El compromiso de los verdaderos intelectuales
Hace un par de años publiqué un artículo titulado “El compromiso de los historiadores”, en el que expresaba mi profundo malestar porque este colectivo permanecía en su mayoría impasible ante el conjunto de acontecimientos actuales, consecuencia de esta crisis económica que está causando daños tan graves en amplios sectores de la sociedad. Afortunadamente en las últimas fechas estoy comprobando que ya hay un mayor compromiso entre los historiadores e intelectuales, que están denunciando la situación actual y presentan algunas alternativas para salir de ella. Sobre los pensamientos de algunos de ellos, extraídos de mis lecturas, discurren las líneas que siguen a continuación. No obstante, a nivel mediático tienen todavía preponderancia otros “intelectuales” que, desde sus sitiales universitarios en revistas y periódicos subvencionados desde el ámbito empresarial o financiero, tratan de convencernos a la ciudadanía de la inevitabilidad de asumir cuantiosos sacrificios, que nos merecemos, al ser los únicos responsables por haber vivido por encima de nuestras posibilidades. Y los hemos interiorizado sin ningún tipo de cuestionamiento. En cambio, esos mismos “intelectuales” se muestran incapaces de señalar quiénes son los auténticos responsables de esta crisis: la élite financiera y empresarial que, gracias a la desregulación de los mercados, ha amasado grandes fortunas con la especulación más vergonzosa y la clase política que ha permanecido impasible e impertérrita ante estos desmanes que estaban ocurriendo ante sus ojos. La pasividad de la clase política es lógica si tenemos en cuenta su vinculación con las élites financieras y empresariales, funcionando como unos vasos comunicantes. Recientemente hemos constatado como dos expresidentes de Gobierno han sido colocados con altos sueldos en los consejos de administración de dos grandes empresas españolas. Pero lo más grave de esta situación es que los culpables no solo no son castigados, sino que son premiados y defendidos por los gobiernos, que se limitan a la hora de tomar decisiones políticas a seguir las directrices de los mercados, que no son realidades abstractas, ya que son personas concretas: esa élite financiera y empresarial que ha provocado la crisis endosándose grandes beneficios, a los que no renuncian en la actualidad. Y las víctimas, los ciudadanos de la calle, nos hemos convertido en los culpables y tenemos que asumir con las políticas de ajustes fiscales todo tipo de sacrificios de recortes sociales y reducción de de derechos sociolaborales. El mundo al revés.
En cambio, hay otros intelectuales que destacan por su compromiso y no permanecen callados ante los desmanes de algunos en esta crisis, para así despertar las conciencias de las gentes. Esa es la labor de la intelectualidad. Uno de los más destacados es Vicenc Navarro, que en numerosos libros y artículos hace ya tiempo está denunciando la situación actual, explicando cómo se ha llegado y cómo se podría salir de ella desde un planteamiento de solidaridad y de justicia social, muy alejado del preconizado por las élites económicas y políticas. En repetidas ocasiones ha indicado que en nuestro país con una política fiscal progresiva y persiguiendo el fraude fiscal no serían necesarias esas políticas de ajustes fiscales tan traumáticas que está sufriendo buena parte de la sociedad española.
Poco ha, las profesoras Lourdes Benería y Carmen Sarasúa publicaron un extraordinario artículo bajo el título “Crímenes económicos contra la humanidad”, cuya tesis fundamental estribaría en la conveniencia de introducir en el derecho internacional ese delito para todos aquellos que han sido culpables de la crisis económica actual. Este concepto se usó en los debates sobre las políticas de ajuste estructural promovidas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial durante los 80 y 90, que causaron gravísimos costes sociales a la población de África, América Latina, Asia (durante la crisis asiática de 1997-98) y la Europa del Este. Muchos analistas señalaron a estos organismos, a las políticas que patrocinaron y a los economistas que las diseñaron como responsables, especialmente el FMI, que quedó muy desprestigiado tras la crisis asiática. Hoy, culpar a los mercados es efectivamente quedarse en la superficie del problema. Hay responsables, y son personas e instituciones concretas: son quienes defendieron la liberalización sin control de los mercados financieros; los ejecutivos y empresas que se beneficiaron de los excesos del mercado durante el boom financiero; quienes permitieron sus prácticas y quienes les permiten ahora salir indemnes y robustecidos, con más dinero público, a cambio de nada. Empresas como Lehman Brothers o Goldman Sachs, bancos que permitieron la proliferación de créditos basura, auditoras que supuestamente garantizaban las cuentas de las empresas, y gente como Alan Greenspan, jefe de la Reserva Federal norteamericana durante los Gobiernos de Bush y Clinton, opositor a ultranza a la regulación de los mercados financieros. El daño que todos ellos han causado es de tal calado, con millones de parados, de desahuciados de sus viviendas, de incremento de las desigualdades y de la pobreza, de familias y parejas destrozadas, que deberían ser perseguidos por los Tribunales de Justicia. Es lo mínimo.
