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¿Existen razones para tanto monarquismo en la sociedad española?

 

Cándido Marquesán Millán

Cada vez estoy más convencido de que nuestra historia se ha construido sobre una base llena de mentiras. Nos han obsequiado y asediado con la idea de que  han sido la Monarquía, la Iglesia católica y el Ejército, instituciones impregnadas de un profundo sentido patriótico, las que nos han permitido superar nuestras profundas y continuas crisis que han jalonado nuestra historia. Gracias a ellas hoy España es una de las naciones más consolidadas de la tierra con un Estado propio incuestionable, equiparable al de Francia o Alemania. Aquel que tiene la osadía de cuestionar esta idea puede verse salpicado con ataques furibundos.  Voy a asumir este riesgo.

La Iglesia católica ha sido una rémora insalvable para nuestra modernización en los ámbitos político, económico, social, cultura y educativo, y así equipararnos a otros países de nuestro entorno europeo. Sirva de muestra irrefutable, podríamos mostrar otras muchas, su alineamiento incondicional con la dictadura franquista, por lo que fue ampliamente recompensada con todo tipo de prebendas económicas, culturales y educativas.

Lamentablemente todavía mantiene una situación privilegiada con unos Acuerdos del Estado español con la Santa Sede, totalmente anacrónicos e ilógicos en un sistema democrático, lo que no significa que se sienta satisfecha, muy al contrario, sigue presionando cada vez más a los diferentes gobiernos, en aras a imponer a toda la sociedad española sus planteamientos morales. Lo estamos observando en estos momentos de intento de reforma de la ley del aborto por el gobierno popular, que sigue las directrices de la Conferencia Episcopal.

En cuanto al Ejército, es evidente que ha sido casi siempre un enemigo incondicional de un régimen de libertades. Los españoles hemos tenido que vivir muchas veces en nuestra reciente historia pendientes de que algún militar iluminado, en base a no sé qué inexplicables e injustificables motivaciones patrióticas decidiera implantarnos un régimen liberticida. Lamentablemente han conseguido en demasiadas ocasiones sus propósitos, como en septiembre de 1923 Miguel Primo de Rivera y el Funeralísimo en julio de 1936. Y todavía tuvimos el alma en vilo una noche no tan lejana en el tiempo, como fue la del 23-F de 1981.

En cuanto a la Monarquía, nos han pretendido y pretenden convencer, objetivo mayoritariamente conseguido,  de que su papel ha sido también clave en nuestra historia, y que si hoy tenemos democracia se debe exclusivamente a Juan Carlos I, y sobre todo tras su actuación encomiable en la noche del 23-F. Al respecto este hecho tiene muchos puntos oscuros, tal como lo refleja Javier Cercas en su novela Anatomía de un instante. Como ha dicho Juan Carlos Monedero, no deja de ser una venganza histórica que tuviera que venir un novelista a contar el golpe de Estado del 23-F para evidenciar el vacío dejado por una academia.

Resulta sorprendente que todavía haya tantos monárquicos en España. Si fueran medianamente conocedores de las actuaciones de los reyes en nuestra historia, es probable, mejor, es seguro que este sentimiento se reduciría a la mínima expresión. Por ello, voy a referirme a continuación a algunos comportamientos de nuestros personajes regios: a los de nuestra historia contemporánea. Podríamos iniciar esta historia de los Borbones, con Felipe V, Luis I, Carlos III y Carlos IV, este último representado con un gran parecido físico con nuestro actual monarca en el extraordinario cuadro La Familia de Carlos IV, realizado por Francisco de Goya. Mas la extensión de este artículo, me imposibilita hablar de ellos, aunque de Carlos IV, no puedo resistirme a citar la vergonzosa actuación de su esposa María Luisa, amante de Godoy con la aquiescencia y beneplácito del Rey, al que de simple Guardia de Corps la Reina lo convirtió con todo tipo de prebendas en el auténtico dueño de España.

Fernando VII fue sin ningún tipo de dudas el más taimado, el más cruel y el más dañino. En tiempos de la Guerra de la Independencia, mientras los españoles estaban luchando a muerte con el ejército francés invasor, su actuación fue vergonzosa. El 2 de abril de 1808 Fernando publicó un decreto condenando la malignidad de quienes pretendían crear malestar a los franceses. Tras la marcha de toda la familia real a Francia siguiendo los designios de Napoleón, las escenas que tuvieron lugar en Bayona fueron de una abyecta bajeza, cediendo tanto Carlos IV y Fernando VII todos sus derechos el emperador francés.

Luego Fernando, su hermano Carlos y su tío Antonio marcharon a su cautiverio de Valençay, donde mostraron las más repulsivas pruebas de su vileza moral. Fernando felicitaría a Napoleón por sus victorias militares sobre los españoles. Más tarde le escribiría: “Mi gran deseo es ser hijo adoptivo de S.M. el emperador, nuestro augusto soberano. Yo me creo digno de esta adopción, que sería, verdaderamente la felicidad de mi vida, dado mi amor a la sagrada persona de S.M.I. y R”. El mismo Napoleón se sorprendió de tal servilismo. Como dice Josep Fontana, “No merece la pena dedicar más tiempo a estos personajillos y a sus miserias, La historia de España discurría en estos momentos muy lejos de los salones de Valençay, donde Fernando y su tío Antonio entretenían sus ocios en labores de aguja y bordado”.

