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Tenemos derecho a la esperanza, la felicidad y la vida

Cándido Marquesán Millán

En estos momentos de dominio apabullante del neoliberalismo, nos han impuesto a la gran mayoría de la ciudadanía unos determinados valores culturales, muy bien expresados por Boaventura de Sousa Santos en la Quinta Carta a las Izquierdas.  La cultura neoliberal es una cultura del miedo, el sufrimiento y la muerte. Se han extendido como una pandemia en nuestra sociedad, debido a que se ha impuesto una determinada hegemonía. Pero esta hegemonía puede ser eliminada contraponiendo unos poderes contrahegemónicos. El neoliberalismo no es algo inevitable, cual si fuera algo predeterminado por un mandato divino, y que hubiera que aceptar sin cuestionar.

Lo grave, ese ha sido su gran éxito de los grandes poderes políticos, económicos y mediáticos, el que una gran mayoría haya aceptado la realidad actual tal cual, sin posibilidad de cambiarla. Cabe recordar, a Margaret Thatcher “No hay alternativa”. Y ahora mismo, nuestro mentiroso presidente del Gobierno “ O aceptas lo que yo digo o te callas”.

¡Vaya ejemplo para la democracia! Que se calle el líder del principal partido de la oposición. Oye, Mariano, que la democracia supone la existencia de alternativas. Sin ellas estamos en un régimen totalitario. Es de libro.

De esta situación tan dramática, evidentemente que la derecha europea y mundial es culpable, pero ella no ha hecho sino lo que lleva en su ADN político. Nadie puede acusarla de incoherencia. Lo que me parece más grave es que la socialdemocracia haya aceptado esta realidad como un dogma, y piensa que lo único que puede hacer es gestionar este orden globalizado neoliberal, dándole rasgos más humanos. Y a veces ni siquiera eso.

Retornando a los valores de la cultura neoliberal, son obvios. El miedo nos lo han metido hasta las entrañas a la gran mayoría. Por ello, casi todos estamos acongojados. Jóvenes, adultos y jubilados. Hombres y mujeres. Españoles e inmigrantes. A los miedos que siempre nos acompañaron, como el terrorismo, la gripe aviar, el calentamiento climático, ahora se incorpora el provocado por la crisis económica, cuyo final no se vislumbra, ya que según los pronósticos de los medios de comunicación, auténticos mayordomos de los poderes económicos, lo peor está todavía por llegar.

Uno de los mayores miedos es el de estar sin trabajo y por lo tanto no ser capaz de sobrevivir.  O no tener en el futuro una pensión. O no tener una asistencia sanitaria, o dejarte desasistido como persona dependiente. .. Las clases dominantes saben perfectamente que el miedo encoge, anestesia, crea una sociedad conformista, que impide la irrupción de un movimiento colectivo para defender los derechos pisoteados, ya que cada cual va a lo suyo, y por ello se extiende una pandemia de individualismo, insolidaridad y egoísmo. Con este pavoroso miedo en la gran mayoría, podemos atarnos los machos, las vueltas de tuerca continuarán. De ahí, el inevitable sufrimiento. Nos dicen,  es la penitencia que nos merecemos por nuestros pecados. Hemos gastado más de lo que debíamos y por ello tenemos que aceptar estas dosis de sufrimiento. Y el último, es el de la muerte. El incremento de las desigualdades y de la exclusión están provocando el incremento de la muerte: suicidios que van a más, desnutrición de niños y ancianos, recortes en asistencia sanitaria…..

El mal está ahí. Ya vale de diagnosticarlo y denunciarlo. Hay que ofrecer propuestas contundentes y creíbles. Cabe esperar que las izquierdas sepan estar a la altura de las circunstancias. Si no son capaces de detectar el sentir de la calle, encauzarlo y liderarlo, pueden sucumbir o acabar en el museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce. De momento tal como estamos observando no se vislumbra que sean capaces de asumir ese papel, para sacar a la sociedad de esta pesadilla. En esta España nuestra las izquierdas; las unas, parece que su gran problema es el de las primarias y quién encabeza la lista para la Unión Europea; las otras, esperan sentadas a que se desangren las unas, tal como muestran los sondeos electorales. Lamentable y desolador.

