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Que tiene que llover a cántaros

 

            Érase un país en el que durante una larga noche de piedra, nos contaron que debajo de los adoquines había arena de playa. Y llegó el día feliz. Y todos en una explosión de alegría e ingenuidad, nos creímos el modélico proceso de tránsito de una época de represión, muerte y miseria a otra de libertad, vida y opulencia. Ya podíamos dar lecciones al mundo. Mas, en el camino hubo  además de amnistía, amnesia, y falta de reconocimiento  a muchos de nuestros compatriotas que sacrificaron sus vidas en el altar de la libertad, al ser masacrados cruelmente por auténticos criminales, que se autoproclamaron patriotas de postín con la bendición de jerarcas purpurados, que envilecieron la religión que decían representar. Pasaron los años y muy pocos audaces cuestionaron esta gran mentira, y quienes se salieron de este redil marcado a fuego, fueron sometidos a furibundos ataques de sectores muy poderosos del ámbito político, económico y académico, acusados de poner en grave peligro una pacífica convivencia, producto del consenso de la gran mayoría, que, conocedora de su traumático y fratricida pasado, en un acto de ejemplar generosidad decidió no volver a cometer los mismos errores. Casi todos, mantuvimos  intacta esta creencia, que parecía estar muy arraigada. Pero, con la llegada de una gran tormenta producto de la explosión de una grandiosa burbuja, ese edificio que parecía tan firme y consolidado comenzó a resquebrajarse, por lo que es factible su estruendoso derrumbe, como si hubiera sido construido con podridos, averiados y oxidados materiales.

           

Estuvimos convencidos de que nuestra Carta Magna, producto del consenso de las principales fuerzas políticas, sería respetada y aplicada tanto en su parte orgánica, como en la referente a los derechos humanos. Ambas incumplidas. Por ello, la fiesta que con gran parafernalia se celebra anualmente para conmemorarla, es una burla a toda la ciudadanía.

 

            Quien, nos dijeron, había sido el gran artífice de nuestra transición, ha quedado desnudo, con sus vergüenzas al aíre. Ni condenó al cruel dictador a quien debía su poder; ni su trayectoria ha sido tan ejemplar, como nos hicieron creer. Desaparecido el blindaje mediático, hemos constatado que su conducta es idéntica a la de sus ancestros familiares: libertinaje,  insensibilidad hacia los débiles, falta de transparencia.. Por ende, está perdiendo la confianza de la ciudadanía a raudales, y a pesar del blindaje constitucional  es factible  que sea despojado de su cargo.

           

Todos creímos que, por fin, seríamos dueños de nuestro destino, y que podíamos expresar nuestras aspiraciones, sirviéndonos del voto, al que estábamos poco acostumbrados. Que nuestros representantes electos las tendrían en cuenta en su práctica política. Mas, nuestros deseos defraudados. Un presidente de gobierno, que convierte la mentira en virtud, que tras las elecciones olvida sus promesas a los ciudadanos, más pendiente de las órdenes de instituciones que nadie ha elegido; que cobarde sus acciones políticas las explica en un plasma, que permite una corrupción pestilente en su partido, que hunde en la miseria a la gran mayoría, está totalmente desacreditado y deslegitimado. Por tanto, si fuera una democracia de verdad, no una pantomima, debería dimitir por dignidad y por respeto a sí mismo, y al resto de los españoles.

 

Creímos también que en la Carrera de San Jerónimo estaría el Sancta Sanctorum de la democracia, la sede de la soberanía popular. Pero, estamos observando que ese lugar, tiene que estar protegido con empalizadas y policías de los ciudadanos, a quienes debería representar y defender.

 

Que la justicia emanaría del pueblo y se administraría por jueces independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley, y ante la que todos los españoles seríamos iguales, se convirtió en creencia generalizada.  Mas, era una ilusión. Vemos que un juez con una trayectoria impecable y ejemplar de lucha contra el narcotráfico, el terrorismo, la corrupción y la dictadura fascista es expulsado de la carrera judicial, merced a la denuncia de la extrema derecha, envidias corporativas y presiones políticas; y  que para la justicia los criterios más importantes siguen siendo el poder, el dinero o la sangre azul.

 

Que después de estar perseguidos, los partidos políticos expresarían  el pluralismo político, serían  el instrumento fundamental para la participación política y que su estructura interna y funcionamiento serían democráticos. Otra decepción, ya que se parecen cada vez más a una casa cerrada habitada por unos extraterrestres, en la que se respira un aire contaminado

 

 Que la élite empresarial sería la vanguardia de nuestro desarrollo económico. Otra falacia, ya que  impulsada solo por los intereses  económicos y alejada de la ética, no le importa que a sus compatriotas se les esté arrebatando a dentelladas el Estado de bienestar, mientras esconde sus pingües beneficios en Paraísos Fiscales. Que los sindicatos serían el baluarte de los trabajadores, mas cierto sindicalismo ha pervertido esa misión tan loable.

 

Al escribir estas líneas recuerdo un chiste de la “transición”. Un gran empresario sentado en su despacho dice “¡Pero hombre! Habernos dicho que la democracia era esto y habríamos venido mucho antes”.

 

 Lamentablemente, al final del camino la verdad desagradable asoma. Que bajo los adoquines no había arena de playa. Mas todavía es tiempo de soñar y de creer. Que tiene que llover a cántaros.

 

 

Publicado en El Periódico de Aragón, 1 de junio de 2013

 

 

Cándido  Marquesán Millán

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