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OTRA GUERRA EN SOMALIA    

Ya es extraordinariamente compleja la situación en Oriente Medio. Los conflictos de Afganistán, Irán, Irak, el Líbano, el conflicto arabe-israelí lo corroboran, convirtiendo la zona en un auténtico polvorín, con el agravante de que no se vislumbra salida alguna  a ninguno de ellos. Cada día es peor que el anterior. Ahora se incorpora a este mar tenebroso otro más, el de Somalia, en el Cuerno de África.

Este país no ha disfrutado momento alguno de sosiego en su reciente historia. Ha conocido de todo pero nada bueno. Disfruta de importantes recursos (reservas de petróleo y gas, pesca y un extraordinario acuífero de 60.000 metros cúbicos compartido con Eritrea y Etiopía) y con una situación geoestratégica excepcional, ya que por sus costas pasa el 13% del comercio mundial, barcos que van y vienen por el canal de Suez, además de una parte importante del petróleo de Oriente Medio. Por ende, ha propiciado la codicia desde fines del XIX de distintas naciones o clanes regionales. Ha sido víctima del colonialismo clásico,  de la pésima descolonización, de la Guerra Fría, de la lucha entre los señores de la guerra, de enfrentamientos armados con países limítrofes, de una Guerra Civil, de dictaduras, de separatismos, de boicots económicos, de sequías, de  hambrunas bíblicas, de boicots económicos, de una invasión norteamericana y ahora del islamismo extremista.

Accedió a la independencia en 1960. Siad Barré llegó tras un golpe militar al poder en 1969, y  al alinearse con Moscú, se creyó con la fuerza suficiente para luchar contra Etiopía por la meseta de Ogadén, de mayoría somalí. Esta invasión no fue bien vista por la URSS, que buscaba el acercamiento con Etiopía, y en lugar de apoyar a Somalia, la aisló, por lo que Barré llevaría a cabo un cambio de alianzas, acercándose a los EE.UU. de la Guerra Fría. Esta situación se mantuvo, hasta que en 1991, islamistas y comunistas derribarían a Barré, ante tal viraje ideológico. A partir de entonces, sin un verdadero gobierno, con luchas fratricidas entre los señores de la guerra, se produjo la separación de facto de su parte Norte, donde se independizarían Somalilandia  y Puntlandia. Por ello fue necesaria la intervención de la ONU, con tropas de USA en 1993, que tras el fracaso de la batalla de Mogadiscio, con la voladura de un helicóptero y la muerte de 18 marines, tendrían que retirarse.

La inestabilidad hasta ahora ha sido constante. No tiene un Gobierno central. A instancias internacionales se creó un Gobierno de Transición en octubre de 2004, al que no obedecían algunos señores de la guerra. En junio de 2006 una parte importante del país, incluida la capital de Mogadiscio, caía en poder  del Consejo Supremo de Cortes Islámicas, mientras que el Gobierno Provisional, reconocido  a nivel internacional, debía refugiarse en Baidoa.

Estos son los procedentes que pueden servir para contextualizar la situación bélica actual, que no presagia buenos augurios. Por una parte, Etiopía con mayoría de población cristiana ortodoxa, temerosa del expansionismo islámico, ha desplegado ya tanques y artillería pesada en territorio somalí, con más de 10.000 soldados para defender al Gobierno Provisional. Por otro parte, los Tribunales Islámicos, con el apoyo de Eritrea con viejas enemistades con Etiopía, instan a todos los musulmanes del mundo a apuntarse a la yihad contra los infieles. En la capital Mogadiscio, los escolares y mujeres han formado cortejos espontáneos, invocando a Dios, gritando eslóganes antietíopes y lanzando piedras a los hombres que todavía no han marchado al frente. Sus calles están vacías: millares de hombres animados por un nacionalismo feroz, por la invasión del enemigo exterior, mezclado de fervor religioso, han partido a unirse a los campos de reclutamiento y de entrenamiento abiertos por los islamistas. En Somalia, el nacionalismo ha ido siempre unido a la religión, ha dicho un miembro importante de los Tribunales Islámicos.

La hora no es ya propicia para las exquisiteces oratorias. El único medio de reconciliarnos con Meles Zawi- 1º Ministro de Etiopía- es que se convierta al Islam o que nosotros nos convirtamos al cristianismo, declaraba recientemente, ante un auditoria enfervorizado, Cheik Yusuf Indhahe, jefe del Estado Mayor de los Tribunales Islámicos.

Con todos estos antecedentes el futuro no parece muy esperanzador para la paz. La Guerra abierta ya entre Somalia y Etiopía se anuncia mortífera y sin verdadero ganador. Etiopía no tiene los medios de invadir el conjunto de Somalia; los Tribunales Islámicos no tienen la potencia de fuego necesaria frente a un ejército nacional. El primer perdedor parece claro que será el Gobierno Provisional de Transición, totalmente desacreditado a los ojos de los somalíes y sobre el que sus mismos aliados etíopes no tienen más ilusión. Y sobre todo, el gran perdedor será el pueblo somalí. ¿Qué pecado han cometido los africanos para merecer esto?

Además de lo peculiar de Somalia, debemos considerar que como país africano que es, las causas del alto y creciente índice de conflictos en este maldito continente, como indica Paul Collier, se encuentran en su dependencia de  las materias primas y en su creciente pobreza. En general, dicha dependencia  aumenta considerablemente el riesgo de guerra civil, probablemente porque ofrece una rápida fuente de financiación para los grupos rebeldes. De modo parecido, la pobreza y la recesión económica aumentan el riesgo de rebelión, pues resulta más fácil para los grupos rebeldes reclutar combatientes. Puede servir de claro ejemplo la experiencia de la República Democrática del Congo. Cuando Laurent Kabila se dirigía, a través de la citada República, hacia Kinshasa, fue entrevistado por un periodista. En sus declaraciones, afirmó que en el Zaire la rebelión era sencilla: todo lo que necesitaba eran 10.000 dólares y un teléfono móvil. Con los dólares  se puede levantar un ejército, mientras que con el teléfono móvil es posible hacer negocios con la extracción de minerales. Al parecer, en esta ocasión Kabila cerró negocios mineros  por valor de 500 millones de dólares, antes de llegar a Kinshasa.

Mientras tanto el mundo desarrollado cruzado de brazos. Todo lo más es enviar a cualquiera de estos países, después de la visita de algún afamado actor cinematográfico,  algunas toneladas de arroz o de harina de trigo, que en la mayoría de las ocasiones no llega a su destino. Con ello tranquilizamos y sedamos nuestra conciencia.

 

CÁNDIDO MARQUESÁN MILLÁN

 

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