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UNAS IMPRESIONES  APRESURADAS TRAS LA MUERTE DE PINOCHET   

Acaba de morir hoy día 10 de diciembre de 2006, a las 14,25 horas en un Hospital  Militar,  Augusto Pinochet, el dictador que gobernó con mano de hierro Chile de 1973 a 1990.  La valoración sobre su actuación en la sociedad chilena es dispar. Para sus acérrimos defensores, que se agolpaban a las puertas del Hospital, su mérito radicó en haber librado a su país de las garras del comunismo, y por si todavía no fuera bastante, supo instalar  un modelo económico, desarrollado más tarde con gran éxito por gobiernos democráticos, que ha puesto a Chile a la vanguardia del desarrollo en América Latina. El equipo económico de Pinochet diseñó un conjunto de innovaciones de política económica que pusieron los cimientos del modelo liberal con el que Chile, ya en democracia, alcanzó unos niveles sin precedentes de estabilidad y crecimiento económico, con tasas de 6% y 8% por ciento anuales, que permitiría al país en una década que se duplicara el producto nacional y ganara un gran reconocimiento internacional. Nadie discute este hecho. La pregunta que todos ponemos hacernos es muy simple: ¿Es ésta una razón suficiente, moralmente válida  para justificar el otro legado que son las infames violaciones de los derechos humanos perpetradas por la dictadura y que constituyeron una de las mayores infamias en la Historia de Chile? Pienso que no, por varias razones.

Pinochet llegó al poder tras un cruento golpe de estado que derrocó el gobierno legalmente establecido y nada que pudiera venir después, podría ser legitimado. Nombrado por Salvador Allende, el presidente depuesto, como jefe de las fuerzas armadas, Pinochet no sólo traicionó brutalmente la confianza debida al mandatario sino sobre todo la obediencia al poder civil al que está obligado un ejército en un estado democrático. Las grabaciones divulgadas años después, en las que se oye la voz de Pinochet dirigiendo el golpe y ordenando manu militari, que se ofrezca salir a Allende del país en un avión militar para que, según quería el golpista, fuera precipitado al mar, muestran claramente la catadura moral de los militares que prepararon y ejecutaron el golpe. Los documentales del cineasta chileno Patricio Guzmán, reflejan la brutalidad y la deshumanización de todos los militares golpistas.

Por otro lado, los informes de las Comisiones de la Verdad y Reconciliación (1991) y sobre Prisión Política y Tortura (2004), elaborados durante los gobiernos de Patricio Aylwin y Ricardo Lagos, respectivamente, ponen de manifiesto el perfil moral de la dictadura. Pinochet y sus secuaces promovieron un escrupulosa y organizada  operación para asesinar a 4.000 personas, reprimir y violar los derechos humanos en unos 800 centros reconocidos de detención ilegal mediante, al menos, 18 métodos de tortura, según los testimonios válidos de unas 28.000 personas. La Dictadura actuó como una máquina perfecta y consciente de lo que estaba haciendo, en una mezcla perversa de psicopatía y de odio dirigida a personas y agrupaciones concretas, que no tenía nada que ver, como llegó a decir Pinochet, con salvar al país del marxismo, sino más bien como la forma más cruel de destruir al contrario.

El segundo de estos informes es desolador. Nos muestra que el 94% de los detenidos en esos años sufrieron algún tipo de tortura y casi todas las mujeres que testimoniaron fueron sometidas a algún tipo de violencia sexual. Muchas vidas no se recuperaron jamás por los daños físicos y psicológicos sufridos. Muchos de los relatos permanecieron en silencio durante treinta años por temor, por la parálisis psicológica que se produjo en las víctimas. Muchas personas callaron simplemente por dignidad ante la gravedad de las infamias cometidas.

Lo verdaderamente grave es que algunos en Chile, Londres o la CNN, para explicar, matizar e, incluso, justificar los crímenes, las vejaciones, las torturas, recurren al crecimiento económico. Cuando una parte de la sociedad, de los gobiernos o de las élites económicas sugiere que las vidas humanas, la dignidad de las personas o los derechos fundamentales  son bienes intercambiables, que no cuentan en aras al buen funcionamiento de la economía, entonces se produce una corrupción moral.  Una actuación así desde un punto de vista ético no tiene justificación alguna.

Por otra parte, habrá que estar atentos a la actuación del estamento militar. ¿Obedecerá al poder civil? ¿Rendirá el ejército honores militares a quien fuera su comandante en jefe por 25 años a Pinochet? El Gobierno de Bachelet ha dicho claramente que no habrá funeral de Estado, encabezado por ella. Si el ejército le rinde honores, estará haciendo un homenaje al responsable último de tantos crímenes y asesinatos y que llevó a cabo un fraude fiscal vergonzante. No es un tema baladí. Parece una auténtica prueba de fuego para la democracia chilena.

Por otro lado, ¿sobrevivirá el pinochetismo a Pinochet? En los últimos tiempos con demasiada ligereza se ha dicho que el pinochetismo ha muerto. Mas hay un pinochetismo que sigue vivo: es el cultural. No sólo son las acérrimas partidarias que se apostaron ante el Hospital Militar para rezar por su salud. Tampoco son personajes excéntricos. El pinochetismo cultural se muestra como una actitud difusa, a la que parece se han acostumbrado los chilenos. Los años de la dictadura sembraron un conjunto de valores: predominio de la fuerza y la prepotencia, la valoración de las figuras de la autoridad, desvalorización del diálogo y del consenso, el individualismo sin límites, la brutalidad de la discriminación de clases. A muchos chilenos les va a costar mucho librarse de toda esta escala de valores. Como también que Chile se vincule indisolublemente con Pinochet. De todo esto sabemos bastante por experiencia propia los españoles.

Alguien dijo que la muerte de cualquier hombre disminuye al resto de la humanidad. Esta afirmación no es válida en el caso de Pinochet.

   

CÁNDIDO MARQUESÁN MILLÁN

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