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Carencias del nacionalismo español

                                  

                 Uno de los temas más graves en el Estado español actual es la vertebración territorial. No hay que obviarlo, está aquí y ahora. No es nuevo, hace mucho tiempo que revolotea sobre nuestras cabezas.  Ortega y Gasset o Manuel Azaña. lo constataron ya. Muchos, no sé cuántos, en el Estado español consideran que la nación española es una realidad incuestionable. Otros, no sé cuántos, no lo tienen  tan claro. Tan legítima es la opinión primera, como la segunda.  En esta cuestión, como en otras, los fundamentalismos están de sobras. La existencia de la nación española no es una realidad dogmática. Por ende, tan legítimo es sentirse español, como sentirse catalán o vasco.  

Estas breves líneas no versarán sobre la solución a este problema. Para eso están los políticos. Mi única pretensión es fijarme en su génesis histórica, porque no se puede entender el hoy ni atisbar el futuro sin analizar el ayer.

           

 Como señala Älvarez Junco. En el siglo XIX, los políticos españoles de la Revolución Liberal  intentaron crear un Estado moderno y homogeneizar el país territorialmente, creando las circunscripciones provinciales. A nivel jurídico, se ordenó todo el caótico enjambre de leyes procedentes de la Edad Media. Se racionalizó el propio poder central, con un ejecutivo distribuido en ocho ministerios; un legislativo, constituido por dos cámaras, y una organización judicial totalmente nueva. Se creó la Bolsa de Madrid, un sistema fiscal unificado, y Banco de España, con el monopolio de emisión de moneda. Una moneda oficial. En definitiva, se modernizó, se uniformizó y se centralizó el aparato estatal español. Lo que no consiguió fue nacionalizar a las masas.

 

            No se crearon escuelas públicas donde habían de “fabricarse españoles”, como dice Pierre Vilar. Dominaron los colegios religiosos, más preocupados por fabricar católicos. En el Plan educativo de la Ley de 1857, no se incluyó entre las enseñanzas del nivel elemental una Historia de España, mientras que sí había una “Doctrina Cristiana y Nociones de Historia Sagrada”. Y no sólo descuidaron la Historia de España y los valores cívicos, en beneficio del catecismo y la moral cristina, sino que, cuando la eficacia pedagógica lo exigía, la doctrina se enseñaba en vasco, catalán o gallego, en lugar de en la lengua oficial del Estado. En la Francia de la Tercera República, a través de la enseñanza estatal obligatoria la situación fue muy diferente.

 

            Otro instrumento clave para nacionalizar a las masas es el servicio militar universal, así lo entendieron en Francia. En España ocurrió todo lo contrario, ya que existían exenciones, y las clases ricas mediante el pago de una cuota se excusaban de este servicio.  De seguir el ejemplo del país vecino, el proceso nacionalizador en todas las clases sociales hubiera sido mayor sobre todos los soldados, al romper su aislamiento y hacerles convivir con otras personas a las que empezarían a ver como compatriotas de otras regiones; al practicar un idioma que considerarían común; y al someterles a un baño intenso de retórica sobre la necesidad de posponer  el egoísmo personal en pro del bien de la patria. En consecuencia el ejército nunca cumplió en España el papel unificador que tuvo en otros Estados europeos.

 

            La guerra contra un enemigo exterior fomenta el sentimiento nacional. Puede servir de ejemplo el caso inglés durante la II Guerra Mundial. Se unieron todos, como una auténtica piña, cuando la mayoría de sus ciudades eran machacadas por la aviación nazi. En cambio, aquí en España nos matamos los unos con los otros en las Guerras Carlistas decimonónicas o la trágica Guerra Civil.   

 

A la hora de crear unos sentimientos nacionales, son muy importantes todo un conjunto de símbolos: banderas, himnos, ceremonias conmemorativas, monumentos… En Francia las hay. Hoy todos los franceses aceptan sin discusión toda una simbología: su bandera, su himno “La Marsellesa”, su fiesta nacional “El 14 de Julio”. En España  el panorama es muy diferente. El himno nacional actual  aprobado en el Estado español, por cierto sin letra, salvo la creada por el ínclito José María Pemán y que hasta hace poco los descendientes de Bartolomé Pérez Casas cobraban derechos de autor, no es aceptado por todos, ya que para los republicanos es el himno de Riego y a muchos catalanes lo que les hace vibrar de verdad son los sones de Els Segadors. La bandera rojigualda tampoco es aceptada por todos, ya que algunos prefieren la  tricolor, y para muchos catalanes es la Senyera. En cuanto a la fiesta nacional, han existido varias: el Dos de Mayo, Santiago Apóstol, o finalmente el 12 de Octubre; y esta última no deja de ser discutida, y para muchos catalanes su fiesta nacional es El 11 de septiembre. Tampoco se impulsó la construcción de monumentos que honrasen los valores, héroes o glorias nacionales. ¿Existe alguno simbólico de la nación española? Sin embargo, en Cataluña la mayoría conoce la tumba de Rafael Casanova.

 

            El régimen franquista sí que se preocupó por nacionalizarlas a las masas, por españolizarlas. Muchos padecimos aquella horrenda asignatura de Formación del Espíritu Nacional. Mas esa nacionalización era tan agresiva como grosera; ya que era forzada, brutal y basada en la anulación y aplastamiento de media España. Esa nacionalización se basaba en sublimar todo un conjunto de acontecimientos y personajes: Numancia, Viriato, Recaredo, Pelayo, Covadonga, Reconquista, Santiago Matamoros, el Cid, Guzmán el Bueno, los Reyes Católicos, Lepanto, Pavía, el Alcázar, Marcelino, Pan y Vino….

 

            Con la instauración de la democracia, pienso que tampoco, se ha hecho nada por nacionalizar, por fabricar españoles. En cambio, con la implantación del Estado de las Autonomías, en muchos lugares de Estado español, lo han tenido muy claro, y lo que se ha hecho desde los poderes públicos, es nacionalizar a las masas, mas no para fabricar españoles. Esta ha sido la realidad. Por lo menos así yo lo veo.

  

            Cándido Marquesán Millán.

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