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La Guerra del gas. Una secuela de la Guerra Fría

 

 

 

En el  inicio de este nuevo año muchos nos hemos visto sorprendidos, yo por lo menos, por la guerra del gas. Como consecuencia de determinadas desavenencias entre Rusia y Ucrania, se ha producido un desabastecimiento de esta energía básica en buena parte de Europa.. Desde que Moscú ordenó suspender el suministro de gas natural, cientos de miles de familias europeas debieron soportar las inclemencias del invierno en su peor momento, con lo cual quedó demostrado lo vulnerable que es Europa frente a los designios del Kremlin. Sobre todo, han sido  los ciudadanos de Rumania, la República Checa, Eslovaquia, Bosnia-Herzegovina, Bulgaria, Croacia, Italia, Grecia, Hungría, Serbia o Austria,  los que lo han sufrido con mayor intensidad. España afortunadamente no se ha visto afectada, ya que por nuestra localización geográfica nos abastacemos de esta energía de otras latitudes, especialmente de Argelia.

            El problema ha surgido como consecuencia de que el gasoducto que, procedente de la antigua Unión Soviética, condujo por décadas gas natural hacia el occidente, quedó ahora atravesando el territorio de Ucrania, antiguo miembro de la URSS, que en su condición de nuevo país independiente no mantiene las mejores relaciones con Moscú. La provisión, los precios y los pagos del gas que se queda en Ucrania en virtud de complicados acuerdos bilaterales, se confunden fácilmente con la corriente que sigue su camino hacia los consumidores de otros países.

Un problema económico bilateral degenera en problema político y termina por convertirse en asunto de importancia estratégica. Sin dejar de tener en cuenta los aspectos humanitarios de una crisis en la que la gente siente en lo más íntimo de su hogar los rigores de desacuerdos ajenos, todo es una consecuencia de la desaparición de la Unión Soviética. En ciertos aspectos a Europa le iba mejor en otra época, bajo el orden de la Guerra Fría, en cuanto Rusia jamás se atrevió a tocar la llave del gas como elemento de su permanente disputa con el bloque contrario.

Moscú alega que la interrupción fue necesaria porque Kiev viene pagando precios bajísimos por el gas que les compra, y que es fuente del 25% del total del consumo de Europa. Alega, además, que Naftogaz, la compañía ucraniana que sirve de puente para el combustible, se ha quedado con cientos de millones de dólares en utilidades por la venta de gas ruso a sus clientes en Europa. Ucrania, por su parte, niega estos argumentos y acusa a Rusia de abusar de su monopolio energético para obtener ganancias políticas. Los dos países tienen parte de la razón. Ucrania paga 179 dólares por unidad de gas, a pesar de que es más alto el precio del mercado, y Rusia exige un pago más acorde con la realidad -al menos el doble-, pues debe compensar la reducción cercana al 50% de los ingresos por la venta de petróleo y gas, derivada de la caída de los precios del crudo en el último año.

 Sin negar la importancia de la cuestión económica. Las causas del problema son además otras de mayor calado. Algunos  analistas consideran que Putin también trata de mostrar los dientes para recordarle a Europa y a sus vecinos lo que pesa todavía Rusia en el contexto geoestratégico actual. Por un lado, se trata de un mensaje para Ucrania y otros países que insisten en ingresar a la Unión Europea y a la OTAN pese a las objeciones rusas. De hecho, aunque Italia y Francia sintieron el cierre del grifo, fueron las ex repúblicas soviéticas las que más sintieron su efecto por su gran dependencia del gas ruso. Según Fabio Liberti, del Instituto para las Relaciones Internacionales, con sede en Washington, Putin les está recordando a los europeos que sentirán las consecuencias si apoyan esas aspiraciones, respaldadas por EE.UU. Putin podría haber tomado la decisión en represalia por el ascenso, este mes, de la República Checa a la presidencia rotativa de la Unión Europea. "El Primer Ministro quiere que Europa entienda que Rusia es una potencia que no puede ser ignorada y que su posición en los temas más importantes para la política mundial y regional, debe ser tenida en cuenta en aras de la armonía -sostiene Fabio Liberti.

            Otro análisis muy interesante es del periodista chileno Raúl Sohr, que presenta tres posibles teorías al respecto. Una, la favorita de muchos analistas políticos, es que Rusia quiere castigar a Ucrania por varias razones. La primera es el deterioro de las relaciones con Kiev desde la "revolución naranja", en 2004, que llevó al gobierno a fuerzas pro-occidentales. Luego están los anhelos de dicho gobierno de integrar su país a la OTAN, algo a lo cual Moscú se opone en forma vehemente. También irritó a Rusia el respaldo brindado por Kiev a Georgia durante el breve conflicto entre ambos países. Una segunda teoría es que Moscú desea eliminar a Ucrania como una ruta de paso para el transporte de su gas. Hay, finalmente, los que creen que Rusia tiene problemas de abastecimiento y está buscando una excusa para cubrir su falencia. Vladimir Putin, el primer ministro, niega todo lo anterior e insiste que se trata de un problema comercial: los ucranianos deben pagar lo mismo que el resto de Europa y no tienen bases para aspirar a un precio preferencial.

 Por lo que parece  Moscú y Kiev acaban de llegar tras maratonianas negociaciones, a un acuerdo de tarifas para el carburante ruso destinado a Ucrania.  El acuerdo alcanzado supone "un descuento del 20% para la compra de gas natural ruso, si se mantiene la tarifa preferencial de tránsito por Ucrania de 2008", anunció Putin en una comparecencia conjunta ante la prensa con su homóloga ucraniana. No obstante, "a partir del 1 de enero de 2010 adoptaremos íntegramente un establecimiento de precios y tarifas de bombeo de gas ruso en total conformidad con los estándares europeos, sin cortes ni descuentos", puntualizó, y enfatizó que la fórmula europea será aplicada "tanto al tránsito como al precio del carburante".

Sea lo que fuere, lo que parece cierto es que  es urgente insistir en la construcción de otras líneas alternativas de suministros, que sean más confiables y no estén sometidas a los vaivenes de una relación bilateral inestable, que mezcla sin duda el asunto del gas con otras cuestiones anteriormente mencionadas. Todo lo ocurrido  ha  servido para mostrar de una manera contundente la inseguridad energética de varios países, en especial del centro y sur de Europa. Con ello obliga a repensar cuáles serán las fuentes energéticas cara el futuro que alimentarán a buena parte del viejo continente. Ya que, la energía que utiliza un país es una cuestión estratégica que afecta de pleno a su seguridad nacional. Cabe pensar que tomarán buena nota.

 

Cándido Marquesán Millán

 

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