Como muy bien dice Boaventura de Sousa Santos,  el predominio de la cultura neoliberal para las grandes mayorías, no es posible erradicarlo con eficacia sin oponerle otra cultura,  la  de la esperanza, la felicidad y la vida. Las izquierdas tienen dificultades para asumirse como portadoras de esta otra cultura tras haber caído en la trampa que las derechas siempre han utilizado para mantenerse en el poder: reducir la realidad a lo que existe, por más injusto y cruel que sea, para que la esperanza de las mayorías parezca irreal. El miedo en la espera mata la esperanza en la felicidad.

Debemos confiar en  recuperar el espíritu  de la Ilustración, que reconocía  el derecho humano  a  la felicidad, proclamado ya en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, “Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad”. O en el artículo 1º de la Constitución montañesa de 1793 “El fin de la sociedad humana es la felicidad. El gobierno ha sido instituido para garantizar al hombre el goce de sus derechos naturales e imprescriptibles.

Y en el artículo 13 de la Constitución de Cádiz de 1812  “El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”. En Francia, Lavoisier, famoso químico y a la vez político, escribió en un discurso de 1787 “El verdadero objetivo de un gobierno debe ser aumentar la cantidad de gozo, la cantidad de felicidad y bienestar de todos los individuos”. Dos años después, en un discurso en los Estados Generales de 1789  “El objetivo del gobierno es hacer lo más felices posible a quienes viven bajo las leyes. La felicidad no puede estar reservada a unos pocos, sino a todos”. Exactamente igual que el gobierno de Rajoy, con sus acólitos de Montoro y De Guindos. Vez que aparecen es para imponernos una dosis de sufrimiento. Especialmente la ínclita y siempre sonriente, Fátima Báñez. ¿De qué hostias se ríe esta señora? ¿Será por el daño  que ha causado a tantos, trabajadores y pensionistas, con sus respectivas reformas? Y la de Sanidad, Ana Mato, con los recortes en sanidad.

Debemos recuperar, insisto, ese espíritu de la Ilustración, que creía en el progreso humano. Con ingenuidad  interiorizamos que el progreso iniciado con la Ilustración y la Revolución francesa sería sempiterno. Craso error. No podemos aceptar esta situación. Pero aquí, no debemos desesperar, estamos para vivir y ser felices. Esto no es valle de lágrimas, como la Iglesia católica predicaba en la Edad Media. Mas hay minorías que piensan que su objetivo es el de hacer sufrir a la gran mayoría.

Según Jean Delumeau en El miedo en occidente, hasta la Revolución Francesa sentir miedo era una indignidad. Montaigne lo asignaba a las gentes humildes e ignorantes, era una debilidad que no correspondía a los héroes y los caballeros. En cambio, hoy no es una vergüenza sentirlo ni manifestarlo. Una sociedad sin valientes  es una sociedad impedida para cumplir su destino y presta a la disgregación. Para que cambie la situación, el miedo deben tenerlo las clases dominantes. Ha sido una constante histórica. Para Josep Fontana. "Las clases dominantes han vivido siempre con fantasmas: los jacobinos, los carbonarios, los masones, los anarquistas, los comunistas.

Eran amenazas fantasmales, pero los miedos eran reales. Con esos miedos los trabajadores obtuvieron de los gobiernos concesiones, y así mantuvieron el orden social. Bismarck fue el primero en introducir los seguros sociales en Europa para combatir al socialismo. Tras la II Guerra Mundial el miedo al comunismo de la Europa oriental propició que en occidente se implantase el Estado del bienestar. Hay que meter miedo a los de arriba, presionando en la calle. Ya van teniendo miedo, por ello se sienten nerviosos. De ahí el proyecto de Ley de Seguridad Ciudadana para reprimir las protestas. De las clases dominantes no cabe esperar ningún tipo de generosidad. Esto es más claro que el agua cristalina. Cabe pensar que seamos conscientes de ello. Quiero terminar con una máxima del conde de Romanones “Cuando un pueblo se resigna con el vencimiento y convive con el vencedor sin protestar, es que ya no palpita en él el amor a la patria y que ha llegado al último escalón de la degradación cívica”

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