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Los nuevos intelectuales

En el libro de reciente publicación, Sobre el olvidado siglo XX, su autor Tony Judt afirma que de todas las transformaciones de las tres últimas décadas, la desaparición de los “intelectuales” quizá sea la más sintomática. El siglo XX fue el de los intelectuales, vocablo que empezó a usarse a inicios del XX, significando  a personas del mundo de la cultura que se dedicaban a debatir y a influir en la opinión y la política pública, y que estaban comprometidos con un ideal, un dogma o un proyecto. Los primeros fueron los escritores que defendieron a Dreyfus de la acusación de traición, recurriendo para su defensa a valores como “justicia”, “verdad” y “derechos”. Considerando la trascendencia que los intelectuales tuvieron en el siglo XX , a ellos dedica una parte importante de su libro: Arthur Koestler, Primo Levi, Manès Sperber, Ana Arendt, Camus, Althusser, Hobsbawn, Kolarowski, Juan Pablo II y Edgard Said. Todos estos tienen un capítulo específico. Son excepcionales los que tratan de Hobsbawn y Kolarowski.

Puede resultar excesiva la tesis de Tony Judt. Yo me inclinaría a pensar por el contrario, que no se ha producido la desaparición de los intelectuales. Lo que ha ocurrido en España, es su derechización, tal como acabar de escribir poco ha Ignacio Sánchez Cuenca en un extraordinario artículo, La derechización de los intelectuales españoles,  publicado en El País, en el que afirma con contundencia que las ideas liberal-conservadoras son hoy hegemónicas en la esfera pública en nuestro país. En muchos casos son defendidas con ardor por gente que fue progresista en su juventud, y a veces, hasta marxista-leninista. En la misma línea de pensamiento se sitúa Juan Gari en  Público  el pasado 17 de enero 2009, al señalar que algunos artistas y maîtres à penser celtibéricos, después de una vida informada por la coherencia progresista más o menos acusada, han coronado su madurez pasándose con armas y bagajes a las filas conservadoras –donde han sido recibidos, lógicamente, con gráciles alharacas. No se trata de un grupo homogéneo: Albert Boadella, Sánchez Dragó, Fernando Savater o Félix de Azúa, Arcadi Espada…

             Entre los intelectuales dedicados a la disciplina de la Historia en nuestro país, hoy abundan cada vez más una casta de historiadores, con gran predicamento en el mundo académico y universitario, que consideran la Historia desde una postura estrictamente utilitarista y mercantilista. Si son requeridos para impartir alguna charla divulgativa o para publicar un libro, solo acceden con el cheque por delante. Ocultan su falta de compromiso ético-político con el disfraz de la neutralidad, maquillada con un lenguaje seudoprogresista. Estos comportamientos han allanado el camino, para que determinados seudo-historiadores, se adentren e interpreten con gran descaro de una manera sesgada e interesada acontecimientos trascendentales de nuestra historia reciente, por medio de numerosos  libros de encuadernaciones lujosísimas, colocados en los anaqueles de los Grandes Almacenes de todas las ciudades españolas. Hoy el daño está hecho. Hoy una parte de la ciudadanía española se ha acercado exclusivamente a la II República y la Guerra Civil a través de estas publicaciones de los Pio Moa y César Vidal, construidas con una manipulación vergonzosa. Como han sido muy escasos, los historiadores de renombrón, catedráticos o profesores titulares de las Universidades, con alguna honrosa excepción como Julián Casanova o Joseph Fontana, que han salido a la palestra para poner las cosas en su justo papel, vivimos en tiempos de revisionismo histórico, por lo que se ha extendido ampliamente la peligrosa idea, además de otras, de que en la contienda civil española ambos bandos fueron igualmente culpables y que la sublevación militar de julio de 1936 fue una consecuencia inevitable de los errores y abusos del régimen republicano. No es un tema baladí lo que Joseph Fontana señala al respecto: Si analizamos lo realizado por cada uno de los dos bandos, nos daremos cuenta que les movían razones muy distintas. Y que es imposible entender lo que significó la Segunda República Española, y los motivos por los que la combatieron los sublevados de 1936, si se pasan por alto diferencias tan fundamentales como ésta: la República construyó escuelas, creó bibliotecas y formó maestros; el "régimen del 18 de julio" se dedicó desde el primer momento a cerrar escuelas, quemar libros y asesinar maestros.

