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¿Una nueva era de Obama?

 

                                  

 

En pocas ocasiones se ha esperado con tanta ansiedad e ilusión la llegada de un gobernante al poder, como la de Barack Obama a la Presidencia de los Estados Unidos, en este pasado 20 de enero de 2009. Explosiones de esperanza retumbaron en todo el mundo para darle la bienvenida. Aquellos que apelan a la historia dicen que habría que retroceder al mítico John Kennedy para recordar a un ser humano que alcanza la presidencia de la nación más poderosa del planeta, con tantas expectativas y en medio de tantas tensiones. Este martes, a 146 años de la proclamación hecha por el presidente Abraham Lincoln aboliendo la esclavitud; casi medio siglo después de que el doctor Martin Luther King pronunciara su histórico discurso exigiendo respeto y derechos para toda la gente sin distinción de razas, y 45 años después de que el presidente Lyndon Johnson prohibiera la discriminación racial, un estadounidense de raza negra accedió al puesto político más alto al que puede aspirar un ciudadano. El hecho está lleno de trascendencia histórica.

 

            La sobria ceremonia y su tradicional puesta en escena confirmaron que, en los 220 años ininterrumpidos de posesiones presidenciales en Estados Unidos, la forma es tan importante como el fondo. La democracia norteamericana reafirmó nuevamente una de sus características más singulares: la combinación de fiesta, solemnidad patriótica y continuidad. Y también la capacidad de reinventarse, al pasar, en una elección, del pesimismo y la división de los últimos años a una ilusión colectiva de esperanza y unión. En contraste con el optimismo mundial y como muestra de lo impredecible del comportamiento de los mercados, el Dow Jones bajó 4%.

Los comentaristas se han fijado sobre todo en el contenido del discurso. Las valoraciones han sido múltiples. Unos han dicho que lo que ha prevalecido en las palabras de Obama ha sido una bien elaborada fraseología cuya finalidad no fue nunca comunicar, sino conmover. Y eso está bien. Los discursos políticos no son herramientas de gobierno; son convocatorias a la emoción. Y la gente se emocionó por dos razones. Escuchó frases prodigiosas en un momento propicio. Fueron a emocionarse y a convencerse de su acierto electoral. No se equivocaron en elegir al hombre cuya palabra reunió como nunca jamás al mundo en torno de la oratoria.  Otros en cambio, han dicho que fue un discurso pronunciado en un tono monocorde y distanciado. Sin recurrir a ademanes, con un mínimo de retórica en el mal sentido de la palabra. Evitando utilizar fórmulas que pueden parecer seductoras, del tipo "No pregunte lo que su país puede hacer por usted, sino lo que usted puede hacer por su país", pero que resultan. Igualmente, se abstuvo de citar a Churchill, o de imitarlo, absteniéndose de sobredramatizar de la crisis. Pero reactivó a su pueblo al recordarle que, a pesar de todo lo que el Gobierno puede realizar, lo esencial depende de la determinación de todos. Fue un discurso sobrio y dirigido a la inteligencia, más que a la emoción.

 

 Entramos en el discurso propiamente dicho. Tras una breve alusión a Bush, al que agradeció su servicio a la nación, así como la generosidad y la cooperación demostrada a lo largo de la transición, entró a bocajarro en materia, reconociendo la gravedad de la situación heredada: A veces el juramento se hace en medio de nubarrones y furiosas tormentas. Nuestra nación está en guerra frente a una red de gran alcance de violencia y odio. Nuestra economía está gravemente debilitada como consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos. Así como también una pérdida de confianza y liderazgo de nuestro país.. Pocas, pero contundentes palabras para reflejar la situación de partida. Todas las cartas puestas encima de la mesa. Para hacer frente a esos retos: Hemos elegido la esperanza sobre el temor, la unidad de propósitos sobre el conflicto y la discordia. Palabras que parecen impregnadas del espíritu de Franklin Delano Roosevelt cuando en los momentos de la Gran Depresión dijo: De lo único que tenemos que tener miedo es del propio miedo.

