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GUERRAS OLVIDADAS 

            En este mundo de la globalización, del neocapitalismo y de la democracia liberal, tal como indica Fukuyama, permanecen las jerarquías. Hay guerras de primera, segunda y tercera división. Lo mismo ocurre con sus víctimas. No son iguales la Guerra de los Balcanes, la de Irak o la de Sudán. La carne humana no vale igual en Sarajevo, Bagdad o Jartum. Esta circunstancia la tienen muy clara los diferentes medios de comunicación. Por ende, los despliegues mediáticos son distintos. No debemos escandalizarnos ni sorprendernos por ello La realidad es así de descarnada.

            Dicho lo cual, quiero ser una excepción a la norma. Pretendo, con tu beneplácito, querido lector, fijar mi atención en una de esas guerras de tercera división olvidadas y que, muy de vez en cuando, se convierten en noticia.

            Sudán, como indica Ryszard Kapuscinski, es de los primeros países africanos que tras la II Guerra Mundial alcanzó la independencia. Antes había sido una colonia británica, compuesta de dos partes, unidas artificial y administrativamente: el Norte, árabe-musulmán, y el Sur, negro-cristiano y animista. Entrambas mantenían odios y antagonismos multiseculares, ya que los árabes del Norte se habían acostumbrado a invadir el Sur para apresar a sus habitantes y venderlos como esclavos. Era difícil la convivencia entre ambos mundos. Circunstancia que obviaron los ingleses. En aquel entonces las potencias europeas creían que, aunque se independizasen sus colonias, en la práctica las seguirían controlando. En tal sentido los ingleses intentaron conciliar a los musulmanes del Norte con los cristianos y animistas del Sur. Fue en vano. Ya en 1962 estalló la primera guerra civil, que duró 10 años. Se sucedieron otros 10 de paz frágil, interrumpida en 1983, cuando el gobierno islámico de Jartum, al pretender imponer a todo el país la ley coránica (sharia), inició un nuevo período bélico, que se ha mantenido hasta fechas recientes.

            Profundizando en sus causas últimas, sigue diciendo Kapuscinski, comprobamos que el Norte es todo Sahara y Sahel, desierto de arena y pedregales, interrumpido por el río Nilo, que crea unas fértiles riberas, donde vivían millones de fellahs árabes y pueblos nómadas. Mas, a partir de la segunda mitad del siglo XX y sobre todo después de la independencia de 1956, se aceleró el proceso de expulsión de los fellahs por parte de sus congéneres ricos de Jartum, los cuales, junto con el generalato, el ejército y la policía, se apoderaron de las fértiles tierras del Nilo para convertirlas en grandes plantaciones para la exportación de algodón, caucho y sésamo. Así surgió la clase dominante de los latifundistas  árabes, que oprime al negro del Sur, así como a sus hermanos de etnia, los árabes del Norte. Estos expropiados, expulsados y despojados de sus tierras y rebaños, tienen que ganarse la vida en algún sitio. Algunos engrosarán las filas del ejército, de la policía o de la burocracia. A los otros se les expulsa hacia el Sur, donde existen dos grandes comunidades: los dinka y los nueros. Ambas se alimentan de leche, y de la carne de las vacas, a las que adoran y aman. Subordinan toda su vida a las exigencias y necesidades de estos animales. La estación seca la pasan junto a los ríos y cuando llega la estación de las lluvias marchan en busca de los pastos de los altiplanos. Por ello necesitan espacio, sin él enferman. Tampoco hay que olvidar que en el Sur existen además de tierras muy fértiles, importantes yacimientos de petróleo, níquel y uranio

Es probable que el inicio de esta sempiterna guerra surgiera porque el ejército del Norte les robase una vaca o porque éstos quisieran rescatarla. Da igual, la vaca fue la excusa. Los señores árabes del Norte no podían consentir  que unos pastores del Sur tuvieran los mismos derechos que ellos. Los de Sur no querían que les gobernasen unos traficantes de esclavos. El Sur quería la independencia. El Norte no lo admitía. Y así empezaron las masacres. Afirman algunos que ya se han producido 2 millones de muertos, además de cientos de miles de desplazados.

Sea lo que fuere, aunque la guerra pudiera iniciarse con unas motivaciones nobles: el Norte por mantener la unidad del país; el Sur por su liberación, ha degenerado y se ha podrido. Se ha convertido en una contienda entre castas militares, que luchan, a veces entre sí, pero en las más de las veces, contra su propio pueblo. Contra los indefensos: mujeres y niños, que son los destinatarios de la ayuda internacional de sacos de harina y de arroz o de cajas de leche en polvo.

Además de lo peculiar de Sudán, debemos considerar que como país africano que es, las causas del alto y creciente índice de conflictos en este maldito continente, como indica Paul Collier, se encuentran en su dependencia de  las materias primas y en su creciente pobreza. En general, dicha dependencia  aumenta considerablemente el riesgo de guerra civil, probablemente porque ofrece una rápida fuente de financiación para los grupos rebeldes. De modo parecido, la pobreza y la recesión económica aumentan el riesgo de rebelión, pues resulta más fácil para los grupos rebeldes reclutar combatientes. Puede servir de claro ejemplo la experiencia de la República Democrática del Congo. Cuando Laurent Kabila se dirigía, a través de la citada República, hacia Kinshasa, fue entrevistado por un periodista. En sus declaraciones, afirmó que en el Zaire la rebelión era sencilla: todo lo que necesitaba eran 10.000 dólares y un teléfono móvil. Con los dólares  se puede levantar un ejército, mientras que con el teléfono móvil es posible hacer negocios con la extracción de minerales. Al parecer, en esta ocasión Kabila cerró negocios mineros  por valor de 500 millones de dólares, antes de llegar a Kinshasa.

Mientras tanto el mundo desarrollado cruzado de brazos. Todo lo más es enviar a cualquiera de estos países, después de la visita de algún afamado actor cinematográfico,  algunas toneladas de arroz o de harina de trigo, que en la mayoría de las ocasiones no llega a su destino. Con ello tranquilizamos y sedamos nuestra conciencia.

  

CÁNDIDO MARQUESÁN MILLÁN

           

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