¿Interesa de verdad la educación en España?
En estos días que se están incorporando nuestros alumnos a los centros escolares, me parecen oportunas algunas reflexiones, propiciadas por la lectura del libro Modernidad, Republicanismo y Democracia. Una historia de la educación en España (1898-2008), de Manuel de Puelles. En uno de sus capítulos aparece el debate presupuestario de 1901, con intervenciones muy significativas sobre educación. Es un presupuesto que alcanza la cifra de 1.000 millones de pesetas y que consagra con rango de ley el pago a los maestros por el Estado. El diputado republicano Melquíades Álvarez señala que de los 43 millones asignados a instrucción pública, 25 son sufragados por los municipios, 12 son ingresos que tiene el Estado por matrículas, derechos de exámenes y grados: de esta forma, concluye que el Estado dedica a la tarea más grande, más necesaria en la sociedad, la ridícula cifra de 6 millones. En contraposición, en la Casa Real se gastan 11 millones; para el culto y clero, 42; y la Compañía Transatlántica recibe una subvención de 8. En el mismo año se hizo un empréstito de cerca de 150 millones para atenciones de Guerra y Marina. Unos años después al debatirse el presupuesto de 1912, el diputado Luís de Zulueta se queja de que los maestros se quedarán tras este presupuesto con una asignación inferior a la que tiene el Ministerio de Guerra destinada para el pago del pienso de un caballo. La conclusión de Álvarez en 1901 es contundente: los Estados Unidos tienen a principios del XX un 10% de analfabetos; España un 70%; más de 2 millones de niños no asisten a la escuela (de un total de 4 millones) ; el maestro es “el tipo famélico por antonomasia, digno de lástima siempre; las escuelas son cuadras destartaladas, miserables, malsanas, húmedas, sin aíre, sin luz..” Obviamente los momentos actuales son muy diferentes. Mas el dato indiscutible es que nuestro gasto público en educación en 2006 es del 4,3% del PIB, muy por detrás de la mayoría de los países europeos, ya que en los de UE-15 la media es del 5,2%. Situación que no ha mejorado con la crisis. Las autoridades educativas lo reconocen. Por ello, en el documento el Pacto Social y Político por la Educación presentado por el Ministerio de Educación en abril del 2010 se establece el siguiente objetivo: Las Administraciones Públicas, los agentes sociales y las instituciones privadas asumimos un compromiso para incrementar la inversión en Educación. Este compromiso colectivo debe concretarse en que España dedique en el horizonte del año 2015 un porcentaje del Producto Interior Bruto equivalente al de los países europeos. Este desfase presupuestario algo tendrá que ver en el hecho de que más del 30% de nuestros alumnos abandonen los centros escolares sin alcanzar el título de graduado en secundaria.
Retornando al presupuesto de 1901, tanto los liberales, que gobiernan entonces, como la oposición y las minorías parlamentarias, están de acuerdo en que la enseñanza “es la base de la regeneración del país”, y, por ende, dada su trascendencia esta cuestión no puede ser, no debe ser obra de partido. Es decir que debe ser consensuada. Es lo mismo que estamos oyendo ahora entre los principales partidos: necesidad de un pacto. Ya sabemos que no ha sido posible recientemente, como no lo fue entonces, probablemente porque todo aquello que se haga en el ámbito educativo es para pasado mañana, y nuestra sociedad, sobre todo la clase política, está volcada en lo inmediato, en el corto plazo.
Otra intervención en 1901 fue la del diputado liberal Vincenti, en la que se rebela ante el salario miserable de los maestros de 500 pesetas anuales, el mismo que los celadores de telégrafos o los repartidores de cartas. La respuesta del ministro de Instrucción Pública, Romanones fue, reconociendo la insuficiencia presupuestaria en educación, que se estaba haciendo esfuerzos y que no se podía hacer más por las “Circunstancias.” ¡Las circunstancias! He aquí una expresión valida entonces y también ahora. Si en los años pasados de pujanza económica no se alcanzó la equiparación con Europa, ahora en esta crisis profunda es una utopía inalcanzable. Obviamente el salario del docente actual es más digno, aunque bastante inferior al de otros titulados universitarios. El reconocimiento del docente debe fomentarse y así lo reconoce el Pacto Social y Político por la Educación: Se ha de actuar, asimismo, sobre el contexto en el que se desarrolla la labor docente, lo que está asociado al reconocimiento de su autoridad y a un mayor reconocimiento social, especialmente por parte de las familias (…). Es necesario un nuevo acuerdo con el profesorado, que promueva el reconocimiento profesional y social de la labor docente, que garantice un sistema de incentivos salariales y profesionales.
Finalmente en el debate de 1901 se hace referencia a “la necesidad de sensibilizar a la opinión pública para pedirle a la población un gasto mayor educativo (…). Cuando el país esté totalmente convencido se podrá alcanzar ese presupuesto ideal”. Ni que decir tiene que ni entonces ni tampoco ahora se ha alcanzado ese presupuesto ideal, probablemente porque la sociedad no ha sentido esa necesidad. Y como no la ha sentido, tampoco ha presionado lo suficiente a los representantes públicos.
Tal como acabo de mostrar en las líneas precedentes, los problemas educativos, transcurridos más de 100 años, son muy semejantes. Todos reconocemos que la educación es una de las claves del futuro de un país, así lo dicen los gobiernos, partidos políticos, sindicatos, empresarios de la enseñanza, asociaciones de padres y de alumnos, medios de comunicación… No obstante, entiendo que puede darse cierta hipocresía, y que la educación no interesa tanto como dicen algunos. A las pruebas me remito.
Cándido Marquesán Millán
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