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La jerarquía católica siempre igual

 

 

 

            Estamos observando estos días pasados en las jerarquías eclesiásticas españolas unos comportamientos hacia el gobierno de Rodríguez Zapatero que sobrepasan el límite de lo razonable. Una persona foránea, que llegase a España,  al comprobar tal dureza inmisericorde, pensaría que la iglesia española estaba siendo sometida a una auténtica persecución, semejante a la Diocleciano. Tales ataques recuerdan a los lanzados por la jerarquía española de tiempos de la II República. Los lamentos de los Ureña, Rouco, Cañizares parecen extraídos de la Carta Pastoral, de julio de 1933 del Arzobispo de Toledo, Primado de España, Isidro Gomá y Tomás, que lleva el título de Horas Graves. Las circunstancias son muy diferentes.

            De entrada debe señalarse, en un aviso a navegantes, que la iglesia católica española goza de todo tipo de prebendas y privilegios. Si alguno lo duda puede leerse los Acuerdos firmados entre el Vaticano y el Estado español en 1976 y 1979. Por ellos se pagan los sueldos de obispos y sacerdotes, a los profesores de religión, el mantenimiento del patrimonio artístico de la iglesia, ventajas fiscales, etc. Cualquiera podrá comprobar que en ningún país del mundo está mejor tratada la iglesia católica. Y a pesar de ello, se lanzan los jerarcas católicos al monte y encrespan a sus correligionarios a manifestarse en la calle, con todo tipo de verdaderas mentiras y falsas verdades. Resulta incomprensible. ¿Qué le ha hecho a la iglesia el gobierno socialista, para mostrarse tan dolorida? Siempre que llega al poder la izquierda la iglesia se solivianta. Mientras que cuando llega la derecha todo es quietud y sosiego. Ha sido siempre así. No hay más que estudiar nuestro pasado reciente.        

En los días previos a la reciente manifestación del día 12 de noviembre pasado, se oyeron cosas verdaderamente inconcebibles, que insultan a la inteligencia. Se decía que iba a desaparecer la clase de Religión; que la asignatura de Educación para la Ciudadanía serviría para adoctrinar y descristianizar a los alumnos, que se negaban derechos fundamentales de la Constitución, así como la libertad de elección de centro a los padres, etc. En ningún artículo del Proyecto de Ley Orgánica de Educación se dicen cosas semejantes. Puede leerse el articulado por arriba, por abajo, por los lados, y en absoluto se puede encontrar nada que justifique tal sarta de falsedades.  No quiero pasar por alto, una pancarta de una monjita, ignoro de qué orden religiosa era, que decía menos talante y más democracia. Tiene INRI la cosa, que una monjita a estas alturas de la película nos venga a dar lecciones de democracia. No quiero fijarme en todas las falsedades que se manifestaron, sólo quiero detenerme en la cuestión de la asignatura de Religión  y plantear algunas reflexiones sobre el particular.

La batalla emprendida por la defensa de la asignatura de Religión, tiene bemoles. Lo de menos es que sea evaluable y computable. La jerarquía católica parece estar más preocupada por la alternativa a la religión, que por la religión misma. De aprobarse esta petición significaría que aquel alumno que no deseara la asignatura de religión, se vería obligado a tener que estudiar a la fuerza la alternativa. Esto sí que es una imposición y un castigo. Actúan así nuestros jerarcas eclesiásticos porque saben perfectamente, que sin alternativa, muchos alumnos no  se matricularían en religión. Con esta actuación la iglesia  española demuestra su debilidad pastoral, ya que se ve incapaz para enseñar su mensaje o impartir su doctrina a las nuevas generaciones, en concreto a los niños y a los jóvenes. Cada vez más los templos están más vacíos de gente joven y sólo los llenan gente de edad avanzada; así como la escasez de vocaciones sacerdotales. Por eso lucha encarnizadamente para que el Estado aconfesional (laico en determinados aspectos) enseñe en los colegios privados y públicos, lo que ella se ve sin fuerzas para comunicar. Lo que quiere es que sean los poderes públicos los que enseñen la catequesis que ella no sabe cómo enseñar. Este es el problema de fondo y no otro.

Además de lo precedente, la impartición de la religión, sea católica, musulmana o Testigos de Jehová, en los centros educativos, podría suponer, lo que ya está ocurriendo, que alguien podría decir en un aula, financiada con fondos públicos, a los chavales, que no deberían usar los anticonceptivos, a pesar del SIDA; que la mujer es inferior al hombre o que no se puede hacer una transfusión de sangre, aunque ello suponga la muerte de un  ser humano. Estas afirmaciones sí que son graves y atentan contra los derechos humanos.

El problema se acabaría si se impartiera, en lugar de Religión, entendiéndola como catequesis, una Historia de las Religiones, donde aparecieran todas: la católica, la musulmana, la protestante, la budista, etc. La religión es un hecho cultural vinculado al ser humano. Difícilmente puede entenderse el pasado histórico sin el hecho religioso. Mas se debería explicar de una manera científica, enseñar la razón de ser el hecho religioso y su importancia, su estructura conceptual, social y económica, su larga y variada historia, sus manifestaciones artísticas y sus tradiciones, sus exigencias éticas, etc. Y por supuesto, sus aportaciones positivas y negativas a la historia. Las religiones han sido origen y causa, a lo largo de los tiempos, de lo mejor y de lo peor que se ha producido y vivido en la historia de los pueblos. Porque, como todos sabemos y si alguno no lo sabe todavía, debería saberlo que las religiones han producido seres que enaltecen al ser humano y otros que lo insultan. Las religiones han generado grandes héroes y grandes criminales. La iglesia católica, como otras religiones, puede servir de claro ejemplo. Frente a grandes hombres, que se han sacrificado por la humanidad; ha habido otros, que han producido grandes maldades. De los primeros podría servir de ejemplo Francisco de Asís; de los segundos el ínclito Torquemada.

A su vez la iglesia católica española da muestras palpables de debilidad moral. No tiene credibilidad para convencer a la gente para que adecue su conducta a determinados criterios morales que ella cree necesarios para que la sociedad se mantenga en cierto orden. En base a esta carencia, los obispos españoles se empecinan en que los poderes públicos obliguen a todos los ciudadanos, independientemente de sus creencias, mediante leyes, a que se mantenga un determinado modelo de familia, de matrimonio, de comportamientos sexuales y de discriminación de sexos que la jerarquía eclesiástica considera que se debe imponer a la sociedad, en contra de amplios sectores de la iglesia católica, aunque ello pueda suponer discriminación entre hombres o mujeres, o humillación a importantes colectivos, como los homosexuales.

Sería conveniente y deseable que las altas jerarquías eclesiásticas españolas llevasen a cabo una profunda reflexión, para diagnosticar las razones auténticas de esa debilidad cada vez mayor e irreversible, si no lo remedian. Mas dudo que lo hagan. Ya que ellas nunca son culpables de nada. Los culpables siempre son otros. Obviamente entre ellos está el Gobierno de Rodríguez Zapatero.

 

 

Cándido Marquesán Millán

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