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¿PARA QUÉ SIRVE LA HISTORIA?

Cándido Marquesán

Resulta extraordinariamente gratificante leer libros, artículos o entrevistas del gran historiador, Josep Fontana.  En una reciente entrevista, publicada en Sociología Crítica  nos dice lo siguiente “Como cualquier rama del conocimiento, la Historia es una herramienta, una herramienta se puede usar para construir o para destruir. Un martillo es espléndido para la construcción y un arma para destruir. La Historia puede servir para cualquiera de las dos cosas, depende de cómo se quiera usar. La Historia juega además -porque la educación ha favorecido que sea así- en el terreno de los prejuicios y los sentimientos, que es un terreno terrible.

Eso lo ha analizado muy bien Kanheman y George Lakoff, mostrando que una gran parte de nuestro pensamiento habitual es pensamiento no razonado, que procede de convicciones y prejuicios, de aquello que creemos que está bien o está mal, y que alimentamos durante toda la vida.

La gente busca el periódico, la emisora de radio o de televisión que responde a sus convicciones, que las refuerza y fortifica. Conseguir que se razone en el terreno de la historia y de la política es difícil, porque son territorios minados por una serie de elementos irracionales. Mis maestros -Jaume Vicens Vives y Ferran Soldevila- me enseñaron que lo importante es que un historiador enseñe a la gente a pensar por su cuenta, no a contarle la verdad, sino hacerle desconfiar de todas las verdades adquiridas, estimularle a que piense por su cuenta”.

Evidentemente, como profesor de Historia es también lo que yo siempre he pretendido. Y en cierta manera, he debido de conseguirlo aunque sea parcialmente, ya que un antiguo alumno del IES “Bajo Aragón” de Alcañiz, Ignacio Urquizu profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, además de asiduo y brillante articulista en periódicos, y autor del libro breve, pero lleno de enjundia, La crisis de la socialdemocracia: ¿qué crisis? en la dedicatoria que me escribió:  “Para Cándido, profesor de Historia cuando comenzaba  y de quien aprendí a pensar por mi cuenta y con libertad”. Igualmente, una de las mayores satisfacciones recibidas a nivel profesional, fue una llamada de la madre de una alumna de 4º de la ESO del IES “Benjamín Jarnés” de Fuentes de Ebro en la provincia de Zaragoza, en la que no me felicitó porque el grupo de su hija hubiera aprendido mucha historia, sino porque les había fomentado el espíritu crítico. En esta tarea ardua, y cada vez menos valorada en nuestra sociedad y especialmente por parte de las administraciones educativas, éstas son las experiencias que te reconfortan y te hacen seguir adelante.

Uno de sus libros que todo profesor de Historia ha leído es el titulado Crisis del Antiguo Régimen 1808-1833,  en el que se puede entender con una claridad apabullante ese momento clave de nuestra historia. En febrero del 2013 pude leer con auténtico placer otro libro El futuro es un país extraño. Una reflexión sobre la crisis social del siglo XXI, y como siempre, pude encontrar lo que esperaba, lecciones de un maestro de la historiografía, además de coherencia. Según sus propias palabras,  esta obra nace de las preocupaciones que le surgieron tras haber concluido su libro anterior  Por el bien del imperio.

Una historia del mundo desde 1945, mucho más extenso y con extraordinario trabajo de investigación detrás,  al apercibirse de que la crisis siguió avanzando pero de la que no había acabado de ver la trascendencia. En estos momentos, la profundidad del desastre y la evidencia de que se trata de un cambio de larguísima duración, que puede continuar y tener unas consecuencias catastróficas, es una evidencia muy clara. Dos años después sus palabras siguen estando vigentes.

Hay otros, no pocos, historiadores de relumbrón que utilizan sus cátedras para ponerse al servicio incondicional de los poderes políticos y económicos dominantes, impartiendo conferencias en esplendorosos salones de entidades financieras, empresariales o políticas; recibiendo encargos para realizar congresos, estudios, publicaciones  para determinados  Think tanks, por lo que son recompensados espléndidamente. O  para redactar artículos, como está ocurriendo en estos momentos por algunos historiadores como Santos Juliá, Álvarez Junco, Antonio Elorza, vamos a decirlo suavemente sorprendentes y durísimos en contra de Podemos.

Tanta uniformidad unidireccional resulta sospechosa. Tengo la impresión de que están escritos ad hoc, con el objetivo de inocular miedo a la ciudadanía y así impedir que los Iglesias, Monedero o Errejón puedan llegar al poder. Puede que sea porque son parte del establishement académico, que debe mucho a los poderes políticos, detentados exclusivamente desde la instauración de nuestra Inmaculada Transición exclusivamente por los dos grandes partidos. Ellos sabrán sus motivos de la deriva que han decidido tomar. Por supuesto, son libres de hacer lo que quieran. Lo que sería lamentable es que aquello que escriben no lo pensaran realmente. Al respecto quiero  hacer una reflexión. La izquierda debería entender que es preciso unir emoción y gestión, renovar las emociones y concretar alternativas claras y atractivas.

Apelar a la sensibilidad, según M. Foessel reivindicando una democracia sensible, significa destacar la importancia de los afectos en la construcción del vínculo democrático y del sentir colectivo. Hubo momentos en los tiempos recientes en España en los que las emociones tuvieron una gran importancia: las movilizaciones tras el hundimiento del Prestige o las manifestaciones contra la guerra de Irak. Igualmente los aspectos emocionales estuvieron presentes en el movimiento ciudadano del 15-M: la alegría, la ilusión por un cambio posible. "Primero estaba indignada, ahora estoy ilusionada", aparecía en bastantes pancartas.

