Colombia tras la liberación de Ingrid
La liberación de Ingrid Betancourt, de los 3 americanos, y otros 11 más, pertenecientes a la Policía y las Fuerzas Amadas colombianas se ha convertido en noticia de trascendencia mundial.. Se ha destacado en esta operación la limpieza, la eficacia, y su carácter incruento. Prestos los comentaristas a buscar precedentes, la han comparado con la. operación Entebbe, mediante la cual comandos del Ejército israelí liberaron a fines de junio de 1976 a 38 compatriotas y a la tripulación de un avión de Air France, secuestrado por terroristas árabes y llevado a la capital de Uganda para exigir la liberación de 40 compañeros presos en Israel; y más recientemente, en abril de 1997, la Operación Chavín de Huántar, ordenada por el presidente Fujimori para rescatar rehenes de manos de los terroristas que se habían tomado varios meses atrás la residencia del embajador de Japón en Lima, considerada una de las más exitosas y bien planeadas acciones de rescate militar, pero al parecer no tan absolutamente limpia, según denuncias posteriores. Tanta facilidad en la liberación de Ingrid, no deja de plantear algunas sospechas razonables. "Los 15 rehenes fueron comprados en realidad al precio fuerte, tras lo cual toda la operación fue puesta en escena", afirmó la Radio Suiza Romanda (RSR) en su informativo de mediodía. Unos 20 millones de dólares fueron entregados a los secuestradores, aseguró la RSR, citando una "fuente cercana a los acontecimientos, fiable y probada en reiteradas ocasiones en los últimos años". La emisora añadió que Estados Unidos estuvo en el "origen de la transacción". En los últimos años, Suiza fue encomendada junto a España y Francia por el presidente Álvaro Uribe para llevar adelante una misión de mediación con las Farc.
Sea lo que fuere, todos debemos sentirnos satisfechos cuando unos seres humanos recuperan uno de sus bienes más preciados, como es la libertad. Igualmente deseamos ardientemente la liberación de otros muchos secuestrados, entre ellos los 30 que las Farc pretenden cambiar por guerrilleros presos, así como otros 2.500 colombianos, según cifras de País Libre.
Como no podía ser de otra manera, los diferentes medios de comunicación han hecho sus propias valoraciones. Todas van en la dirección de señalar que es un nuevo golpe a las FARC, que se sumaría a los muy fuertes que lo precedieron, la muerte de tres miembros del secretariado, entre ellos su máximo comandante, lo cual sin duda demuestra que, si bien la guerra continúa, las fuerzas del Estado han logrado con paciencia e inteligencia dar la vuelta a su favor en el balance de fuerzas de esta guerra. Eso sin hablar de los 2.480 guerrilleros que, según los datos oficiales, desertaron el año pasado, y avanzando.
Tras la lógica euforia colectiva por los rescates también es posible dibujar algunos de los escenarios hacia los que puede moverse el conflicto, deseables más algunos que los otros.
Por parte del gobierno colombiano todo indica que la idea es continuar con las misiones de rescate de los secuestrados, aunque sin hacerlo “a sangre y fuego” como indicaban algunas actitudes y acciones del Ejecutivo a comienzos de la administración Uribe. Aunque el objetivo es el mismo, bastante distancia hay también entre el retador lenguaje presidencial de hace dos o tres años y el tono mesurado con el que Uribe llama ahora a los guerrilleros a desmovilizarse, delatar a sus jefes y liberar secuestrados.
La guerrilla también tiene ante sí dos caminos principales: puede insistir en la guerra o moverse hacia una salida política para el conflicto. Dados los fuertes golpes sufridos en el campo de batalla no parece que tengan muchas posibilidades si se inclinan por la primera vía. Parece claro que las Farc se están desintegrando. La política de las recompensas pone en evidencia la falta de valores éticos. La importancia nacional e internacional de este golpe no escapará ni a la base ni a los mandos de las Farc y, por ende, más y más deserciones son de esperarse. La posibilidad de un acuerdo humanitario sigue viva, pero ya no en los términos exigidos por las Farc. A pesar de ello, nada indica que las Farc estén derrotadas hoy en día y una victoria definitiva es poco probable. Entre 7.000 y 9.000 hombres continúan en armas y quedan aún muchos rehenes en cautiverio. El peor escenario es aquel de la fragmentación de las Farc en pequeñas bandas criminales anarquizadas. Por eso, es necesario efectuar una propuesta de paz generosa cuando todavía queda algo de mando y disciplina en las FARC.
Por lo que hace referencia a la salida política, está el antecedente de que las FARC ven en Uribe a su enemigo acérrimo con el cual juran y perjuran que no negociarán. No basta con ofrecer una paz que se reduzca a la dejación de armas y repetir hasta el cansancio que el Gobierno está dispuesto a dialogar. Son tantas las reformas por hacer en Colombia que bien podrían salir de Casa de Nariño algunas propuestas de discusión política con las Farc. Si ellas no están lo suficientemente politizadas, vale la pena hacer un esfuerzo por llevarlas al campo del discurso político.
Ignoro qué derroteros seguirá el futuro de Colombia. Ojala más pronto que tarde, sería deseable que desaparecieran las FARC. Mas en el caso de que esta circunstancia se produjera, estoy no significaría que iban a desaparecer los problemas graves y enquistados de Colombia. No quiero ser una aguafiestas, al afirmar que todos los problemas se van a resolver con la desaparición de las FARC. Ahora existe la tendencia de culpabilizar de todo a las FARC. Supongamos que desaparezcan. La pregunta es cómo funcionará un país sin las Farc (o con unas Farc marginales). Quedan en pie graves y profundos problemas, frente a los cuales las fuerzas políticas de diversas tendencias pueden jugar un papel positivo.
El más grave es el narcotráfico. Mientras el Estado colombiano no esté en capacidad de regular su principal mercado rural, estará sometido a una tensión intolerable. El narco no ha sido el único combustible de la guerra colombiana. La conjunción de un gran mercado global de coca y de la política prohibicionista estadounidense constituye una losa. No hay estado de desarrollo medio-bajo, como el colombiano, que pueda resistir incólume durante décadas semejante combinación. Éste es el momento de plantear el problema con toda la fuerza. Como también, si se quiere construir en paz, desmontar el paramilitarismo.
Otro es el de la propiedad de la tierra. Tradicionalmente ella ha estado concentrada en los grandes terratenientes, pero en los últimos lustros las distorsiones han alcanzado niveles inauditos. El conflicto armado, el paramilitarismo y el narcotráfico generaron una alta criminalización del agro, y se ha producido una concentración brutal de la propiedad, al promover continuos y masivos desplazamientos. Con semejante peso muerto ningún país puede dar el salto cualitativo hacia el desarrollo. Como consecuencia del desplazamiento masivo de la población en las afueras de las grandes ciudades se están acumulando una masa ingente de población, que llega a los 4 millones de personas, desprovista de los derechos fundamentales, que supone un reto para cualquier gobierno.
También está la cuestión de la democracia y la legalidad. La crisis institucional del país es notable. La penetración de actores ilegales y de viejos señores de la guerra en el Estado es muy grande. Ahí está la parapolítica, farcpolítica o narcopolítica. El encarcelamiento de numerosos congresistas. Como también el enfrentamiento de Uribe con las instituciones del poder judicial, por lo que ha planteado el referendo para continuar en el poder.
Poco ha en un viaje reciente a ese país bellísimo, un colombiano dolorido me decía que sin guerra, narcotráfico, FARC, paramilitarismo, corrupción política, su país sería un auténtico paraíso. Y corroboro sus palabras.
0 comentarios