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Perdonar y pedir perdón

La iglesia católica española, mejor dicho, la jerarquía católica española ha celebrado con gran pompa y boato, en la Plaza de San Pedro, la beatificación de 498 españoles. Más que en todo el siglo XX. Han asistido muchos prelados, 25.000 fieles y numerosas autoridades públicas. No quiero entrar ahora en valorar en cuánto ha costado, y de dónde han salido los dineros para sufragar toda esta apoteósica ceremonia, que no sería de extrañar que hubieran sido de los presupuestos generales del Estado. Esta cuestión merecería un artículo especial. Ahora pretendo únicamente fijarme en otras cuestiones de más calado.

 

La jerarquía católica española, con el apoyo de la Santa Sede, tiene todo el derecho de hacer lo que ha hecho. Para contextualizar este acontecimiento parece conveniente remitirnos al documento, aprobado por la LXXXVIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, titulado Orientaciones morales ante la situación actual de España.  El Título I y en su primer apartado, se titula: La reconciliación amenazada. La C.E. se refiere a dos datos de la historia reciente. El primero, después del régimen político anterior-así denomina al régimen de Franco- es el advenimiento de la democracia,  a cuya llegada se arroga la Iglesia católica un gran protagonismo, facilitando una transición fundada en el consenso y la reconciliación entre los españoles. Así fue posible la Constitución de 1978, basada en el consenso de todas las fuerzas políticas, que ha permitido treinta años de prosperidad y estabilidad, con las excepciones de las tensiones normales en una democracia moderna, poco experimentada, y de los ataques del terrorismo. Esta situación puede quebrarse, ya que la sociedad vuelve a hallarse dividida y enfrentada., como consecuencia de la “Memoria Histórica”, guiada por una mentalidad selectiva, que abre de nuevo viejas heridas de la Guerra Civil y aviva sentimientos encontrados que parecían estar superados. En la misma línea, publicó recientemente el Obispo de Huesca y de Jaca, Monseñor Jesús Sanz Montes, un Carta Pastoral en su diócesis, titulada “Los idus de marzo”, en la que acusa a los socialistas  de sacarse de la chistera el resentimiento de la Memoria Histórica

Después de leer lo precedente, resulta harto complicado entender el uso selectivo de la Memoria Histórica por parte de la jerarquía católica, así como la selección a la hora de elevar a los altares a determinados “mártires” y olvidarse de otros, como los sacerdotes vascos;  o del cura mallorquín, Jeromi Alomar, a quien también mataron los cristianos franquistas por ayudar a algunos republicanos; probablemente estarían hoy en la lista de los mártires, si hubieran sido fusilados por los rojos por auxiliar a gentes de derecha.  Como también debería estar, un socialista hijarano fusilado en la cárcel de Torrero por los nacionales, del que nos habla Fray Gumersindo de Estella, en su obra Fusilados en Zaragoza(1936-1939), Tres años de asistencia espiritual a los reos, en los momentos previos a su muerte, y  que producen auténtico escalofrío. Es así:

"Uno de los reos del día 21 de noviembre de 1938 era natural de Híjar(Teruel), llamado Antonio Meseguer. Era alto de estatura. No tendría más que unos 25 años de edad. De bella presencia; muy bien formado. Era maestro. En su infancia y adolescencia había sido alumno de una escuela de padres capuchinos de Híjar, siendo su profesor el P. Miguel de Pamplona. Más tarde, según me informaron, se afilió al partido socialista. Al comenzar la sublevación de Franco y Mola, y llegando los catalanes a Híjar, fue elegido para miembro del Comité. Luego fue hecho comisario político. Cuando las tropas de Franco avanzaron hacia Castellón, Antonio Meseguer se dispuso a continuar su retirada de aquella ciudad. Allí se encontró con un telegrafista de Híjar que era de derechas. Éste le invitó a comer con él. Antonio aceptó y rezó la bendición de la mesa con su amigo. Así me refirió una hija del telegrafista. Antonio, aunque se le rogó quedase en Castellón, se ausentó y continuó la retirada a una con las fuerzas republicanas. Fue cogido prisionero en la misma provincia. Y juzgado sumarísimamente, fue condenado a la última pena. Se confesó sollozando. Asistió a la Santa Misa y comulgó con fervor."

 

Hay muchos cristianos españoles que no están de acuerdo con este acto, tal como acaba de expresar el dominico Quintín García González: Me duele la soberbia exhibición mayestática y pontifical de alegría, esa remarcada memoria sólo de unos, de quienes fueron sacrificados por motivos religiosos ¿Y los que lo fueron por otros motivos en aquella encrucijada de intereses, de pasiones y venganzas que incendió España? ¿Acaso todos no son mis prójimos? Hay otros muchos españoles que profesan las mismas creencias religiosas, pero que se sienten, no sólo olvidados y excluidos de la fiesta, sino además sin poder saber ni dónde fueron enterrados sus difuntos. Y si lo quieren saber, se vean señalados con el dedo como gentes resentidas que no son capaces de olvidar agravios que todos tendríamos que borrar de la memoria.

 

 La jerarquía católica acaba de desaprovechar una gran oportunidad histórica, al no saber reconocer la labor de la Iglesia durante la Guerra Civil y la dictadura franquista. Debería, además de perdonar,  tener el coraje de asumir su pasado con todas las consecuencias, y pedir perdón a la sociedad española por la Carta Colectiva, redactada por el Episcopado español, de 1 de julio de 1937, Sobre la Guerra de España, dirigida a los obispos de todo el mundo,  en la que mostró su apoyo incondicional a los militares sublevados; y por su legitimación de la causa franquista al calificar la Guerra Civil de “Santa Cruzada”. Con semejante actitud la Iglesia optó por ser enemiga de media España. En lugar de ser fuente de reconciliación, fue todo lo contrario, de persecución.

 

 

En 1971, siendo presidente de la Conferencia Episcopal  EnriqueTarancón, hubo un tímido conato de solventar este error que no logró el apoyo necesario (dos tercios) para una declaración formal de la Conferencia Episcopal Española a la sociedad española, cuyo texto, que quedó inédito, era el siguiente:

 

“Si decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso y su palabra ya no está en nosotros (1 Jn 1, 10). Así pues, reconocemos humildemente y pedimos perdón porque no siempre hemos sabido ser verdaderos ministros de reconciliación en el seno de nuestro pueblo, dividido por una guerra entre hermanos.”

 

  Como acabamos de ver hoy, los Rouco, Cañizares y Ureña no tienen intención de pedir perdón.

 

Cándido Marquesán Millán

 

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