Lo que es incuestionable es que el 15-M ha creado un sentido de comunidad, ha apelado a la ciudadanía y ha aspirado a una democracia más sensible. Toda esta avalancha de emotividad estaba en las calles y las plazas españolas, y la izquierda existente principalmente la del PSOE e IU se ha mostrado incapaz de escucharla, recogerla y encauzarla en un programa articulado e ilusionante. Quien si ha dado muestras de sensibilidad para encauzarla políticamente ha sido Podemos. De ahí sus expectativas electorales, que está provocando un auténtico pavor a los partidos políticos sistémicos y también a los comentados historiadores, y que muchos politólogos aducen que es una muestra de inmadurez del pueblo español. Discrepo. El pueblo español sabe a quién vota y por qué. En todo caso, si se equivoca, ese será su problema.

La visión de Fontana es muy diferente. En la entrevista mencionada responde que “Podemos tiene un rasgo importante, que revela el desencanto de la gente ante lo que hay. Viene alguien y dice “nosotros vamos a ofrecer algo distinto” y se apuntan. Luego ya veremos. Pero de momento, lo que más me gusta es ver el terror de los dos partidos establecidos ante esa amenaza”.

Concluyo con unas líneas de sentido homenaje a Josep Fontana.  Considero que es todo un ejemplo de historiador comprometido, sin que la edad-tiene ya 84 años- haya aminorado su espíritu reivindicativo, en el que deberían fijarse otros.  Sus extraordinarios conocimientos históricos los utiliza para tratar de entender este dramático presente y mostrar alguna salida de este siniestro túnel. Esa es la misión de la Historia: estudiar el pasado, para entender el presente y forjar un futuro mejor. En la misma introducción del libro El futuro es un país extraño. Una reflexión sobre la crisis social del siglo XXI, nos advierte que tal como estamos constatando día tras día, con la perdida de los derechos sociales, el empobrecimiento de la gran mayoría y el enriquecimiento de una minoría, el desmantelamiento del Estado de bienestar para beneficio de empresarios privados, las restricciones de la democracia,  y que a la luz de estas evidencias, deberíamos revisar nuestra concepción de la Historia, como un relato de progreso continuo para darnos cuenta que estamos en un período regresivo. Los momentos de progreso no han sido propiciados porque las clases dominantes han tenido unos arrebatos de humanidad o altruismo, muy al contrario, han sido por el miedo a la revolución que les obligó a hacer concesiones.

En definitiva, la presión desde abajo de la gran mayoría ha servido para alcanzar unas conquistas sociales. Además éstas, con cierta ingenuidad habíamos creído que estaban aseguradas para siempre. Pues observamos que no es así, ya que están siendo dinamitadas por esa minoría, por lo que para recomenzar una nueva etapa de progreso habrá que volver a ganarlas con métodos nuevos, porque las clases dominantes han aprendido a neutralizar los que usábamos hasta hace poco. «El sistema está preparado para evitar el estallido social»

Sigue diciéndonos que de lo que nos está ocurriendo ahora, aunque ya se inició a mitad de los 70 en el mundo anglosajón, debemos aprender que ninguna conquista social se consigue sin lucha, la cual solo puede alcanzar el éxito cuando se ha forjado una conciencia colectiva de que no podemos resignarnos ante la injusticia, sino que estamos obligados a fijar unos objetivos comunes de progreso y debemos luchar por ellos. Para construir esta conciencia es fundamental la comprensión de la realidad social en la que vivimos, que hoy está oculta por una información proporcionada por unos medios de comunicación en manos de sus propietarios, que nos imponen una visión conformista, según la cual la realidad es la que es y no puede hacerse nada para cambiarla.

La derecha ha sido muy hábil en esta tarea, repitiendo tópicos simplistas y mensajes engañosos que se imponen como verdades absolutas. Como, por ejemplo, la necesidad por el excesivo gasto social en educación, sanidad, o pensiones de las políticas de ajustes fiscales, que nos llevarán en volandas al crecimiento económico, con el consiguiente incremento del empleo. Un estudio del F.M.I. sobre 173 casos de austeridad fiscal registrados en los países avanzados entre 1978 y 2009 confirmaba  que las consecuencias fueron mayoritariamente negativas: contracción económica y aumento del paro. Entonces, ¿cómo podemos entender el empecinamiento en estas políticas? Observando el caso de España, Mark Weisbrot opina que la política del gobierno de Rajoy, es debilitar el movimiento obrero como parte de una estrategia a largo plazo para desmantelar el Estado de bienestar, lo cual no tiene nada que ver con resolver la crisis actual ni con reducir el déficit público.

El deber que debe asumir en estas circunstancias el historiador es el de contribuir a denunciar la mentira de estos análisis tramposos, realizados por auténticos trileros, que pretenden inocularnos la resignación y la sumisión, que, por cierto, en buena parte lo están consiguiendo, para contribuir, en la medida de sus fuerzas, a reinventar un nuevo futuro, que de momento es desconocido, una vez que han sido barridas las posibilidades de realizar el viejo: el que tuvo su origen en la Ilustración y alentó nuestras esperanzas hasta el final de las tres décadas posteriores al final de la II Guerra Mundial.

Más desigualdad, menos derechos y más represión para que nadie lo cuestione. Este es el ‘extraño’ futuro que el maestro augura a no ser que los movimientos de contestación social lleguen a poner el miedo en el cuerpo al sistema. Por cierto, Podemos ya ha empezado a sembrar el miedo. Vamos en buena dirección.

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