¿En qué estamos pensando?
Una nueva catástrofe medioambiental. Son ya tantas y cada vez más graves que ya no nos sorprenden. Hace unos meses fue el desastre del Golfo de México, al explotar la plataforma Deepwater Horizon, arrendada por la BP. Ahora el vertido venenoso de la empresa de aluminio MAL en Hungría, con 8 muertos, más de 150 heridos y un daño ecológico de secuelas imprevisibles. Mientras estoy redactando estas líneas irrumpe la noticia de una vertido de hidrocarburos ante las costas de Tarragona de 140 hectáreas de la refinería ASESA, sociedad participada a partes iguales por Repsol y Cepsa.
En el pasado siglo XX, además de los más monstruosos genocidios, se sucedieron los desastres ecológicos más graves de toda la historia, cuya simple enumeración sería una tarea interminable. No obstante, no me resisto a mencionar algunos: el del Mar de Aral que ha pasado a llamarse el desierto de Aral Karakum; en 1957, en la zona de los Urales, la fábrica Mayak (también conocida por Cheliabinsk-40 o Cheliabinsk65), sufrió uno de los peores episodios de la historia nuclear, con un gran escape de estroncio-90, que generó mutaciones genéticas, leucemias y malformaciones congénitas; Chernobil en Ucrania en 1986, que supuso una cantidad de material radiactivo liberado, unas 500 veces mayor a la bomba de Hiroshima; el Gobierno de Irak arrojó al golfo Pérsico en 1991 más de un millón de toneladas de crudo de los pozos de Kuwait para evitar el desembarco aliado; en 1989, el encallamiento del Exxon-Valdez generó una marea negra sobre 2.000 kilómetros de litoral en Alaska. Y en España en el 2002, el del Prestige el mayor desastre ecológico en nuestra historia, con unas 64.000 toneladas sobre las costas gallegas.
Y como vemos en este recién estrenado siglo XXI todo sigue igual. E incluso, peor. El vertido de aluminio de Hungría, como todos los anteriores se han producido porque los gobiernos respectivos no han puesto en marcha los controles adecuados, como tampoco lo hicieron ante el poder financiero en la crisis económica actual. Ante el poder económico los gobiernos se doblegan. Y por ende, las grandes empresas ansiosas de ganar cuanto más mejor, sacrifican la cuestión ambiental y la seguridad a favor de la rentabilidad. Y cuando hay infracción, les resulta más rentable el pagar una multa ridícula.
Los defensores del capitalismo versión neoliberal aducían que estos desastres ecológicos eran exclusivos en los países socialistas. Tal como señala Tony Judt, a partir de 1989 el capitalismo, basado en el mercado, se difundió por estos antiguos países socialistas, lo que significaba privatización. Y con ello decían que crecimiento económico ininterrumpido y desarrollo sostenible. Así se produjo una liquidación total de bienes de propiedad estatal. El culto a la privatización, moda que se había instalado con avidez en el mundo occidental en los años 70 fue el modelo adoptado en los países del Este, pero con grandes diferencias en ambos modelos. Mientras que el capitalismo consolidado en el mundo occidental desde los últimos siglos estuvo regulado por unas leyes, y unos reglamentos, en la mayoría de los países poscomunistas estas leyes y reglamentos eran desconocidas, o fueron ignoradas por los neófitos partidarios del libre mercado. El resultado es conocido: una privatización sin control alguno, en forma de cleptocracia y con grandes dosis de nepotismo, que ha generado una proliferación de grandes multimillonarios. Rusia ha sido el caso más claro, pero los ejemplos abundan, como en Ucrania, Rumania, Hungría.. Aquí se ha cometido uno de los mayores latrocinios y expolios de la historia, de manera que la diferencia entre privatización, apropiación indebida y puro y simple robo desapareció por completo: había mucho que robar- petróleo, gas, minerales, metales preciosos, oleoductos, fábricas, bloques de edificios, infraestructuras- y nada ni nadie que impidiera el robo. Por ende, por cada oligarca sinvergüenza con segunda vivienda en Londres o Cannes, han proliferado millones de pensionistas cabreados y trabajadores en paro.
En este contexto podemos entender lo ocurrido ahora en la empresa húngara MAL, herencia de la industria pesada comunista. En 1995 pasó a manos de Lajos Tolnay, en el puesto 21 entre los ciudadanos húngaros más ricos, con una fortuna de 83 millones de euros. Sus dos principales socios, Béla Petrusz y Árpád Bakonyi, disponen de unas fortunas de 60 millones de euros. En un primer momento en todo un alarde de generosidad la empresa ofreció 200.000 euros para la limpieza, y se prestó a pagar los funerales. Así funciona el sistema capitalista. Al final ha sido nacionalizada, sus cuentas bancarias controladas, y su director general en prisión. Como siempre tiene que venir el Papa-Estado para arreglar los destrozos. Entonces los neoliberales callan.
Tal como acaba de decir Soledad Gallego-Díaz, Kwame Appiah, profesor de filosofía nos recuerda que poco ha la homosexualidad era un delito castigado con la pena capital, que la esclavitud fue legal hasta mitad del siglo XIX y que muchas de nuestras abuelas nacieron en países donde las mujeres no tenían derecho a votar. "Contemplando esos horrores, es fácil preguntarse: '¿En qué pensaba la gente?'. Y es muy probable que nuestros descendientes nos hagan la misma pregunta, con la misma incomprensión, sobre algunas de nuestras prácticas de hoy". Seguro que una de ellas, será sobre el desastre medioambiental, y por ello con toda justicia nos dirán, ¿en qué estaban pensando?
Cándido Marquesán Millán
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