Ya hace dos años el desaparecido Saramago se expresaba en la misma línea: “Y ya que hablamos de delitos: ¿tendrán los ciudadanos comunes la satisfacción de ver juzgar y condenar a los responsables directos del terremoto que está sacudiendo nuestras casas, la vida de nuestras familias, o nuestro trabajo? ¿Quién resuelve el problema de los desempleados (no los he contado, pero no dudo de que ya son millones) víctimas del crash y que desempleados seguirán durante meses o años, malviviendo de míseros subsidios del Estado mientras los grandes ejecutivos y administradores de empresas deliberadamente conducidas a la quiebra gozan de millones y millones de dólares cubiertos por contratos blindados que las autoridades fiscales, pagadas con el dinero de los contribuyentes, fingen ignorar? Y la complicidad activa de los gobiernos ¿quién la demanda?”
Recientemente Antón Costas acaba de publicar otro artículo bajo el título “Quiebra moral de la economía de mercado” en el que lo fundamental y novedoso es que los argumentos económicos son insuficientes para comprender las causas profundas del desastre que estamos viviendo. No solo ha habido "fallos" de la regulación financiera y "errores" de política, como dicen los economistas. Hay algo más intrigante: una quiebra moral del nuevo capitalismo que emergió en los años ochenta del siglo pasado. Y dice bien porque desde hace unas décadas los únicos e incuestionables valores han sido la ganancia, el beneficio el puro economicismo, en detrimento de la legalidad, la justicia y la solidaridad. Para apuntalar esta idea me viene a la memoria un hecho puntual que me comentó un colega de profesión, docente de la Comunidad de Valencia, que me produjo una gran tristeza. En los momentos de la burbuja inmobiliaria dos alumnos de 2º de bachiller de un I.E.S. de la costa mediterránea solicitaron un préstamo en una entidad financiera para comprar un apartamento y tras tenerlo unos meses venderlo para ganarse 18.000 euros. Para cualquier docente preocupado por la educación en valores, ante esta circunstancia necesariamente tiene que sufrir un profundo desencanto y desconcierto.
Y sobre todo ha destacado en esta labor crítica el historiador Tony Judt, que ha publicado entre otros, unos libros extraordinarios como “El olvidado siglo XX”, “Postguerra. Una historia de Europa desde 1945”, y el último, a modo de testamento político, “Algo va mal”, escrito en la fase final de la esclerosis lateral amitriófica que le llevaría a la muerte el pasado agosto. En él muestra la perplejidad ante una sociedad que ha hecho del dinero su único criterio moral: "Ha convertido en virtud la búsqueda del interés material". Hasta el extremo de que es lo único que queda como sentido de voluntad colectiva. Y así asistimos a crecimientos salvajes de la desigualdad interior en nuestros países, a la humillación sistemática de los más débiles, a los abusos de poderes no democráticos -empezando por el poder económico- frente a los cuales el Estado es impotente, sin que ello cause el menor revuelo o indignación. La pregunta que recorre el libro de Judt es: ¿por qué es tan difícil encontrar una alternativa? Y nos conduce a los efectos combinados de la hegemonía ideológica conservadora y la globalización: la economía se ha globalizado, la política sigue siendo local y nacional. En este punto la política debería encontrar empatía en una ciudadanía que en su inmensa mayoría vive su experiencia en el ámbito local y nacional. En vez de reforzar este vínculo, la política se ha ido desdibujando en la resignada aceptación de los límites de lo posible fijada por los mercados. La única opción debe llegar desde la socialdemocracia, ahora adormecida y descolocada.