 

Para combatir la crisis económica, y crear puestos de trabajo, se compromete a construir puentes, carreteras, redes eléctricas, líneas digitales; potenciar la ciencia y con los adelantos tecnológicos mejorar la calidad de la sanidad y la educación; así como usar nuevas energías como la solar o la eólica. Todas estas realizaciones, se sobreentiende que requerirán grandes inversiones públicas, en una línea económica claramente keynesiana. Además en relación a la economía manifiesta claramente  que, aun reconociendo que el mercado no tiene rival para generar riqueza, lo que ha demostrado fehacientemente esta crisis que el mercado puede descontrolarse y que una nación no puede prosperar durante mucho tiempo si favorece sólo a los ricos. Es además de una declaración de intenciones, una crítica a las doctrinas neoliberales que preconizaban la libertad plena de las fuerzas económicas en el mercado, y la mínima intervención del Estado.

 

Para quienes apostaban a referencias específicas en el segmento dedicado a la política exterior, como al conflicto en Gaza, prefirió marcar sus diferencias claramente con la doctrina Bush. Obama habló del "falso dilema" entre seguridad y los ideales de libertad, en abierta alusión a los argumentos del gobierno Bush para suspender derechos humanos en su guerra contra el terrorismo y darle patente de corso a la tortura como política oficial. La peregrina tesis de que el fin justifica los medios o la doctrina del mal menor, carecen de validez para un gobierno que se toma en serio los derechos humanos. Mucho menos la hipocresía y el doble juego tienen lugar en un discurso en el que la honestidad y la transparencia son valores supremos. La nueva administración reconoce que "nuestro poder no nos protegerá ni nos autoriza para hacer lo que nos da la gana". Estas palabras, en boca del líder de Washington, es un buen augurio para los espacios multilaterales.

Afirmó que los E.E.U.U.  tienen que desempeñar un papel fundamental  en aras a construir una nueva era de paz. Para ello, con viejos amigos y antiguos contrincantes se comprometió a trabajar para reducir la amenaza nuclear y hacer retroceder el calentamiento del planeta.  Tendió la mano al mundo musulmán, tema clave en las relaciones internacionales, buscando un nuevo camino, basado en el interés y el respeto mutuo. También mostró su preocupación por las naciones más pobres; reconociendo que las naciones ricas no pueden permanecer indiferentes ante esta circunstancia.

Entiendo que ha sido un discurso lleno de profundo calado ideológico, e impregnado por los valores de justicia, libertad e igualdad. Ha sido un discurso coherente, bien construido, conciso y dicho con gran elegancia, por un hombre capaz de transmitir sus convicciones. Decir tanto en tan poco tiempo es difícil. La ilusión que ha transmitido a los ciudadanos norteamericanos, y a los de buena parte del mundo ha sido grande. Mas la tarea que se vislumbra en el horizonte es complicada y los escollos serán muchos. Lo que tampoco debemos olvidar que no es más que un discurso político. Y esto lo deberíamos tener claro  los ciudadanos de a pie. Tanto nos han dicho, tantos cielos nos han puesto al alcance de la mano y tantas estrellas nos han bajado los políticos con su retórica y oratoria, que todos inevitablemente debemos estar en una prudente expectativa.

            Las primeras decisiciones parece que van en buena dirección. Congeló los salarios de los funcionarios más altos de la Casa Blanca, ajustó y endureció las reglas que aplican a los grupos de lobby y estableció un nuevo estándar para generar un gobierno más abierto y transparente. Si las familias se están apretando el cinturón, dijo el nuevo presidente, lo mismo debería hacer Washington. La nueva ‘era de la responsabilidad’ ha empezado.

En el plano internacional, el Presidente hizo sus primeras llamadas telefónicas a varios líderes en el Medio Oriente, entre ellos al presidente de Egipto, Hosni Mubarak; al primer ministro de Israel, Ehud Olmert; al rey Abdullah de Jordania y al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas. Todo dentro de una diplomacia que, como ya había prometido durante su campaña, se basará más en el diálogo y la concertación que en el uso de la amenaza y la coerción.  La otra decisión, de fundamental importancia, la tomó el martes en la noche. El cese inmediato de todos los juicios militares por crímenes de guerra que se adelantan en contra de varios sospechosos de terrorismo detenidos en Guantánamo. El objetivo será, durante los 120 días que durará el cese, revisar cuidadosamente la situación de los presos en Guantánamo, como un paso inicial pero contundente hacia el cierre definitivo de este centro de detención.

 

Ojalá  que este 20 de enero de 2009 sea un día recordado para bien, y no como el fracaso de una gran ilusión. Ojalá, este primer presidente de raza negra, consiga, por lo menos, una parte importante de todo lo que nos ha prometido. Si lo consigue, todos deberíamos sentirnos plenamente satisfechos.

 

Cándido Marquesán Millán

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