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Algunas fotografías ciudadanas

                                  

Acompañado de mi esposa acostumbro todos días a pasear alrededor de una hora y media por las calles de Zaragoza. Es una recomendación de la clase médica para combatir el colesterol. En las generaciones anteriores no se conocía. Es el signo de los tiempos. Es uno de los pocos gozos, que podemos disfrutar todavía, sin que debamos pagar algún impuesto. Otro es el de la cama, probablemente uno de los mejores inventos de la humanidad, ya que además para dormir y descansar, puede utilizarse para otros menesteres muy reconfortantes. Mas, voy a olvidarme de estas cuestiones un tanto placenteras, para dedicarme a otras que no lo son tanto.

 

            Mientras practico el sano ejercicio del paseo, observo con el mayor detenimiento del que soy capaz los rostros de mis conciudadanos. Y, salvo honrosas excepciones, trasmiten escasa alegría. Son caras serias, preocupadas, cabreadas y, sobre todo, tristes. Los zaragozanos, como los españoles, transmiten muy poca alegría. Razones las hay suficientes. La crisis económica con una de sus correspondientes consecuencias, el paro, que está masacrando a millones de españoles, sin que se vislumbre el mínimo indicio de que se pueda corregir esta lacra. Todavía más cuando los diferentes gobiernos, tanto el estatal como los autonómicos, no solo no toman medidas contundentes para combatirlo, es que incluso, contribuyen a incrementarlo, al estar despidiendo a un número no pequeño de trabajadores públicos. Resulta inconcebible.

 

Las terrazas de las cafeterías están cada vez menos concurridas. Mayoritariamente suelen hacer uso de ellas los jubilados, ya que  siguen manteniendo con ligeros recortes el poder adquisitivo de sus pensiones. Las ofertas en los bares y restaurantes proliferan con menús a 7 u 8 euros y aperitivos una caña y una tapa a 1,5, con unos precios más bajos  a los anteriores al estallido de la crisis.

 

            Además con una lamentable asiduidad vemos que en las persianas o las puertas de muchos locales comerciales cuelgan los mismos carteles: Se alquila o Se traspasa. Resultan monótonos y aburridos por su reiteración. España parece un país en alquiler o en traspaso. Todo un síntoma de la profunda sima en la que están sumidos muchos comerciantes, que atrapados por la escasez de ventas,  por la falta de créditos bancarios o  por la  imposibilidad de devolver las deudas contraídas, no han tenido otra opción que cerrar su negocio, en el que habían depositado tantas esperanzas. Muchos proyectos de futuro se han derrumbado. Destacan sobre todo, los locutorios, al dejar de ser negocios rentables, porque muchos emigrantes están en el paro o cuando se les ha terminado la prestación del desempleo, no tienen  otra opción que retornar a su tierra de origen.

 

En contrapartida proliferan como setas los negocios con el cartel: Se compra oro. Hoy mismo acabo de leer Se paga a 24 euros el gramo de oro. Los hay cada vez en mayor abundancia. También todo un síntoma de esta crisis. Ya que muchos españoles al verse atrapados en la vorágine del paro, después de recurrir a los escasos ahorros que tenían guardados con vistas a un futuro imprevisible, tienen que malvender, muy a su pesar, las joyas de la familia, que habían sido transmitidas con gran celo de generación en generación. En todas las crisis económicas de las desgracias ajenas, algunos pocos se aprovechan y hacen pingües negocios.  Son los buitres carroñeros que están al acecho y a la búsqueda de cualquier presa que pueda presentarse. Tampoco escasean las entidades financieras, que parecen agencias inmobiliarias por los numerosos anuncios de ofertas de pisos de cualquier ciudadano que ha caído en la desgracia del desahucio y de los que se han apropiado de una manera inmisericorde. Los coches de superlujo son cada vez más abundantes. No en vano, los de gama alta crecieron sus ventas en al año 2011 un 80%.

 

Igualmente podemos observar un aumento continuo del número de los “sin techo” de todas las edades, aunque predominan los de género masculino de mediada edad y de los antiguos  países socialistas del este de Europa- si Lenin se apercibiera de  esta circunstancia se removería en su tumba- que  durante el día pasan hora tras hora recostados en el banco de algún parque, a algunos de ellos no les suele faltar el consabido  tetrabrik de vino,  hasta que llega la noche para precipitarse en el reducido recoveco del cajero de cualquier entidad bancaria,  intentando resguardarse para descansar y dormir en un lecho acartonado.  Cada vez los hay más.

 

En las puertas de los Grandes Centros Comerciales están presentes cada vez más mendigos con los consabidos y poco imaginativos carteles: Necesito una ayuda, tengo familia con 5 hijos. No tengo trabajo, necesito una ayuda para comer. Tratamos de entrar lo más rápido posible para comprar cualquier tipo de artículo, lo de menos es qué, como si nos fuera la vida en ello, y así evitamos que nos pueda surgir algún sentimiento de culpabilidad por no socorrer a todos estos abandonados de la vida.

 

La afluencia de transeúntes es cada vez mayor en los diferentes comedores sociales. Podemos constatar cómo las filas son cada vez más concurridas en el comedor de la parroquia del Carmen para poder hacer al menos una comida caliente al día. Son de todas las edades, de todas las nacionalidades, de diferentes sexos. Y no faltan los que van bien vestidos y que desbordados por la crisis han perdido trabajo, casa, y a veces familia.

Son algunas fotografías ciudadanas muy tristes de esta crisis, en la que no se vislumbra salida alguna, y aquellas que nos presentan desde los diferentes gobiernos son profundamente injustas, ya que se basan en los sacrificios de la gran mayoría, mientras que una minoría están acumulando grandes beneficios. Este es el sistema económico capitalista, perdón economía de mercado, y también el sistema político democrático, que Fukuyama, tras la caída del Muro de Berlín y la desaparición de los sistemas socialistas en los países del este de Europa, nos los presentó como los únicos posibles, al no haber alternativa y  que no íbamos a necesitar paraguas ya que todos disfrutaríamos de un sol perpetuo. Cualquiera puede darse una vuelta por cualquier ciudad española, y podrá constatar si esos juicios se han cumplido. Ustedes mismos.

 

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Cándido Marquesán Millán

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