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Necesidad de una ciudadanía responsable

 

 

Una de las características propias de la idiosincrasia española es la carencia de una ciudadanía responsable. En  nuestra mentalidad, en relación a la de otros países europeos, no ha llegado a calar la idea de que el Estado somos todos. Muy al contrario, creemos que es nuestro enemigo natural, al que hay que engañar o defraudar cuanto más mejor, porque si no lo hacemos así, nos consideran y nos consideramos bobos. Por ende, todos pretendemos exprimirlo sin importarnos el engaño, tal si fuera una vaca dotada de unas ubres inagotables. Los gobiernos autonómicos tratan de sacarle en los procesos de negociaciones para la financiación cuanta mayor cantidad mejor, aunque sea en detrimento del resto de las Comunidades Autónomas, ya que de no actuar así sus presidentes serán considerados malos gobernantes, y por ello serán castigados en las elecciones autonómicas. Aquí la solidaridad interterritorial no importa. Los ayuntamientos actúan igual en relación a las Diputaciones Provinciales. Los partidos políticos no tienen problema alguno en usar la financiación ilegal para su funcionamiento. Muchos que alardean de patriotas sacan de su patria inmensas cantidades de dinero a paraísos fiscales. Algunos parados siguen cobrando el subsidio de desempleo, aunque les falten horas a lo largo del día para realizar diferentes chapuzas. El que puede defrauda a la hora de pagar los impuestos: al comprar un piso, pagar a un profesional sin factura, alquilar un local,  la declaración de la renta… Comprobar cómo  en importantes sectores de la economía española hay tanto fraude, con el agravante de que desde los poderes públicos no se hace nada para corregir esta situación- podrían incrementarse las inspecciones de Hacienda- no deja de ser desalentador para aquellos ciudadanos que pagamos religiosamente nuestros impuestos. Así no se contribuye a crear ese sentimiento de una ciudadanía responsable.

 

La reciente reforma fiscal aprobada por el gobierno tiene unas deficiencias claras, ya que los auténticos paganos vamos a ser los de siempre, los trabajadores, mientras que las rentas de capital han quedado en buena parte exentas,- especialmente las SICAVS- o, por lo menos no contribuyen en la misma proporción que las del trabajo.  Además del incremento de la imposición indirecta: con el aumento del IVA, que no deja de ser injusto, al recaer igual en todos los ciudadanos, sea Botín o un trabajador de una cadena de montaje. En política fiscal nuestros políticos deberían tener en cuenta los principios de nuestra Constitución, tal como señala su  Artículo 31: Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio.

 

 

Que podamos constatar estas situaciones objetivamente injustas, no nos exime al resto de los ciudadanos de pagar nuestros impuestos. Entiendo que ser  ciudadano significa mucho más que llenarlos la boca con palabras huecas de banderas, himnos y fiestas nacionales. Ser ciudadano significa lealtad con su propio país. Y entre otra serie cosas pagar cada uno los impuestos que le correspondan. Y también tratar de hacerlo cuanto más  grande mejor, ya que si cada uno de nosotros pensáramos así, probablemente España no estaría aquejada de muchos de los problemas que estamos sufriendo en la actualidad. Sería una buena línea de conducta, tal como señaló John  F. Kennedy: No preguntes lo que América puede hacer por ti. Pregunta lo que tú puedes hacer por América.  Recientemente pude leer en un periódico de tirada nacional un hecho que me impactó de pleno, supongo que por ser español. En un país nórdico, a un alto ejecutivo de la empresa privada, que disfrutaba de una alta remuneración, y que se había pasado al sector público, no pudo menos que hacerle un periodista sorprendido la siguiente pregunta: ¿Porqué abandonaba la empresa pública y se pasaba a al administración pública? La contestación breve y contundente fue que por patriotismo, ya que consideraba que en estos momentos difíciles, debía poner toda su experiencia al servicio de su país. Aquí ocurre a la inversa, muchos altos ejecutivos de la administración pública, la abandonan por dinero para pasarse a la empresa privada: abogados del Estado, inspectores de Hacienda, médicos de la Seguridad Social, catedráticos de Universidad… Y qué podemos decir  de los alemanes que trabajaron una hora gratis para el Estado para sacar a Alemania del marasmo tras la II Guerra Mundial. El que pensara  en introducir una medida semejante en estos momentos en España, sería acusado de desvarío. Los ejemplos  anteriormente mencionados son aleccionadores de cómo un conjunto de ciudadanos trabajan solidariamente por el engrandecimiento de su país, ya que todos están impregnados de un espíritu de patriotismo, al creer todos en un proyecto común. Todos estos ejemplos serían muy difíciles de encontrarlos en España. Todavía más si tenemos en cuenta que para algunos no siquiera tienen claro todavía qué es España. Mas dejando de lado esta cuestión de identidades nacionalistas, retomo la idea fundamental que trato de expresar en este artículo. Para que un pueblo se sienta solidario y entusiasmado en un proyecto colectivo se necesita un liderazgo político, que sea el punto de referencia y que empuje a un pueblo hacia una meta. ¿Qué clase política tenemos? Probablemente es la que nos merecemos. Cabe recordar cómo han salido reforzados en recientes elecciones algunos políticos incursos en delitos de corrupción. Aquí nunca hemos tenido líderes de verdad, como los han tenido en otros países. Me vienen a la memoria las imágenes de Churchill en la II Guerra Mundial, acompañado por sus conciudadanos, recorriendo las ciudades inglesas por la mañana para contemplar  los destrozos producidos por la noche por la aviación alemana, y que con anterioridad tuvo la suficiente fuerza moral para decir a todos los ingleses aquella frase celebérrima: «No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor». O cuando Franklin D. Roosevelt en 1933, en medio de una depresión económica, que parecía que iba a desaparecer toda una civilización, supo inyectar ilusión al pueblo americano, ejemplificada en una frase: A lo único a lo que debemos tener miedo es al miedo mismo. Personajes de este calibre, auténticos líderes, no han existido en nuestra historia. Confiemos que aparezcan algún día. Mientras tanto, nosotros cada uno a lo nuestro. Somos así. Y nadie nos va a cambiar. ¡Y qué lo intente¡ Ya conocemos la polémica de la implantación de Educación para la Ciudadanía en nuestros colegios e institutos.

 

Cándido Marquesán Millán

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