PAZ, PIEDAD Y PERDÓN
Nuevamente, José Bono, el presidente del Congreso de los Diputados, vuelve a estar en el centro de la polémica, por haber utilizado para conmemorar el 75 aniversario del golpe de Estado militar que originó la Guerra Civil un fragmento del célebre discurso, que pronunció Manuel Azaña en el Ayuntamiento de Barcelona el 18 de julio de 1938, en el que terminaba pidiendo "paz, piedad y perdón”. Que la figura de Azaña sea nombrada en el Congreso, tiene que ser bien recibida, ya que estamos ante uno de los políticos más destacados en la Historia de España. Tuvo muy claro cuáles eran los males endémicos que aquejaban al organismo español. Supo diagnosticarlos y tuvo soluciones. No obstante, pecó de ingenuo al no apercibirse que determinados sectores privilegiados de la sociedad española no iban a permitir cambio alguno que tocase sus intereses. Fue el hombre destinado por la historia a poner en marcha todo el enorme potencial transformador y utópico implícito en el régimen republicano. Además fue un extraordinario parlamentario. Según Antonio Machado, Azaña es maestro en el difícil arte de la palabra: sabe decir bien cuanto quiere decir, y es maestro en un arte más excelso que el puramente literario y mucho más difícil: sabe decir bien lo que debe decirse. Sus discursos sobresalen por su profundo calado político, así como por su belleza formal. Algunos han pasado ya a la historia parlamentaria. El pronunciado en la sesión de las Cortes el 13 de octubre de 1931 sobre Política religiosa. El de 2 de diciembre de 1931 sobre Política militar. El de 27 de mayo de 1932 sobre El Estatuto de Cataluña.
La declaración conciliadora y desideologizada de Bono fue aplaudida por el PSOE y algunos diputados populares, aunque ninguno de la primera fila de la bancada del PP. Las quejas justificadas han venido de IU-ICV, BNG y ERC porque no se ha condenado, como habían solicitado, el golpe militar. Además usó estas palabras de “paz, piedad y perdón” descontextualizadas, ya que fueron redactadas en un momento determinado, cuando ya Azaña era consciente de que la victoria de los republicanos era una utopía. Santos Juliá ha señalado que en este "tremendo" discurso”, el presidente de la República lanza la "enésima" llamada de atención a la Sociedad de Naciones para que intervenga en un conflicto, que, para Azaña, se estaba prolongando por la intervención de países extranjeros. Además intuyó que la Guerra Civil era ya la primera batalla de la II Guerra Mundial. En abril de 1937, en La Velada en Benicarló. Diálogo de la guerra de España, una de las obras políticas más importantes españolas del siglo XX, a través de su alter ego Garcés señaló ya la trascendencia de la intervención extranjera en nuestra guerra: Enumerados por orden de su importancia, de mayor a menor, los enemigos de la República son: la política franco-inglesa, la intervención armada de Italia y Alemania; los desmanes, la indisciplina y los fines subalternos que han menoscabado la reputación de la República y la autoridad del Gobierno; por último, las fuerzas propias de los rebeldes.
La utilización de la palabra "paz" al final del discurso de Azaña generó controversia entre los sectores del bando republicano que todavía apostaban por una victoria militar. Negrín mantenía la confianza en la victoria que cambiara el curso de la guerra y obligara a las potencias a intervenir, mientras Azaña daba por supuesto que en el terreno militar la República nunca podía vencer y que, por tanto, la única estrategia posible era la de defenderse con vistas a una paz negociada. A pesar de estas divergencias, ambos líderes coincidían: la insistencia de considerar la guerra como una guerra de independencia contra invasores extranjeros, la exaltación de lo nacional y la evocación de un final bélico a través de un acuerdo entre españoles sin venganzas ni represalias. En esta perspectiva, Azaña situará, previa autorización y sugerencia de Negrín, el discurso, todo él dirigido a preparar los ánimos para la paz. En unos momentos que el Gobierno había decidido la ruptura del frente en el Ebro, Azaña no puede proponer en un discurso oficial una política de paz. Por eso, solo al final, abandona los argumentos políticos y recuerda la gran tragedia que ha sufrido la nación española y la obligación moral, cuando la antorcha pase a otras generaciones, de pensar en los muertos y escuchar su mensaje de: paz, piedad y perdón.
Estas palabras además se explican por el profundo dolor que Azaña siente en lo más profundo de su alma por el dramatismo de la guerra, manifestado en numerosas ocasiones, que suponen el fracaso del proyecto republicano. Tras los asesinatos de la Cárcel Modelo de Madrid, en agosto de 1936, en La Velada en Benicarló le hace decir a Garcés: Yo también hubiese querido morirme aquella noche, o que me mataran. La desesperación no me enloqueció... ¡Ingrata fortaleza! Y a Lluch el supuesto Negrín: ¡Utilidad de la matanza! Parecen ustedes secuaces del Dios hebraico que, para su gloria espachurra a los hombres como el pisador espachurra las uvas, y la sangre le salpica los muslos. Vista la prisa que se dan a matar, busco el punto que podrá cesar la matanza, lograda la utilidad o la gloria que se espera de ella. No la encuentro.
Ese profundo dolor que justifica las palabras susodichas, no excluye que Azaña tuviera muy claro quiénes eran los culpables de la guerra, como lo manifestó en el discurso de 21 de enero de 1937 en el Ayuntamiento de Valencia: ¿Qué fue para nosotros la rebelión? Gran parte de las fuerzas armadas se sublevó contra el Gobierno republicano con el objetivo de derrocar por la fuerza el régimen que la nación, libremente, por sufragio universal se había dado. ..Nosotros hacemos la guerra, porque nos la hacen.
Por supuesto, los golpistas no tuvieron en cuenta sus palabras de: paz, piedad y perdón.
Cándido Marquesán Millán
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