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LA SOCIALDEMOCRACIA EN EL SIGLO XXI

            

 Tony Judt es un historiador que va a dejar una huella imperecedera.  Es el paradigma del compromiso ético, ya que en su  obra ha explicado con claridad meridiana qué está ocurriendo en el momento actual, cómo se ha llegado a esta situación llena de injusticias y desigualdades, y también  nos ofrece alternativas para conseguir un mundo más justo y solidario.  Dignifica la disciplina de la Historia.

En su libro “Sobre el olvidado siglo XX” nos señala la facilidad con la que hemos olvidado la historia del siglo pasado, como si viviéramos en una época totalmente nueva e irreversible, y que el pasado no tuviera nada que enseñarnos. Nos avisa que en el siglo XX se produjeron grandes avances científicos, pero también espantosos genocidios e irrecuperables desastres medioambientales. Entre los olvidos, también está la desaparición de los intelectuales, los personajes que en el siglo pasado fueron uno de los vehículos claves para el debate, la transmisión y la difusión de las ideas. El siglo XX fue el siglo de intelectuales como: Koestler, Camus, Hannah Arendt, Althusser, Hobsbawm, Kolakowski. .

Tras el triunfo de la revolución conservadora a partir de los  ochenta, nuestros objetivos colectivos son exclusivamente económicos (prosperidad, crecimiento, PIB, productividad, tipos de interés, bolsas de valores..), como si no fueran sólo medios para alcanzar colectivamente unos fines sociales y políticos, sino pautas suficientes y necesarias en sí mismas. Es demoledor el capítulo dedicado a Tony Blair.  Por ende, las grandes narraciones de la Nación, la Historia o el Progreso, que caracterizaron el relato de la primera parte del siglo pasado, aparecen ahora desacreditadas e irrecuperables.

Su monumental obra Postguerra. Una historia de Europa desde 1945  es  la mejor Historia de Europa posterior a la II Guerra Mundial. Tiene cuatro partes. La primera (que va de 1945 a 1953) trata del fin de la vieja Europa y la división de la Guerra Fría. Es impresionante la descripción del proceso de construcción del régimen socialista en los países del Este, destruyendo cualquier conato de democracia. La segunda (1953-1971) con el momento de la socialdemocracia, la opulencia progresiva que conquista la Europa occidental y la destrucción de las ilusiones en el Este (Hungría, 1956; el muro de Berlín, 1961; Checoslovaquia, 1968), del "malestar de la prosperidad" con movimientos sociales como Mayo del 68. La tercera (1971-1989) de la década de los setenta, con la subida del petróleo y la irrupción de las violencias terroristas, el fin de las dictaduras mediterráneas, el posterior auge del neoliberalismo, y el rapidísimo y pacífico cambio que acaba con la URSS y sus satélites. La última de la nueva Europa que surge entre 1989 y 2006 con un espectacular capítulo sobre la desintegración de Yugoslavia, y cierra el libro con un epílogo -Desde la casa de los muertos- en el que reflexiona sobre Europa y su memoria. Tan importantes son las preguntas planteadas como sus respuestas. ¿Cómo una región que ha producido tanta ciencia y tanta belleza ha sido capaz de desencadenar tantos desastres? ¿Cómo pudo vivir dividida durante la Guerra Fría? ¿Cómo fue posible que resucitaran los nacionalismos después de 1989, pese a los males que han causado? Y la más conocida: ¿cómo Europa renació de sus cenizas en 1945, y condujo a algunos de sus Estados a niveles de bienestar desconocidos?  En un aviso a navegantes, afirma que fue la cooperación de los países europeos lo que pudo engendrar una estabilidad y una prosperidad duraderas.  Concluye "América tendrá el mayor Ejército y China creará más productos y más baratos, pero ni América ni China disponen de un modelo útil que puede ser imitado. Puede que todavía el siglo XXI pertenezca a los europeos".

 Algo va mal, escrito poco antes de morir, es su testamento político. Muestra su perplejidad ante una sociedad que ha hecho del dinero su único criterio moral: "Ha convertido en virtud la búsqueda del interés material". Hasta el extremo de que es lo único que nos queda como proyecto colectivo. Por ello, asistimos a crecimientos salvajes de la desigualdad, a la humillación de los más débiles, a los abusos de poderes no democráticos -empezando por el poder económico- frente a los cuales el Estado es impotente, sin que provoque la menor indignación”. ¿Por qué es tan difícil encontrar una alternativa? La respuesta está en la hegemonía ideológica conservadora y la globalización: frente a la economía global, la política es local y nacional.

El gran problema es el vacío moral. No podemos seguir evaluando nuestro mundo y decidiendo las opciones necesarias sin referentes morales. Sin ellos no se puede reconstruir la confianza. Y la confianza es necesaria para el buen funcionamiento de todo, incluso de los mercados. La izquierda se ha ido quedando muda, mientras la derecha se esforzaba en el desprestigio del Estado. Y así seguimos, sin alternativa. Por el camino hemos perdido la idea de igualdad. Sin ella el discurso socialdemócrata se desdibuja. Mientras los políticos de izquierda defienden la socialdemocracia con la boca pequeña, para Judt es la única apuesta adecuada porque la desigualdad es hoy el problema capital. Para ello la socialdemocracia necesita trabajar por el prestigio del Estado, reconstruir un lenguaje propio y encontrar un relato moral. Injusticia, desigualdad, deslealtad, inmoralidad, la socialdemocracia tenía un lenguaje para hablar de ellas y ha renunciado a él. Ahí radica su fracaso electoral. Pretender justificarlo con la argumentación de que no ha sabido comunicar el mensaje, es estar fuera de la realidad. Si quiere recuperar la credibilidad y la confianza perdidas de muchos de sus antiguos votantes debería interiorizar los mensajes de este gran historiador.

 

Cándido Marquesán Millán

 

 

 

 

 

 

           

 

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