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El cierre de una librería

                                  

  

            Mi esposa y yo  acostumbramos a ejercitar el deporte nacional, el paseo, todas las tardes, entre los seis y las ocho por esta hermosa ciudad de Zaragoza. Deambulamos por todas partes. Nos da lo mismo hacerlo por las Delicias, Torrero o por el Centro. Si lo hacemos por este distrito, como otros muchos, bajamos por la parte izquierda del Paseo de la Independencia, atravesamos la Plaza España, proseguimos por la calle Alfonso, entramos en la Plaza el Pilar, la atravesamos hasta la calle Don Jaime, y por ella retornamos a la Plaza España, y por el Paseo retornamos a casa. Casi nunca pasa nada novedoso. A veces, saludamos a algunos amigos y les decimos las mismas cosas. En otras entramos a algunos Grandes Almacenes. Casi siempre suele ser un deambular monótono.

            Mas una tarde que prometía ser como otra cualquiera, sucedió algo que me produjo profunda tristeza. Trataré de explicarme. Bajando, por la izquierda en dirección a la Plaza España, a mitad del Paseo, tras atravesar los escaparates de una afamada y acrisolada librería, llegamos a otra, cuyo nombre es el de una batalla famosa, que supuso la pérdida de un brazo al autor del Quijote. Es de solera, con un repertorio bibliográfico extenso y de calidad. A mitad de su escaparte izquierdo, aparece pegado un cartel con la siguiente inscripción: Liquidación de existencias por cierre de negocio. De verdad, sentí gran pesar. Estaba contemplando el cierre, uno más, de una librería. Y esta cuestión no es baladí, por lo menos, a mí me lo parece. Yo pensaba que España estaba equiparándose a nivel cultural al resto de Europa,  y que, según mi modesto entender, un buen indicador puede ser el número de libros que compra su población. Su lectura es otra cosa.  Y si se produce el cierre de una librería, quizás sea, porque vender libros no debe ser un buen negocio. Parece clara la conclusión.

            Por otra parte, comprobamos que en nuestro país el cierre de un Bar es algo inusual. Más todavía, no sólo no se cierran, sino que su cantidad es cada vez mayor. Si la conclusión del párrafo anterior era clara, la que sigue a continuación no va a ser menos. Parece ser que los establecimientos que se dedican a vender bebidas en este país nuestro son un buen negocio. Y esto es así porque tenemos los españoles la costumbre de frecuentarlos. Y como conclusión final de esta sarta de silogismos, es que en este país nuestro, ciudadano español, si quieres ganar pasta no montes una librería, y sí en cambio, un Bar, Taberna, Púb.…

            Los cierres de librerías en España están en relación directa a la apertura de los establecimientos expendedores de bebidas. Lo que no significa que no nos creamos los más cultos, los más sabios, ya que no hay tema alguno, ante el que nos detengamos, cuando de hablar se trata. Somos tan cultos porque somos los padres de El Quijote, el libro que más citamos, pero que menos hemos leído. Avergüenza reconocerlo, pero es así. Los españoles, si acaso, parecemos más interesados en el libro cuando nos llega por vía gastronómica. Parece ser la mejor manera de atraer nuestra atención. No hacia las tapas del libro, sino hacia las que se sirven después de su presentación. Los canapés, pinchos de tortilla, tacos de queso, y las insustituibles croquetas, junto con el vino blanco o tinto, se convierten el mejor estímulo para convencer a la prensa, los amigos, y hasta los enemigos, de que los libros son lo más adecuado para enriquecer nuestras bibliotecas. Mas los españoles estamos más interesados en llenar nuestros estómagos que nuestras bibliotecas. Digerimos mucho mejor la croqueta que la lectura de cualquier libro.

            Por eso las presentaciones de libros o exposiciones en cuyas invitaciones aparezcan epígrafes como éstos: “Habrá cóctel”, “Se servirá un aperitivo”, “Se ofrecerá un vino español”, suelen tener el éxito asegurado, y es, probablemente, de los escasos ritos en los que los españoles nos olvidamos de nuestra proverbial impuntualidad.

            Leemos poco, pero en una especie de juego de sociedad para quedar bien, acostumbramos a barajar algunos títulos propiciados por la publicidad. Citamos cuatro o cinco títulos y se le pone a uno la cara de culto. Otras veces replicamos, para  autoexculparnos, que los libros son caros y que no tenemos tiempo para leer. Son excusas. Somos refractarios a la lectura. Y con este proceder echamos a perder uno de los mejores instrumentos para llenar las largas horas de tiempo libre en esta sociedad del ocio. Cuando se coge afición por la lectura,  es tal el disfrute que ya no se puede renunciar a ella. En cambio nos movemos por el consumismo y la televisión.

            No quiero proseguir, para no cansarte, mi querido lector, si has conseguido llegar hasta aquí. Ya tenía acabadas estas deslavazadas líneas, mas debo proseguir algo más. No puede dejar de hacerlo. Ruego disculpas. Pero, acabo de bajar la bolsa de la basura, y en el cubo del portal me he encontrado, entre otros, estos libros: La metamorfosis, de Kafka; La familia de Pascual Duarte, de Cela; Fortunata y Jacinta, de Galdós, etc. De verdad, somos así. Somos únicos. Somos españoles. No nos cambia nadie.

             

   

CÁNDIDO MARQUESÁN MILLÁN

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