Estos historiadores “profesionales”, que se han mantenido en los cuarteles de invierno tampoco dan muestras de "compromiso cívico" para denunciar los problemas cruciales de nuestro tiempo, las mentiras y falsedades sobre la marcha exitosa de este mundo globalizado, para ayudar a los hombres y mujeres a entender las razones por las que las cosas son lo que son, y que sólo pueden ser entendidas en una perspectiva temporal e indagando en sus raíces históricas. ¡Qué poco tiempo han perdido en defender frente a esa derecha rancia, determinadas medidas progresistas como: la devolución de los papeles del Archivo de la Guerra Civil a Cataluña, el matrimonio de los homosexuales, la asignatura de Educación para la Ciudadanía..!

Mas este fenómeno de derechización de la intelectualidad no se circunscribe  a España. Ya en octubre del 2002 Le Monde Diplomatique publicó un texto de Maurice Maschino sobre los intelectuales que dominan con su presencia los medios de comunicación en Francia. La prestigiosa publicación, que reúne, mes a mes, a las voces más destacadas de la izquierda, declara  con ello la guerra a los intelectuales que llama con desdén, en la cabeza del artículo, "los nuevos reaccionarios".  Circunstancia nueva que contrasta con lo que han sido los intelectuales franceses desde hace más de 100 años, afirma Maschino, "la vanguardia del combate por la justicia y por la libertad". Hugo condenó la intervención de su país en México; Zola denunció los atropellos del Ejército en el caso Dreyfus; Gide criticó el colonialismo en el Congo; Malraux luchó a favor de la república española; incluso, Mauriac levantó la voz contra las torturas cometidas por los soldados franceses en Argelia.. "Es difícil hoy --concluye-- imaginar el impacto que tuvo sobre la opinión pública y sobre los poderes establecidos una movilización semejante de los grandes espíritus de la época".

            Afortunadamente todavía quedan intelectuales comprometidos, que sacuden las conciencias de los pueblos, ya que son los que hacen a estos tomar conciencia de su realidad social para, posteriormente, asumir el compromiso de transformarla. Uno de ellos es Saramago, que nos sorprende con sus nuevas novelas llenas de profundo humanismo y de grandes valores literarios. Pero Saramago no sólo escribe novelas, sino que con su pluma mordaz cuestiona con coraje a la izquierda y también a él mismo; algo que debería ser característico de un hombre que se llame progresista. Recientemente, con fecha de 9 de junio, en su Cuaderno del Blog de la Fundación José Saramago,  escribió unas breves líneas bajo el título de Paradoja. Son contundentes, y que para todos aquellos que sean, además de llamarse, de izquierdas, deberían servir de profunda reflexión. Son tan claras, que cualquiera puede entenderlas. Ahí van: Otras veces me he preguntado dónde está la izquierda, y hoy tengo la respuesta: por ahí, humillada, contando los míseros votos recogidos y buscando explicaciones al hecho de ser tan pocos. Lo que llegó a ser, en el pasado, una de las mayores esperanzas de la humanidad…, asemejándose más y más a los adversarios y a los enemigos, como si esa fuese la única manera de hacerse aceptar….Al deslizarse progresivamente hacia el centro, movimiento proclamado por sus promotores como demostración de una genialidad táctica y de una modernidad imparable, la izquierda parece no haber comprendido que se estaba aproximando a la derecha. Si, pese a todo, fuera todavía capaz de aprender una lección, ésta que acaba de recibir viendo a la derecha pasarle por delante en toda Europa, tendrá que interrogarse acerca de las causas profundas del distanciamiento indiferente de sus fuentes naturales de influencia, los pobres, los necesitados, y también los soñadores, que siguen confiando en lo que resta de sus propuestas. No es posible votar a la izquierda si la izquierda ha dejado de existir…

 

Cándido Marquesán Millán

 

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