Algo huele a podrido en este país
El politólogo francés Guy Hermet acaba de afirmar en su libro reciente El invierno de la democracia el deterioro de la práctica democrática, como consecuencia de: el populismo de algunos de sus líderes occidentales, como Berlusconi -mal debe funcionar este sistema político cuando posibilita que lleguen al poder personajes de tal catadura moral-; el predominio de la gobernanza sobre la política auténtica en la actuación de la mayoría de los gobiernos, preocupados más por la gestión que por la ideología; el atasco institucional de la Unión Europea, que se desvincula del sentir de los ciudadanos; el agotamiento del Estado del Bienestar; la charlatanería barata que reemplaza en las campañas electorales el debate serio, y la mojigatería del lenguaje políticamente correcto. Yo añadiría otro, no menos grave: la corrupción política, que se da de pleno en nuestro país. Sobre ella quiero presentar unas reflexiones. Raro es el día en el que no podamos observarla en los titulares de los diferentes medios de comunicación. Como son ya tan frecuentes y persistentes estas prácticas corruptas, a los ciudadanos de a pie ya no nos producen sorpresa, aunque ya vienen de largo. Las hubo en tiempos de la Restauración, como también en tiempos del franquismo. Y desde el inicio de nuestra democracia se han ido sucediendo todo un conjunto de casos, entre los que destacan: Flick, Filesa, Ibercop, Urralburu, Estevill, Salanueva, Roldán, Gal, Naseiro, PSV, Ormaechea, Soller, Pallerols, Marbella, Tabacalera-Alierta, Fabra, Operación Góndola… Podríamos seguir poniendo otros muchos. En toda la costa mediterránea los hay a cientos. La situación se mantiene igual. Ahora están de actualidad otros nuevos casos. El caso Correa que toca de pleno al PP, que ya ha supuesto la dimisión de determinados miembros del partido. El caso del alcalde socialista de Alcaucín. Esto parece el cuento de nunca acabar. Y alguna vez tendrá que llegar el fin. Por lo que parece la clase política, no ha sabido, no ha podido o no ha querido acabar que este auténtico cáncer para nuestra reciente democracia. De ningún modo los políticos tendrían que utilizarla como arma arrojadiza en la lucha política, para conseguir rentabilidades electorales. Como también deberían tener muy claro que cuando aparecen casos de corrupción en el partido contrincante, el daño no es exclusivo de ese partido, sino que alcanza a todo el sistema democrático. El tú más que yo, no es más que de políticos insensatos, que a lo único que conduce es a prostituir la actividad política, una de las más nobles tareas humanas, siempre que esté dirigida por la justicia social, en aras a la consecución del bien común. Además los políticos deberían ser extraordinariamente escrupulosos en sus comportamientos públicos, ya que son un referente de valores éticos para el resto de la ciudadanía.
Tampoco parecen estar muy interesados los medios de comunicación en acabar con ella. Qué de cosas hemos tenido que oír y leer los días pasados sobre el juez Garzón. Este podrá tener afán de protagonismo, la instrucción de los sumarios podrá tener sus carencias, mas lo realmente importante es que ha sacado a la luz toda una trama de corrupción incuestionable. Esto es lo verdaderamente importante.
Por ello entiendo que la solución tendrá que venir por otro lado: por el de una ciudadanía responsable e impregnada de unos valores éticos claros y auténticos, que rechacen con contundencia cualquier caso de corrupción. Tarea, por cierto nada fácil, tal como estamos comprobando, porque como acaba de escribir recientemente Jessica Fillol: No me acostumbro a la imagen del pueblo aclamando a su alcalde y concejales corruptos. También hemos constatado que cargos públicos electos, incursos en delitos de corrupción urbanística, al presentarse de nuevo, no sólo no son castigados, es que salen reforzados en las elecciones. Cuando un candidato nos ha hecho o nos promete una recalificación injusta de terreno, nos tapamos la nariz, le votamos y punto. Los escrúpulos morales son de otras épocas. Mas no siempre ha sido así, tal como acaba de exponer recientemente el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova. Una trama de corrupción y sobornos, el escándalo del straperlo, acabó en 1935 con la vida política de Alejandro Lerroux, el viejo dirigente republicano del Partido Radical que presidía entonces el Gobierno. Los ministros radicales tuvieron que dimitir, y cayeron también muchos cargos provinciales y locales del partido. En las elecciones de febrero de 1936, el Partido Radical, que estaba gobernando desde septiembre de 1933 hasta finales de 1935, se hundió en las elecciones. Quedó reducido a cuatro diputados, noventa y nueve menos que en 1933. Alejandro Lerroux ni siquiera salió elegido en la lista. Todo un buen ejemplo de ejercicio de ciudadanía responsable. Y eso que en aquellas fechas aproximadamente la mitad de los españoles eran analfabetos. Tendrían carencias educativas, pero los principios éticos eran muy claros. En cambio, a los españoles del 2009 nos ocurre todo lo contrario. Tal como observamos la corrupción en la democracia actual nunca tiene efectos tan inmediatos y devastadores sobre los cargos políticos. Hoy el único y exclusivo valor imperante es el del dinero. Poderoso caballero es un dinero. Por ende, como sigue diciendo Jessica Fillol: En lugar de echar a los alcaldes corruptos a hostias del ayuntamiento, los esperamos y los sacamos a hombros como un torero después de una buena faena. Pues el próximo que venga, que trinque más, que parece que les mola. ¡Me pido primero para trincar! ¡Qué país, este! Es lo que hay.
Cándido Marquesán Millán
2 comentarios
Oscar -
Oscar -
Y si seguimos con la corrupción, también habría que hablar de la peculiar relación que mantienen los "Albertos" con la Casa Real, y de como salen absueltos juicio tras juicio.
Es lamentable que el poder y el dinero estén por encima del Estado de Derecho y de la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos, con independencia de su sexo, raza, condición social o religión.