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España ha dejado de ser católica  

             Un 13 de octubre,  de hace 75 años, en las Cortes españolas,  se pronunció uno los discursos más brillantes en la historia parlamentaria. El tema versaba sobre la cuestión religiosa, y  todo su contenido la derecha de entonces y buena parte de la de ahora, sin haberlo querido entender, y retorciéndolo con fines partidistas, lo redujo a la frase: España ha dejado de ser católica. De entrada no era revolucionario, ya que venía a reflejar una realidad que en repetidas ocasiones las autoridades eclesiásticas, como Vidal i Barraquer, lo habían dicho ya. Afirmar que España había dejado de ser católica no fue una originalidad de Azaña. Fue, por el contrario, una mera constatación, y dijo lo que quería decir y lo que todo el mundo sabía, incluso los obispos: que la Iglesia no informaba ya la cultura española y que vivía de espaldas a la clase obrera. Lo novedoso, lo que hará aborrecible a Azaña es que a partir de tal premisa pretendiera ordenar el Estado, imposibilitando a la Iglesia el puesto que en él, y en la sociedad, siempre había ocupado.

            Si  en aquel año la susodicha y denostada frase, era cierta y contundente; hoy lo es más todavía.  Nunca, como ahora en España, hubo una huída tan masiva, silenciosa y creciente de católicos que abandonan la Iglesia; nunca los templos estuvieron tan vacíos, nunca los jóvenes se desentendieron tanto de todo lo relacionado con el clero y sus directrices, nunca los seminarios y noviciados estuvieron tan solitarios… y por ello se lamentan compungidos los obispos españoles. Todos lo podemos constatar, como lo reflejan estudios serios de la Fundación Santa María, el Injuve o el CIS. Habrá que indagar en el porqué.

            La creciente irreligiosidad en las sociedades avanzadas, como indica  el teólogo José M. Castillo, suele explicarse por la cultura propia de la modernidad o postmodernidad. Hoy, en las sociedades de Europa y América del Norte, al no existir conflictos bélicos, al existir prosperidad y bienestar se ha alcanzado un estado de seguridad sin precedentes, por lo que los ciudadanos saben que a la hora de la verdad no les va a faltar lo que necesitan para vivir. La consecuencia lógica es que ha descendido vertiginosamente la necesidad de consuelo que, a lo largo de la historia, ha proporcionado la religión.

            Hoy, en España se vive como nunca, lo que no significa que se sea más feliz y se sepa encontrar un sentido de la vida Vivimos mejor, pero necesitamos de una manera imperiosa siempre algo nuevo y distinto, comportamiento lleno de infantilismo, como señala Pascal Bruckner. Por ello la tendencia a la evasión, a la búsqueda de válvulas de escape, a pasarlo bien sea como sea. De ahí la locura por huir de las ciudades en todos los fines de semana. Hoy nos atrae mucho más el bienestar inmediato que las promesas “en la otra vida” que nos puedan ofrecer las religiones. Hoy se quiere la felicidad aquí y ahora, y vivir lo mejor posible, lo que puede incluir también el lote de religión, sobre todo, en romerías, procesiones de Semana Santa  o de fiestas patronales, donde uno se lo pasa bien y, además, se tranquiliza un poco la conciencia, que tampoco viene mal. Hoy, vemos personas que se declaran ateas, pero no tienen inconveniente  en llevar la peana del patrón de su pueblo o ser cofrade en Semana Santa.

            Además ante los cambios vertiginosos que se están produciendo en nuestra sociedad más plural, laica, dinámica, abierta y democrática que nunca, la jerarquía católica española se ve desbordada, no sabe encontrar una adecuada respuesta. Se está quedando descolocada. El aggiornamiento que se vislumbró en el Concilio Vaticano II se ha cegado.  Ante problemas humanos como: la homosexualidad, el divorcio, el uso de los preservativos, el sacerdocio femenino, el celibato sacerdotal, la experimentación con las células madre de embriones humanos, la adaptación a un sistema democrático… la jerarquía católica española no ha sabido o querido encontrar unas respuestas adecuadas. Y tal como se manifiestan los Rouco, Cañizares o Ureña, no parece que se vayan a producir cambios significativos, tal como acabamos de ver en la reciente entrevista mantenida por los representantes de la Conferencia Episcopal con la Ministra de Educación. Siguen erre que erre con la idea de “imponer” una asignatura alternativa a los alumnos que no quieran estudiar la religión o negar los derechos laborales a los profesores de religión. Por ello muchos ciudadanos de esta sociedad terminan al margen de la institución religiosa; surgiendo un tipo nuevo de creyente que declarándose católico, deja de ser practicante. Además proliferan las creencias difusas, la tendencia al sincretismo, el esoterismo, así como también la orientación de la jerarquía católica española, síntoma de debilidad moral y doctrinal, hacia posturas cada vez más integristas y por ello ha favorecido a grupos como el Opus Dei, el Camino Neocatecumenal, Comunión y Liberación, o los Legionarios de Cristo, mientras que ha marginado a grupos más progresistas, como Renovación Carismática, la Corriente Somos Iglesia, con su corolario de Un Concilio para el siglo XXI, o la Teología de la Liberación. Lo más grave  es que esa cerrazón de la jerarquía plantea a muchos católicos profundos e insolubles problemas de conciencia. A los que se casaron por la iglesia, y que por diferentes razones no cuajó su matrimonio,  que desearían volver a hacerlo con otra persona,  y no pueden. A los sacerdotes casados que querrían desempeñar su vocación ministerial. A muchos jóvenes, que aman de verdad a su pareja, y no pueden practicar su sexualidad antes del matrimonio. A numerosas parejas que se ven obligadas a tener  más hijos de los que desean, por la imposibilidad de usar el preservativo.  

Hoy, un personaje como Jesucristo, que se preocupó más por los hombres que por los ritos, que fue capaz de enfrentarse para defender a los marginados, como las prostitutas, cabe pensar que no pondría impedimento alguno al uso del preservativo, a toda la población africana, o a dos jóvenes que se aman. Jesucristo se mantiene vivo, no por su poder autoritario o por sus imposiciones doctrinales, sino por su capacidad de estar al lado de los hombres y entender cuáles son sus problemas. Debería la jerarquía católica realizar un profundo acto de reflexión, ya que parece tener secuestrado a Jesucristo y su mensaje, echándolo a perder lamentablemente. Por ende, que no se extrañen que cada día los templos estén más vacíos.

   CÁNDIDO MARQUESÁN MILLÁN

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