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LOS OBISPOS EN LA REFRIEGA ELECTORAL


Durante esta semana se ha convertido en noticia la Nota de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española ante las elecciones generales del 9-M, así como la respuesta por parte de los dirigentes del PSOE. Se han sucedido editoriales, comentarios y artículos diversos en los diferentes medios de comunicación. Pasados ya unos días, quiero expresar unas reflexiones serenas sobre estos acontecimientos.

La jerarquía católica, como cualquier otro grupo social, sean los ecologistas o los bomberos, es libre en un sistema democrático de manifestar su opinión sobre cualquier asunto público, incluidas unas recomendaciones sobre unas elecciones. O lo que es lo mismo, la jerarquía católica puede meterse en política. Esto tiene que quedar muy claro. No obstante, mal acostumbrados los obispos a hablar desde el púlpito, donde no hay réplica posible, piensan que ahora al bajar a la arena política va a ocurrir lo mismo. Donde las dan, las toman. Por ello, nuestros purpurados no deberían incomodarse si son contestados, ni ver fantasmas anticlericales. También parece conveniente señalar que nuestros obispos tan contestarios ahora, como tan callados en otras épocas no muy lejanas, son una parte pequeña de tan grande institución, ya que existen amplios sectores católicos, que no comulgan con sus planteamientos. Pero, a la vez, no cabe duda, es el grupo que más suena, con más poder mediático, y que en este momento se ha impuesto al resto de las diferentes tendencias de la misma.

De la misma manera es evidente que en estos 30 años de democracia, nunca como en la presente legislatura, un Gobierno ha sufrido ataques más furibundos por parte de la Conferencia Episcopal. Los obispos llevan cuatro años encabezando manifestaciones en la calle, algo insólito en nuestra historia y que seguro llenaría de gozo a los Buñuel y Lerroux, para protestar contra las medidas legales del Gobierno a favor del matrimonio homosexual, de la simplificación del divorcio, de las reformas educativas y del diálogo con ETA. Comportamiento hasta cierto sorprendente, si tenemos en cuenta que en estos 4 años la Iglesia católica ha sido tratada de una manera exquisita y generosa, ya que se le aumentó el porcentaje de participación en el IRPF desde el 0,5% hasta el 0,7%, tras comprobarse que las aportaciones voluntarias en la casilla de las declaraciones a Hacienda eran insuficientes. ¡Qué sabio es el refranero popular! Quien da pan a perro ajeno, pierde el pan y pierde el perro. De nada ha servido, ya que bajo el pretexto del derecho a expresar libremente sus opiniones, la jerarquía católica ha arremetido ahora de nuevo contra las iniciativas legislativas del Ejecutivo socialista. El comunicado de la jerarquía eclesiástica apela al "ejercicio responsable" del derecho al sufragio y alienta "a los católicos y a todos los que deseen escucharles", que cada vez son menos, para que apoyen a las formaciones políticas que defiendan la vida humana en todas sus etapas, desde la concepción hasta la muerte natural, y el matrimonio entre el hombre y la mujer. Además, consideran "intrínsecamente perverso" reconocer a una organización terrorista como representante político de un sector de la población, así como negociar con ella. Esta nota última no añade nada significativo. La interpretación mayoritaria es que implícitamente está pidiendo el voto para el PP. En el caso de que así lo fuera, tampoco debiera extrañarnos ya que la Iglesia siempre ha pedido el voto para la derecha. Es lo que ha hecho siempre. Aquí, y en todas las naciones de base social preferentemente católica, como Italia o Portugal, y algo menos en Francia. En Italia, el apoyo de la Iglesia a la Democracia Cristiana, hasta que desapareció como partido tras los escándalos de corrupción y de implicaciones mafiosas, era algo ritual en todas las elecciones.
No obstante, yo tengo otra visión de la nota de la C.E., en el sentido de que en buena lógica no se está pidiendo el voto para la derecha ni para la izquierda. Quiero explicarme. Recomiendan los obispos a sus fieles la conveniencia de no votar a aquellos partidos que en algún momento cayesen en la tentación de hablar con organizaciones terroristas. Tentación en la que han caído todos los gobiernos españoles, ya que -desde la lejana época de la UCD- han establecido contactos, tanteos, negociaciones e intercambios de mensajes con los etarras. Algunos de ellos con éxito, como el que condujo a la disolución de la ETA político-militar en tiempos de Adolfo Suárez. Es natural. El ideal de cualquier gobernante sería acabar con la pesadilla del terrorismo en España: ya sea por la vía policial, ya por la de la negociación, ya por la de los procedimientos extralegales. Tanto da si de izquierdas o de derechas, ninguno ha dejado de ensayar hasta ahora alguno de esos métodos; y si en algo han coincidido todos ellos es en la tentativa de acordar un final negociado de la barbarie. En consecuencia, todos los fieles que siguieran a rajatabla las recomendaciones episcopales no deberían votar a aquellas opciones que de una u otra manera hayan dialogado, negociado o simplemente hablado con miembros de ETA. Por ende, deberían abstenerse o votar en blanco.

Como conclusión, lo que me parece urgente es denunciar de una vez los acuerdos con la Santa Sede para adecuar las relaciones con ella a las exigencias de un Estado aconfesional. No vaya a ocurrir que pasadas las elecciones, se siga aumentando la aportación económica a la Iglesia, como ya se ha hecho, y manteniendo la religión en los centros escolares públicos. Igualmente sería conveniente y deseable ya, que nuestras autoridades, como representantes públicos, empezasen a perder la costumbre de asistir a las ceremonias católicas, como se hacía en tiempos del nacional-catolicismo Como que también dejara de ser festivo para todos los españoles, el 8 de diciembre. Los tiempos son otros muy diferentes. El curso de la historia va por otro lado.




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