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Algunas certezas en tiempos de incertidumbre

 

 

Absortos en las elecciones municipales y autonómicas, con la prolongación o no del tranvía o la privatización o no de Aramón o Sodemasa, nos olvidamos de otros problemas de mayor calado y trascendencia. Por ello,  resulta conveniente bajarnos de vez en cuando de la torre-campanario de nuestro pueblo y otear un horizonte más amplio. Es lo que pretendo en estas líneas un tanto deslavazadas que siguen a continuación.

 La complejidad de este mundo interdependiente y globalizado ha adquirido tal dimensión que un futuro claramente previsible queda fuera de la política. Desde el desplome del “socialismo real”, que suponía un cambio del modelo de sociedad, bien por vía revolucionaria o por la reformista, ningún político es capaz de vislumbrar por dónde van a discurrir los acontecimientos venideros, aunque esta afirmación tampoco puede ser tajante y requiere  unas matizaciones. No deja de ser paradójico  el que la mayoría de políticos, por un lado, repiten hasta la saciedad que el mundo que salga de la crisis económica actual será muy diferente al que antes hemos conocido, pero, por otro, desde el “fin de la historia” de Fukuyama, no conciben otro sin lo ya establecido: el capitalismo como único modo de producción y la democracia representativa como única organización política. Hechas estas excepciones, el futuro político de nuestras sociedades tiene una gran carga de imprevisibilidad. Por ello, hoy  la política ha quedado circunscrita a ir apagando los fuegos inesperados que van apareciendo por doquier, sin otro objetivo que aguantar hasta las próximas elecciones, cuyo resultado dependen de unos factores externos que están fuera de control. ¿Qué político o economista podía prever la llegada y la intensidad de la crisis económica actual? Y en el caso improbable que la hubiera previsto, ¿quién podía tener una batería trabada de medidas económicas para atajarla y combatirla convenientemente? Las respuestas me parecen claras.  De ahí sobreviene otra circunstancia no menos importante, cual es la provisionalidad y la intrascendencia de los programas que los diferentes partidos políticos presentan en los procesos electorales, ya que cualquier circunstancia sobrevenida y no prevista significa que deban archivarse.

A parte de estas incertidumbres mencionadas, también hay unas certezas claras, que están ahí y que la clase política dirigente no debería soslayar. Habrá que abordar  el futuro del Estado de Bienestar o del Estado Social. El profesor Ignacio Sotelo con buen criterio distingue ambos, al señalar que el primero se convierte en el segundo cuando no se da pleno empleo, como ocurrió en los “30 años gloriosos” posteriores a la II Guerra Mundial en la Europa occidental. También, vistos los daños sufridos por la mayoría de la sociedad en esta crisis, habrá que construir la economía futura sobre unos cimientos diferentes a la obsesión por la creación de riqueza, al culto a la privatización y a las apabullantes diferencias entre ricos y pobres. Con ser importantes estas certezas hay otras mucho más todavía. Son las siguientes. La proliferación planetaria incontrolada del armamento nuclear que puede conducirnos al abismo, en el caso de usarlo algún Estado o algún grupo terrorista. El crecimiento demográfico excesivo, sobre todo en los países subdesarrollados, con los lógicos movimientos migratorios hacia los países desarrollados. La escasez de agua y alimentos básicos, con el agotamiento de las materias primas que hoy consumimos. La insostenibilidad del modelo energético actual, basado en las energías fósiles(carbón, gas y petróleo) y la nuclear, con el escaso desarrollo de las renovables. Y, por encima de todos, relacionado en buena parte con los anteriores, el cambio climático,  con el aumento de las temperaturas merced al efecto invernadero, que está poniendo en grave riesgo el futuro de nuestro planeta para las generaciones futuras. En su libro Un tiempo para la igualdad el ex ministro socialista Jesús Caldera señala que la noticia más importante de los últimos 10 años no ha sido la crisis económica, la delicada situación de las relaciones internacionales o las guerras o conflictos en el mundo, sino la celebración del congreso de biólogos marinos de Fort Lauderdale, Florida, en julio de 2008, en el que 3.000 científicos expresaron su preocupación por el estado de los corales, concluyendo que estaban desapareciendo y que la mayoría habrían desparecido en los próximos 50 años. ¿Cuál es su importancia? De estas barreras de corales depende una parte importante de la fauna marina que se desarrolla a su alrededor, de la cual dependen las poblaciones que viven a cientos de kilómetros. Hasta 500 millones de personas podrían ver alteradas sus condiciones de vida, además  de que muchos lugares habitados se inundarían por la desaparición de estas barreras coralinas, que los protegen de las tormentas, los huracanes y la subida del nivel del mar. El equilibrio de los océanos depende del estado de estos corales.  Uno de los científicos del congreso señaló: “Los corales son como el canario en la mina”.  Un incremento de las temperaturas de 5 grados provocaría una subida de 10 cm. del nivel del mar, con las consiguientes inundaciones en las costas de muchos países. Aunque se iniciaron las conversaciones en 1992 en Río de Janeiro sobre este problema, que continuaron en 1997 con el tratado de Kyoto y en 2009 en Copenhague, no se han tomado medidas a nivel internacional para abordarlo de verdad. No se ha hecho porque se requieren grandes inversiones, que muchos países no quieren sufragar y más en estos momentos de crisis económica, para atajar unas secuelas que se consideran nocivas, pero que a tanta distancia no se perciben con nitidez. Además coordinar la acción de países muy desiguales y con intereses contrapuestos no es tarea fácil al no existir organismos internacionales capaces de imponer compromisos colectivos. La lucha contra el cambio climático exige políticas públicas de carácter internacional que no caben en el tipo de economía insolidaria que tenemos en la actualidad.  Por otra parte, en las democracias actuales los gobiernos  que dependen de sus votantes no asumen sacrificios para salvar generaciones que no han nacido todavía. El corto plazo, como mucho los 4 años que dura una legislatura, es la dimensión temporal que tienen en cuenta los políticos, cuando la lucha contra el calentamiento planetario exigiría una acción concertada y permanente que dure como mínimo un siglo.

 

Cándido Marquesán Millán

 

 

 

 

 

 

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