Lo más grave de la situación es que no hemos aprendido nada. Los mismos valores y dirigentes que propiciaron la crisis actual no sólo siguen vigentes, sino que han salido potenciados, lo que está provocando un profundo desconcierto y un gran desencanto hacia la política en amplios sectores de la sociedad. Se ha llegado a esta situación es porque especialmente la socialdemocracia hace tiempo que está desaparecida, al haber perdido en su práctica política sus señas de identidad como son la defensa de la justicia, solidaridad y la libertad. Nadie mejor podría expresar lo que le ha ocurrido a esa corriente de pensamiento que el gran Saramago: Otras veces me he preguntado dónde está la izquierda, y hoy tengo la respuesta: por ahí, humillada, contando los míseros votos recogidos y buscando explicaciones al hecho de ser tan pocos. Lo que llegó a ser, en el pasado, una de las mayores esperanzas de la humanidad..., asemejándose más y más a los adversarios y a los enemigos, como si esa fuese la única manera de hacerse aceptar....Al deslizarse progresivamente hacia el centro, movimiento proclamado por sus promotores como demostración de una genialidad táctica y de una modernidad imparable, la izquierda parece no haber comprendido que se estaba aproximando a la derecha. Si, pese a todo, fuera todavía capaz de aprender una lección, ésta que acaba de recibir viendo a la derecha pasarle por delante en toda Europa, tendrá que interrogarse acerca de las causas profundas del distanciamiento indiferente de sus fuentes naturales de influencia, los pobres, los necesitados, y también los soñadores, que siguen confiando en lo que resta de sus propuestas. No es posible votar a la izquierda si la izquierda ha dejado de existir...
Obviamente desde las corrientes neoliberales predominantes desde hace décadas se señala con gran regocijo que ya no existe izquierda alguna, al haber desaparecido las ideologías. Nada más lejos de la realidad. Una cosa es que aquellos que se presentan bajo las siglas de un partido socialista, lleven a cabo políticas muy alejadas de su propia esencia. Pero claro que existe una corriente de pensamiento socialista. Como señala Raimon Obiols, si hay tres tipos de gente, los que hacen que las cosas sucedan, los que esperan que las cosas sucedan, y los que nunca se enteran de lo que sucede; los neoliberales pertenecen a la primera categoría y la mayoría de los progresistas a las dos restantes. Y así ha pasado lo que tenía que pasar. Y lo que parece más grave, es que hasta hoy, determinados valores y principios del neoliberalismo la izquierda, incluida la socialdemocracia, no sólo no los cuestiona, es que además desorientada los ha asumido sin ningún rubor. Mas estos valores y principios de la derecha no son, ni pueden ser los de la izquierda del siglo XXI, ya que tal como el historiador Eric Hobsbawn diagnostica con claridad: la distinción entre izquierda y derecha seguirá siendo central en una época que ve crecer la separación entre los que tienen y los que no tienen, pero el peligro de hoy es que este combate sea subsumido en las movilizaciones irracionalistas de carácter étnico, religioso o de otras identidades de grupo.
Me siento profundamente escéptico en que se produzca un cambio a la situación actual, mientras no haya una fuerte reacción ciudadana, lo que requerirá la desaparición de ese estado actual de indiferencia y de pasividad. Josep Ramoneda en el libro Contra la indiferencia arremete contra el totalitarismo de la indiferencia, reivindicando el espíritu de la Ilustración. Tenemos que volver a aprender cómo criticar a quienes nos gobiernan, como hicieron los ilustrados hace más de 200 años, que fueron capaces de pensar y de actuar por sí mismos, libres de cualquier sumisión divina o humana. Señala que "La democracia es un artefacto débil para luchar contra el abuso de poder que está en el origen de todo totalitarismo. Yo no canto sus bondades, sino que apelo a defenderla frente a una casta política, económica y mediática que trata de sumirnos en la indiferencia y convertirnos en individuos NIF tres ces, esto es en consumidores, contribuyentes y competidores". La impunidad de los que han provocado esta crisis es tan escandalosa que es difícil de entender la falta de reacción salvo que el virus de la indiferencia se haya impuesto definitivamente.
Como colofón para comprender lo que ha ocurrido y lo que, de moemento, se vislumbra en el horizonte, me parecen muy ilustrativas y esclarecedoras las palabras del gran historiador Josep Fontana: "Desde 1789 hasta el hundimiento del sistema soviético las clases dominantes europeas han convivido con unos fantasmas que atormentaban frecuentemente su sueño: jacobinos, carbonarios, anarquistas, bolcheviques..., revolucionarios capaces de ponerse al frente de las masas para destruir el orden social vigente. Este miedo les llevó a hacer concesiones que hoy, cuando no hay ninguna amenaza que les desvele-todo lo que puede suceder son explosiones puntuales de descontento, fáciles de controlar---, no necesitan mantener."
Cándido Marquesán Millán
0 comentarios