “Nueva España”; la moneda azteca no lo admitimos en los bancos, y les damos un trato soez y hasta hiriente.

            Nos refiere el mal trato dado por un guardia civil, vestido de paisano, a las afueras de la Maestranza de Sevilla, a una familia mejicana, donde había cuatro niños, ya que les dijo: “lárguense a su país, mugrosos, impresentables, asquerosos. Les siguió amedrentando, advirtiéndoles que les iba a quitar el pasaporte. El motivo del enojo había sido provocado porque la abuela de los menores había colocado su bolso encima del coche del policía.

            Sigue diciéndonos que el incorrecto y mal educado comportamiento del policía suele ser representativo de un pueblo. Si la nacionalidad es mejicana o colombiana en los bancos no les cambiamos dólares a no ser que sean más de 500 euros; les ponemos muchas dificultades para obtener trabajo y les tratamos desconsideradamente.

            López Bethencourt nos recuerda, no viene mal, que en Méjico a los españoles nos recibieron con los brazos abiertos: y eso que llegábamos desempleados, sin dinero, sin historia, con hambre y provistos de una gran ignorancia. A muchos nos hicieron ricos y hasta supermillonarios. Asturianos, gallegos, santanderinos y demás hispanos nos hicimos dueños de grandes fortunas, amasamos tesoros, incluso, de una manera fraudulenta; de analfabetos nos convertimos en magnates, prepotentes; algunos regresamos a España y nos olvidamos de México, otros nos quedamos, mas siempre nos sentimos de “sangre azul”.  No todos fuimos ingratos, por ello cabe recordar a esa gran calidad de brillantes sabios que llegamos después de la derrota del Gobierno Republicano, y fuimos capaces de dar lustre a la cultura mexicana, aunque algunos hemos seguido despreciando la cultura del maíz.

            Acaba de la siguiente guisa: Qué pena, pobre España, cómo ha cambiado, ojala no se arrepientan; por el momento si deseamos ir a la península, pensémoslo dos veces, no sea que un guardia civil nos “corra” de su tierra, por colocar una bolsa de mujer encima de un auto usado y sucio.            No son necesarios los comentarios. Debemos todos reflexionar un poco. Ahora recuerdo una frase que me decía mi padre: el que de trapo llega a toalla, no sabe donde colgalla. Ahora es cuando la entiendo. 

           

  

Cándido Marquesán Millán

             

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