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Arde Francia

     

Estos días la Francia republicana, laica, orgullosa de sus aportaciones a la historia, con razón suficiente, se está viendo sometida a un autentico movimiento sísmico de contestación social por parte de todo un colectivo de jóvenes, descendientes de inmigrantes africanos, que puede generar profundos cambios políticos y sociales, no sólo en Francia.  A primera vista estos acontecimientos parecían imprevistos, pero nada más lejos de la realidad. Eran previsibles.

Europa ha necesitado hace tiempo rejuvenecerse, y mano de obra abundante y barata, de lo contrario su desarrollo económico hubiera entrado en un colapso lógico. Los demógrafos lo han dicho por activa y por pasiva. No es necesario entrar en más profundidades. Han llegado emigrantes de todos los continentes a mansalva al Reino Unido, Francia, Alemania, y a España, además de a otros países.  En nuestro país, los sudamericanos, africanos o de los países del este, además de inyectar savia nueva han proporcionado mano de obra abundante y barata a la construcción, a la hostelería y al cuidado de ancianos. Además han contribuido con sus cotizaciones al superávit de la Seguridad Social. Obviamente han usado los servicios de educación y de sanidad. Esta última circunstancia nos resulta, a veces, menos grata.

Las primeras generaciones de emigrantes, agradecidos por su acogida, teniendo en cuenta las penalidades de sus países de origen, en muy pocas ocasiones han planteado problemas de convivencia, lo que no significa que se hayan integrado plenamente y hayan renunciado a sus raíces primigenias. Es lo que ocurrió en Francia hace 40 o 50 años, o lo que está pasando en España ahora.

Los que se han rebelado en Francia son los hijos o nietos de los primeros emigrantes, poniendo en evidencia un fracaso estrepitoso del modelo de integración francesa. El régimen republicano de nuestro país vecino pensó que tarde o temprano, como cae una fruta madura por su peso, todos los emigrantes, independientemente de su procedencia, se sentirían orgullosos de sentirse franceses. Mas parece que no ha sido así. Esos jóvenes pirómanos que están poniendo en un grave aprieto al gobierno de Villepin, son franceses jurídicamente, pero se sienten marginados. La mayoría de los detenidos tiene menos de 18 años y los agitadores tienen entre los 14 y 26 años. Son jóvenes, muy jóvenes. Viven en los muchos grands ensembles construidos entre 1955 y 1975 en los suburbios de las grandes ciudades francesas en un intento de dar respuesta a la enorme crisis de vivienda que padecía el país. Hoy estos lugares están poblados mayoritariamente de minorías étnicas, sobre todo norteafricanos y subsaharianos. Allí ha nacido y crecido ya una generación, francesa por vivencia  y nacionalidad. Pero, como dijo en cierta ocasión Laurent Fabius, siendo primer ministro: sí, son franceses, pero no como los demás. Y este sentimiento lo han tenido desde su niñez, al estar viviendo en unos espacios en los que se les está negando su futuro, su presente y su pasado. Su futuro es sombrío, ya que se educaron en unas escuelas públicas, donde se concentraron minorías étnicas, con escasos apoyos de sus familias y con unos maestros desilusionados. Tienen un futuro incierto y con escasez de horizontes personales. Se les niega también su presente por su escaso nivel formativo y que no tienen otra vía de escape que huir en coche a la gran ciudad. Tienen sus ídolos como Zidane, pero es algo inalcanzable. Quieren ser protagonistas, por ello queman coches,  es la única manera de salir en los medios de comunicación. Se les niega, por último, su pasado, al obligarles a ser franceses, independientemente de su religión, de su raza o de su origen.

Un acontecimiento de esta trascendencia y que todavía no es posible medir sus consecuencias, para ser estudiado en profundidad requiere cierta perspectiva histórica. Hace falta cierta lejanía, no valen los primeros planos. Con cierta cautela los sociólogos y politólogos se han visto sorprendidos. No saben y no contestan. Se hacen preguntas. La pregunta, decía Heidegger, es la suprema forma del saber. ¿Una revuelta sin intelectuales? ¿Dónde están los inspiradores del Otoño francés? ¿En ausencia de intelectuales, cuáles son los materiales de su doctrina? Acaso puedan estar en las letras de las canciones de Zebda, un grupo musical de fusión (mezcla de rap, rock y otros) de la ciudad de Toulouse. Sus intelectuales son beurs (palabra que significa árabe nacido en Francia de padres inmigrantes), como ellos, que hablan y piensan como ellos. El estribillo de double peine( doble condena), dice así: Yo soy aquel que han castigado dos veces, aquí y también allá. Se me acusa de todas las trampas, cuatros esposas y varias concubinas. Son rechazados en Francia y lo fueron en su país de origen.

Su canción más conocida es Le bruit et l´odeur. Es una polémica frase dicha en 1991 por Chirac en la que reflejaba todos los tópicos sobre la inmigración árabe musulmana. Se refería a toda una serie de incomodidades que padece un trabajador francés y su mujer, que gana cerca de 15.000 francos ( unos 2.000 euros) y que tienen en el rellano de su escalera a una familia amontonada, con un padre, tres o cuatro esposas y una veintena de hijos y que gana 50.000 francos de ayudas sociales sin apenas trabajar. Si a esto se le añade el ruido y el olor, pues bien, el trabajador francés se vuelve loco. Y decir esto no es ser racista. El ruido y el olor se convirtió en el himno de revuelta de estos jóvenes beurs, lo que no significa que el grupo Zebda haya incitado este furor pirómano de coches, de escuelas, parvularios, bibliotecas, gimnasios, almacenes y mobiliario urbano. Lo que sí parece incuestionable es que las letras de sus canciones han aportado las señas de identidad a estos jóvenes descendientes de inmigrantes.

Con todo lo precedente, en todos estos grands ensambles se acumuló gran cantidad de material inflamable. Sólo se necesitaba. una chispa. Los grandes incendios se inician con una cerilla. La chispa fue la muerte, el pasado 27 de octubre, de dos chicos, Ziad Benna y Bouna Traores, de 17 y 15 años, al refugiarse, al ser perseguidos por la policía, en las instalaciones de la compañía eléctrica EDF. El ministro Sarkozy, ha echado más leña al fuego, llamándoles racaille (chusma), y les ha certificado que son franceses de segunda.  Además el primer ministro, Villepin, al exhumar una ley de 1955, de tiempos de guerra de Argelia, para decretar el toque de queda en los barrios de la revuelta, les ha vuelto a recordar a esos jóvenes sus orígenes y su doble condena. Se les vuelve a tratar como a sus abuelos.

De momento, en nuestro país estos peligros parecen lejanos. No obstante, debemos aprender de los errores ajenos.

  

Cándido Marquesán Millán

3 comentarios

jessica redrado -

me gusta mucho este texto

dario carnicer sierra -

io creo q cada uno deberia de irse a su pais natal i q los paises ricos ayuden a los pobre a estar en el mismo nivel de vida

dario carnicer sierra -

no mandes deveressssssss