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SARKOZY, EL HIPERPRESIDENTE

   

                                  

 Si algo le caracteriza a Sarkozy desde su llegada a la Presidencia de la V República francesa es la hiperactividad. Parece dotado de una fuerza incontenible. Entre  su vuelta de vacaciones, el 19 de agosto, hasta la entrevista concertada en TF1 y France 2, ha presentado su política exterior (discurso  ante los embajadores, el 27 de agosto, en el Elíseo) con acentos más atlánticos; invita a los enseñantes a poner en marcha un nuevo renacimiento (4 de septiembre en Blois); abre nuevas perspectivas para los agricultores (11 de septiembre en Rennes); busca la aprobación de los sindicatos para una refundación del diálogo social (18 de septiembre en el Senado); e insta a los funcionarios para una revolución cultural (19 de septiembre en Nantes). Ha sabido crear un movimiento de reformas irrefrenable, contrapuesto a sus predecesores en el cargo. Chirac era una figura decorativa. Sarkozy asfixia a sus adversarios: los sindicatos no saben a qué frente acudir, la oposición está  siendo desarbolada sin tener clara la estrategia futura, esperando que el ciclón se pare o cuando menos pierda intensidad, y a los medios de comunicación les impone el orden del día. Llevando a cabo dos anuncios semanales, concentra el debate a partir de sus propuestas; y cuando la oposición llega a presentar otra, él ya está en otro lado. Tiene mucha prisa en poner en marcha sus reformas, pensando quizá que debe aprovechar estos momentos que le son favorables, en los que la sociedad francesa parece un tanto narcotizada. No le tiembla el pulso a la hora de tomar decisiones políticas. Después de la primera avalancha de reformas impulsada este verano -aprobadas todas con poca o nula resistencia por parte de una oposición desorientada-, Sarkozy ha decidido abordar la reforma del sistema social francés, del que se sienten orgullosos muchos franceses. A este tema quiero referirme ahora. El centro de la nueva política social francesa -dijo Sarkozy- será el trabajo. Parece decidido a agotar la vía del diálogo y la concertación para llevar a buen fin sus reformas. "Yo creo en la reforma a través del diálogo social, ya lo he probado y voy a continuar. "El diálogo social no puede ser una coartada para la inacción -advirtió-. La supresión de los regímenes especiales de pensiones -de los que se benefician 500.000 trabajadores y 1,1 millones de jubilados de empresas como la SNCF, RATP, EDF o GDF, entre otras- amenaza con convertirse en el gran caballo de batalla. En torno a medio millón de trabajadores cotizan lo mismo que el resto de los franceses, pero disfrutan de ventajas de jubilarse s los 50 años y con la totalidad de la paga. Quiere que todos ellos se equiparen al régimen general de la Función Pública. Plantea la apertura de negociaciones empresa por empresa a partir de un marco general, pero difícilmente ese gesto bastará para apaciguar los ánimos.  La reforma del contrato de trabajo será otro casus belli, pero esta reforma se vislumbra menos inmediata: Sarkozy quiere dejar primero que los sindicatos y la patronal intenten llegar a un acuerdo, que en tal caso sería asumido por el Gobierno. Sólo si la negociación fracasa, el Ejecutivo llevaría al Parlamento su propio proyecto de ley al respecto. Del contrato laboral  criticó su rigidez, causa de buena parte de los problemas de creación de empleo de las empresas francesas y su falta de competitividad. Las jubilaciones anticipadas, añadió, son otro de los males del modelo laboral francés, que no puede permitirse prescindir de los mayores de 50 años. Para cambiar esta tónica, anunció que penalizará fiscalmente las jubilaciones tempranas y promoverá la actividad de los mayores de 55 años. La semana laboral de 35 horas, uno de los caballos de batalla de la campaña electoral del actual presidente, parece tener un futuro incierto. El seguro de desempleo también será reformado a fondo. Considera que hay que incentivar a los parados para que busquen y acepten trabajos. Por un lado se revisarán los sistemas de subsidios que, en ocasiones, producen efectos negativos sobre quienes buscan un trabajo, de modo que incluso pierden dinero si aceptan un empleo al dejar de percibir beneficios sociales. Por otro, los parados que se nieguen a aceptar dos ofertas de empleo dejarán de percibir el seguro de paro.

El modelo sanitario tampoco escapará a las reformas. Las que se han hecho en los últimos años, señaló, no bastan para controlar el déficit de la Seguridad Social. Además de una mayor eficacia en el control del gasto médico, el presidente quiere abrir un debate sobre cuál debe ser la cobertura que proporciona el sistema público y en especial sobre la atención a los ancianos y a los enfermos de larga duración. Es partidario de dar facilidades para que los ciudadanos puedan suscribir seguros privados. Acaba de dar a conocer el cobro de las franquicias médicas sobre las medicinas (50 céntimos), los actos paramédicos (50 céntimos) y los transportes sanitarios (2 euros), aplicables el 1 de enero de 2008.

 Deberíamos ser conscientes que Sarkozy ha triunfado con el mensaje de que hay una gran cantidad de parados subsidiados y asistidos (inmigrados fundamentalmente) que no muestran ninguna gratitud, que viven del “cuento”, y que “pagamos entre todos”. Y que son la base exclusiva de delincuencia: la “racaille” que hay que eliminar. En conclusión: hay que hacer más difícil el acceso al desempleo, reducir las ayudas a los “asistidos”, aumentar el control de los inmigrados, reforzar los dispositivos de la policía, desregular la actividad de los que “se esfuerzan” y quieren hacer dinero.  Es la coartada. Al final, si consigue sus propósitos,  los paganos serán los trabajadores. Sería conveniente que la izquierda francesa saliera de ese sopor y que reaccionara con prontitud. Hay mucho en juego. Y no debemos olvidar que lo ocurrido en Francia repercute a nivel mundial. Cándido Marquesán Millán 

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