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Necesidad de la razón crítica

                                   

 

Estas tres décadas de predominio absoluto del neoliberalismo caracterizado por la sacralización del mercado y la demonización del Estado han generado una de las crisis más profundas del sistema capitalista, con gravísimos quebrantos en amplios sectores de la población: incremento de las desigualdades, paro, subempleo y trabajo precario; y en la que no se vislumbra final, y en todo caso, incrementando más si cabe los sufrimientos humanos. Nadie se atrevía, a cuestionar sus excelencias, y si alguien tenía la osadía de hacerlo podía verse sometido a todo tipo de ataques por los grandes economistas. Mas, en algo debieron fallar sus predicciones, ya que finalmente los gobiernos tuvieron que soltar dinero público a espuertas  para evitar las bancarrotas nacionales y el derrumbamiento del sistema financiero. Muchos economistas acérrimos defensores del libre mercado y que se postraban ante  Milton Friedman y sus colegas de Chicago, un tanto compungidos parecía que se inclinaban ahora ante Keynes. Mas fue una retirada táctica momentánea no definitiva, volverán y ya lo están haciendo a sacralizar el mercado como fuente de crecimiento perpetuo, lo que no supondrá el descenso de las desigualdades.

            El neoliberalismo además divinizó como valor supremo el beneficio, tal como comprobamos en la burbuja inmobiliaria.  De lo que se trataba era de ganar cuanto más mejor, sin importar el cómo. Un buen ejemplo es  el de 2 alumnos de 2º bachillerato de un IES de la Comunidad Valenciana que se asociaron para comprar un apartamento y al poco venderlo y repartirse el beneficio. Estos eran los valores imperantes. Los que se oponían eran enemigos del progreso, los aguafiestas de turno. La ética, la justicia, la solidaridad brillaban por su ausencia. A nadie, o a muy pocos, les preocupaba si la decisión de una institución pública era justa, benéfica, o si servía para mejorar de alguna manera a la colectividad. Lo que le preocupaba de verdad era si había ganancia. Como dijo Keynes “Seríamos capaces de apagar el sol y las estrellas porque no dan dividendos”. Esta era la norma, la excepción era considerada como ingenuidad. Por ello, hemos destrozado irreparablemente buena parte de nuestra costa o las afueras de muchos núcleos de población con construcciones monstruosas. Quienes deberían vigilar para que este desastre ambiental no se hubiera producido, una parte de ellos la propiciaron, e incluso se vieron incursos en delitos de corrupción. Como además las principales fuerzas políticas miran para otro lado, ellos sabrán los motivos, raro es el día que no aparezca algún caso, como ahora mismo, en el Ayuntamiento de Murcia. Amplios sectores de la ciudadanía fueron y lo siguen siendo muy condescendientes en los procesos electorales con estos delincuentes.

            Como todo el edificio estaba cimentado exclusivamente en la economía, al fallar esta se ha producido un vacío de valores, lo que no deja de ser gravísimo para una sociedad sana. También nos dicen esos mismos economistas que fallaron a la hora de prevenir la crisis, que no existe otra alternativa, que la de durísimas políticas de ajustes fiscales que está ejecutando a rajatabla los dirigentes de los países de la UE, siguiendo las draconianas directrices de FMI, Wall Street, OCDE, Banco Central Europeo, generando cuantiosos e inacabables sufrimientos humanos. Como señala el recientemente fallecido Tony Judt  “Se nos aconseja que las cuestiones económicas por su complejidad debemos dejarlas en manos de los expertos: la economía y sus implicaciones políticas están mucho más allá del entendimiento del hombre corriente. Es improbable que los ciudadanos se opongan al ministro de Economía o a sus asesores. Si lo hicieran, se les diría- como un sacerdote medieval podría haber aconsejado a su rebaño- que son cosas que no le incumben. La liturgia debe celebrarse en una lengua oscura, que sólo sea accesible para los iniciados. Para todos los demás, basta la fe.” Y la mayoría de la ciudadanía sigue el consejo con una resignada e incomprensible sumisión. Es el triunfo del pensamiento único. Y se ha llegado a esta situación porque se ha perdido ese sentido crítico, que es el armazón de un buen sistema democrático. Como muy bien dice también Josep Ramoneda “La impunidad de los que han provocado esta crisis es tan escandalosa que es difícil de entender la falta de reacción salvo que el virus de la indiferencia se haya impuesto definitivamente. Desde el pensamiento, contra el totalitarismo de la indiferencia sólo cabe recuperar la razón crítica”. Tenemos que volver a aprender cómo criticar a quienes nos gobiernan, como hicieron los ilustrados hace más de 200 años, que fueron capaces de pensar y de actuar por sí mismos, libres de cualquier sumisión divina o humana. Y sobre todo la disidencia y la disconformidad debería ser obra de los jóvenes. No es casual que los hombres y mujeres que iniciaron la Revolución Francesa, igual que los que diseñaron el New Deal y la Europa de después de la II Guerra Mundial, fueron bastante más jóvenes que los que los precedieron. Sin embargo, la juventud actual está totalmente desorientada no por falta de objetivos. Saben que las cosas funcionan mal y muchas las querrían cambiar. Mas no saben cómo. La generación anterior en cambio teníamos muy claras las ideas de cómo cambiar el mundo. Otra cosa muy diferente es si realmente lo cambiamos. Por ello, no es extraño el  lógico desencanto juvenil hacia la clase política actual, en la que no confía, aunque podría servir como atenuante la falta de liderazgo de los Sarkozy, Brown, Blair, Berlusconi, Merkel, Rodríguez Zapatero… que al lado de los anteriores Winston Churchill, León Blum, Willy Brandt, Lloy George, Franklin Roosevelt, Charles de Gaulle parecen auténticos pigmeos.

             Quiero terminar con el último párrafo del Agradecimientos del libro Algo va mal de Tony Judt: Gracias a las conversaciones de sobremesa con mis hijos me di cuenta de lo mucho que a la juventud de hoy le preocupa el mundo que le hemos legado, y los medios tan inadecuados que les hemos proporcionado para mejorarlo.

 

Cándido Marquesán Millán

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