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El morboso espíritu de la Institución Libre de Enseñanza penetra como un virus

ConAcento 12 febrero 2018

 

Juan Marichal en su libro El secreto de España. Ensayos de historia intelectual y política y en el capítulo El pensamiento transterrado, califica a los años de 1886- 1936 un nuevo “medio siglo de oro” para nuestra cultura; José Carlos Mainer acuñó el término “la edad de plata” en su conocidísimo libro. Juicios ambos totalmente justificados. En esta autentica explosión cultural, que contrasta con el páramo cultural del período anterior y el posterior, tuvo mucho que ver la Institución Libre de Enseñanza, de inspiración krausista, creada en 1876 por Francisco Gíner de los Ríos, un proyecto educativo basado en la libertad de la ciencia, de investigación y de cátedra, que supuso una ruptura con la enseñanza dogmática entonces vigente controlada por las autoridades eclesiásticas; una educación para la libertad, neutral y aconfesional desde un punto de vista religioso. Más la labor de la ILE no quedaba circunscrita al ámbito pedagógico, iba más lejos, ya que quería conseguir un nuevo tipo de hombre, con una nueva ética con el fin de llevar a cabo un profundo cambio social, tan necesario en la España de aquel entonces. De la ILE brotarían otras ramas. Así, la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas– para que profesores conocieran los avances europeos- cuya presidencia ocupó Ramón y Cajal, junto a José Castillejo; el Centro de Estudios Históricos, dirigido por Menéndez Pidal, y en el que figuraron Américo Castro, Sánchez Albornoz; la Residencia de Estudiantes que albergó a Buñuel, Dalí, Emilio Prados, etc, y por cuyas tribunas desfilaron Einstein, Valéry, Ravel, Russell y Freud.; la Escuela de Estudios Superiores de Magisterio para la formación del profesores e inspectores de acuerdo con modelos europeos; el Instituto-Escuela, un centro de innovación y experimentación pedagógica; las Misiones Pedagógicas, idea de Manuel B. Cossío, a quien se debió la fundación del Museo Pedagógico, las colonias escolares, además de ser el impulsor de la creación del Ministerio de Instrucción Pública. Como también el impresionante impulso a la cultura y la educación en la II República fue de inspiración institucionista con la construcción de nuevas aulas, aumento de plantillas de maestros con sus correspondientes aumentos de salarios… Podríamos además citar un numeroso grupo de escritores, científicos, políticos, que estuvieron influidos por la ILE: Besteiro, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Azaña, Leopoldo Alas, García Morente, etc…

Toda esta encomiable labor se va a cortar de cuajo con la guerra civil. Muchos de estos vinculados con la ILE no tuvieron otra opción que la represión o el exilio, por lo que el daño a España fue irreparable. Un lugar de acogida fue la América, donde se hallaron en el ámbito propio de su idioma. De ahí que el profesor de la Universidad Nacional de México, el filósofo José Gaos, acuñara un neologismo para designar la afortunada condición del español en las Américas de su lengua: “transterrado”, en lugar de “desterrado”. Más adelante explicaré tal vocablo.

En la España franquista se acusó a la ILE de todos los males de la patria, culpabilizándolos del desencadenamiento de la guerra. Como botón de muestra pueden servir el libro “Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza”, auspiciado por la Confederación Católica Nacional de Padres de Familia publicado en 1940, donde se reúnen una serie de trabajos en parte inicialmente aparecidos en 1937 en El Noticiero de Zaragoza, escritos por personajes políticos de primera fila además de prestigiosos profesores o catedráticos de universidad, como eran: Fernando Martín-Sánchez Juliá, Miguel Artigas, Antonio de Gregorio Rocasolano, Miguel Allué Salvador, Miguel Sancho Izquierdo, Benjamín Temprano, Carlos Riba, Domingo Miral, José Talayero, Ángel González Palencia.. Entre ellos hay una notable presencia de nombres vinculados a la ciudad de Zaragoza, hecho al que no será ajena la circunstancia de que la Comisión para la Depuración del Personal Universitario –Comisión A–, creada por Decreto publicado en el BOE de 11 de noviembre de 1936, que fue presidida por Antonio de Gregorio Rocasolano y de la que fue secretario Ángel González Palencia, hubiera establecido con anterioridad su sede en esa ciudad). En esta obra se lanzan los ataques más viscerales y truculentos contra la obra de la ILE. En algunos momentos superan lo imaginable en cuanto a su crueldad. Por ello, nada tiene de extraño que González Palencia en el último capítulo del libro titulado la Herencia de la Institución Libre de Enseñanza escriba estas palabras: “Desbaratado el tinglado institucionista al dominarse la Revolución para cuyo servicio se levantara pacientemente en el transcurso de varios lustros, habrá el Estado español de resolver acerca de las piezas sueltas de aquel tinglado, construidas en su totalidad con dinero de la Nación. La casa matriz, la escuela de niños que en la calle de Martínez Campos era el núcleo fundamental de la secta, habrá de sufrir la suerte de los bienes de todos aquellos que han servido al Frente Popular y a la Revolución marxista. Como en los días gloriosos imperiales, podría arrasarse la edificación, sembrar de sal el solar y poner un cartel que recordase a las generaciones futuras la traición de los dueños de aquella casa para con la Patria.”

