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Oriente Medio cada vez peor




Los territorios de Israel, Líbano, Irak, Irán, Afganistán y Pakistán, además de albergar el 60% de las reservas petroleras mundiales, son un auténtico polvorín, y con el agravante de que no se vislumbra solución alguna. En el conflicto judío-palestino, hemos tenido tantas decepciones, como en Camp Davis y Oslo, que de Annápolis ahora, poco puede esperarse. En el Líbano, como sus países vecinos Israel, Siria, Irán, creen tener el derecho a dirimir sus diferencias allí, una posible salida de la crisis es utópica; sin descartar una nueva guerra civil, tal como se están desarrollando los acontecimientos. Bush, al creerse bendecido por Dios para realizar una misión histórica y estar dirigiendo el país del “Destino Manifiesto”se embarcó en Irak para “defender la democracia”, y ahora no sabe cómo salir de ese lodazal, donde está depositando hombres, armas y su prestigio internacional. El ejército estadounidense anunció que en 2006 se registraron 3.300 deserciones, comparado con 2.357 desertores en el 2004. La confrontación con Irán permanece en compás de espera. Aunque la probabilidad de un ataque militar contra Teherán sigue vigente, hoy aparece menos inminente.
En Afganistán se necesitan cada vez más fuerzas militares y más dinero. El presupuesto para el mantenimiento del gobierno de Karzai está cubierto por dinero extranjero y EE.UU. paga directamente la mayoría de los gastos del ejército nacional afgano. Mas el deterioro actual es muy parecido al que precedió al desastre soviético de los años ochenta. Además existe hoy un gran resentimiento ante las tropas invasoras, que es explotado por las fuerzas de la resistencia y sus apoyos exteriores. El esfuerzo de EE.UU. y la OTAN demuestra ser inútil. Cada día, portavoces de Al Qaeda instan a los afganos a la rebelión contra las tropas extranjeras infieles y, en consecuencia los talibanes están cobrando cada vez más fuerza. Los estrategas occidentales saben que no sólo no es posible una victoria, sino que en territorio afgano incluso una derrota es factible. La OTAN, que inició el envío de tropas en junio de 2006, ha desplegado unos 46.000 efectivos en dicho país. Cantidad pequeña, si se tiene en cuenta que los soviéticos desplegaron más de 300.000 soldados tras su invasión de 1979. Una década más tarde, un abatido Ejército Rojo se replegaba, dejando tras de sí al menos 12.000 víctimas enterradas. En la actualidad, el objetivo de las fuerzas de la OTAN es neutralizar a unos 6.000 insurgentes talibanes, que fueron desalojados del Gobierno en 2001, luego del ataque de E.E.U.U. en combinación con los afganos de la Alianza del Norte. E.E.U.U sabe por experiencia propia que es imposible vencer a los talibanes sin sellar la frontera con Pakistán. Mientras los insurgentes tengan un santuario para reclutar y entrenar nuevos cuadros en el vecino país, tendrán las mismas dificultades que los soviéticos hace dos décadas. El ejército paquistaní, por su parte, ha mantenido desplegados unos 80.000 hombres a lo largo de la montañosa línea fronteriza. Incluso en las circunstancias más ventajosas, es difícil controlar los vastos territorios que por siglos han sido controlados por los clanes locales. Pero las condiciones son adversas, puesto que el Ejército paquistaní cuenta con numerosos efectivos que se sienten más próximos a los talibanes que al Gobierno de Musharraf. Las deserciones son frecuentes y las órdenes a menudo son acatadas sin celo alguno. En Afganistán también debe contarse con el cultivo de la droga. Occidente recoge lo que sembró. Tras la invasión soviética, en diciembre de 1979, el ex director de la CIA en Afganistán, Charles Cogan, admitió que su agencia había sacrificado la guerra contra las drogas a favor del combate en el marco de la Guerra Fría: "Nuestra misión principal era infligir el máximo daño posible a los soviéticos. No teníamos realmente los recursos o el tiempo para dedicarnos a investigar el tráfico de drogas Pero el objetivo principal se cumplió. Los soviéticos salieron de Afganistán". Por ello, este país es hoy responsable del 94% de la producción mundial de amapola. Ello equivale a un valor estimado de exportación de cuatro mil millones de dólares.
Para acabar de enmarañar la situación, tenemos el magnicidio de Benazir Bhuto en Pakistán. Su muerte sólo exacerba los ya muchos problemas del país. Ella era la única solución, ya que era un gigante político en una tierra de pigmeos políticos y acólitos de los militares. Su desaparición ha dejado un enorme vacío político en el corazón de este estado nuclear, que parece resbalar en el abismo de violencia y del extremismo islámico.
Tras los atentados de las Torres Gemelas, Bush inició la "guerra contra el terrorismo internacional" con el propósito de establecer democracias estables y erradicar a los fundamentalistas seguidores de Osama Bin Laden. Este discurso político a favor de la democracia pierde credibilidad ya que Washington está obligado a respaldar a los protagonistas que sirven a sus intereses, como Musharraf o la monarquía saudita, que nada tienen de democráticos. Y ya no digamos el de erradicar al fundamentalismo islámico. El recurso a la fuerza militar, en ausencia de un plan político claro, para lo único que ha servido es para debilitar el papel de Estados Unidos en esta crítica región. Por ende, Oriente Medio es hoy una región mucho más violenta y mucho menos pacífica que cuando Bush inició sus intervenciones. Esta es la realidad.

Cándido Marquesán Millán





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