Si esta cita del final del libro es de una crueldad manifiesta, no lo es menos otra del prólogo, que no lleva firma, motivos tiene para ser anónimo: “Nadie pensará que este libro es «gran lanzada a moro muerto». Sería demasiado desprevenido e ingenuo. ¡Ojalá muestra lanzada fuera a un cadáver! Gustosos sacrificaríamos nuestra gallardía a la tranquila seguridad de que el «institucionismo» había muerto y era irresucitable. El morboso espíritu de la Institución Libre penetra por vías desconocidas, es inobservable e inaprehensible, como un ultravirus, que sólo se diagnostica cuando ya ha producido sus patológicos efectos. Razón tiene el Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza cuando, más adelante, escribe que «conviene situar estas páginas en su doble finalidad de prevención seria para el futuro y de caballeroso alegato contra personas que viven y que pueden responder a las públicas y concretas inculpaciones que se les dirigen… Porque bien pudiera suceder que cuando las armas victoriosas de nuestro Ejército y Milicias hayan devuelto a España su glorioso pasado, intentara este viejo y frondoso árbol de la Institución, que hoy parece abatido por las circunstancias, retoñar de algún modo, con todas o con algunas de sus ramas, al calor de la España generosa y olvidadiza».

La clarividencia del Caudillo, los méritos de la sangre derramada por tantos mártires y héroes y el apretado haz de los españoles católicos, serán el valladar impenetrable al espíritu irreligioso y apátrida de los institucionistas.

Pero las armas para esta lucha han de ser sobre todo espirituales. No basta la labor negativa; es necesario sustituir ideas y organismos. Por eso, el final de este libro, su colofón, es un esbozo de labores organizadoras positivas.”

Termino con una referencia al catedrático de la Facultad de Medicina de la Central de Madrid, Enrique Suñer, autor del libro Los intelectuales y la tragedia española, de 1937, primer coro orquestado y reiterativo formado por catedráticos, y por miembros del clero secular y regular, de la machacona acusación de ser los hombres de la Institución los autores intelectuales de la crisis española que, según ellos, hizo necesaria la Guerra Civil. El libro de Suñer será frecuentemente citado por diversos autores de Una poderosa fuerza secreta, como fuente de autoridad.

Estremece pensar que la cultura, la educación, la ciencia estuviera controladas por individuos, como los citados en las líneas precedentes. Por cierto, algunos de ellos, todavía por sus méritos-¿Qué méritos?- tienen bustos dedicados en las plazas zaragozanas, y, otro, da nombre a un CEIP de la provincia de Zaragoza.

Me parece muy oportuno terminar estas líneas con una referencia al gran poeta, otro exiliado, Luis Cernuda, autor del probablemente mejor poema del siglo XX en nuestra lengua Díptico español, del que no me resisto a exponer un breve y extraordinario fragmento, también muy duro, que refleja perfectamente la España que dejaron, la de Franco: Así ocurre en tu tierra, la tierra de los muertos,/ adonde ahora todo nace muerto,/ vive muerto y muere muerto;/ pertinaz pesadilla: procesión ponderosa/ con restaurados restos y reliquias,/ a la que dan escolta hábitos y uniformes,/ en medio del silencio: todos mudos,/ desolados del desorden endémico/ que el temor, sin domarlo, así doblega.

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