Una vez llegó a España Fernando, por el que habían luchado y muerto los españoles, no en vano fue llamado “El Deseado”, el 4 de marzo de 1814 impuso el famoso decreto, por el cual “declaraba la Constitución de 1812 y los decretos de las Cortes de Cádiz nulos y de ningún valor y efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubieran pasado jamás tales actos y se quitasen de en medio de los tiempos, y sin obligación en mis pueblos y mis súbditos a cumplirlos ni guardarlos”. Como señala el catedrático de la Universidad de Zaragoza Manuel Ramírez en su libro España en sus ocasiones perdidas y la Democracia mejorable  “Es difícil encontrar en nuestra historia una expresión tan rotunda de negar el pasado: Como si no hubiesen pasado jamás tales actos… Es borrar la historia”.

En los actos conmemorativos del bicentenario de la Constitución de Cádiz, Juan Carlos I tuvo una buena ocasión de disculparse por la actuación de uno de sus antecesores. A continuación llegó la represión y el exilio para los españoles. Con el levantamiento de Riego en 1820, reimplantada la Constitución de Cádiz, obligado por las circunstancias el bellaco Fernando dijo “marchemos todos y yo el primero por la senda constitucional”, cuando a la vez estaba instando a los monarcas europeos a que le restablecieran como monarca absoluto, objetivo que alcanzó con al llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis. Nueva represión y exilio. Triste, lamentable y cruel fue todo el reinado de Fernando, mas como si no se sintiera satisfecho por tanto daño hecho en vida a tantos españoles, por su ineptitud nos dejó a su muerte planteada una guerra fratricida.

Ahora nos referiremos a su hija, Isabel II. De verdad, no sé por dónde iniciar. Que esta “señora” tuviera el poder de España durante 25 años, lo padecieron en sus propias carnes los españoles. Su actuación política fue lamentable. Llegaban a la jefatura del gobierno, no aquellos dotados de cualidades políticas, sino aquellos más dotados para satisfacer las inagotables apetencias sexuales de la reina. La sucesión de sus amantes es interminable. Si alguien quiere regodearse con la larga lista de ellos, además de conocer de una manera espléndida las vicisitudes de este reinado, puede leer el extraordinario libro Isabel II Una Biografía (1830-1904) de la catedrática de la Universidad de Valencia Isabel Burdiel.  Sus juergas nocturnas en el restaurante  Lhardy, de la carrera de San Jerónimo, ha permitido que los actuales propietarios del establecimiento sigan conservando un corsé que la Reina para aliviarse se dejó olvidado en un diván.  Tras la Revolución de septiembre de 1868 tuvo que exiliarse, Murió en París en 1904, al recibir la noticia su nieto Alfonso XIII, Maura le aconsejó que no se mezclase con aquella muerte. Por ello, no fue a París a recoger el cadáver y este fue enviado directamente a El Escorial.

El 14 de enero de 1875 entraba triunfalmente como Rey, Alfonso XII, hijo de Isabel II, el padre desconocido, aunque el oficial fue el desdichado Francisco de Asís.  Una anécdota muy expresiva del sentir cambiante de los españoles, cuando descendía en un brioso corcel blanco, ante los estridentes vítores que no dejaba de lanzarle un paisano que corría a su lado, le hicieron inclinarse a Alfonso XII para decirle: “Pero, hombre, ¡que se va aquedar usted ronco!”, a lo que el entusiasta replicó. “¡Que va! ¡Si me hubiera oído cuando echamos a su madre…!”. Fue mujeriego empedernido, algo muy común en su familia, circunstancia que en ningún momento denunció la jerarquía católica, tan inflexible con la conducta sexual del resto de los españoles. Los amoríos de los reyes en España son vistos con indulgencia; a veces, con casi un mérito. Sin embargo, el más leve desliz de una reina no se perdona.

Si nos fijamos en Alfonso XIII, también con una vida licenciosa, propició y legitimó el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera en septiembre de 1923. Según todos los indicios para paralizar el Expediente Picasso, relacionado con el Desastre de Annual, que podía salpicarle. Una vez instaurada la Dictadura, en un viaje que realizó Alfonso XIII a la Italia de Mussolini presentó a Miguel Primo de Rivera, como su Mussolini particular. Su figura ha sido discutida por los historiadores, mas lo que parece evidente que su ideología política fue siempre autoritaria y antidemocrática, por lo que no tuvo inconveniente en recurrir al ejército para salvaguardar su Corona, sin llegar a entender que la dictadura que apoyó no iba a ser un mero paréntesis, sino el principio del fin de la monarquía.

En cuanto a nuestro actual monarca no debemos olvidar su designación por el Dictador, al que por cierto en su primer discurso oficial como Rey dedicó las siguientes palabras, de las que todavía --que yo sepa-- no se ha arrepentido: “Una figura excepcional entra en la Historia, con respeto y gratitud quiero recordar su figura. Es de pueblos grandes y nobles saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal. España nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda su vida a su servicio”. Mas las alabanzas continuaron incluso en tiempo de democracia, tal como señala Vicenç Navarro. Así, el 18 de Julio de 1978, la Casa del Rey publicó el siguiente texto: “Hoy se conmemora el aniversario del Alzamiento Nacional que dio a España la victoria contra el odio y la miseria, la victoria contra la anarquía, la victoria para llevar la paz y el bienestar a todos los españoles. Surgió el Ejército, escuela de virtudes nacionales, y a su cabeza el Generalísimo Franco, forjador de la gran obra de regeneración”. Pues muy bien. Y luego dicen conspicuos historiadores que nuestra Transición fue modélica.

A pesar del extraordinario blindaje mediático y constitucional, recientes comportamientos nada ejemplares de algunos de sus propios miembros, como la cacería del Rey de Boswana, los líos de faldas, la cabra siempre tira al monte; los regalos desinteresados recibidos de empresarios  españoles y de los jeques del petróleo, la falta de trasparencia de los gastos de la Casa Real,  el caso de Urdangarin, la desinculpación de la infanta Cristina, conducen inexorablemente a un desprestigio galopante e irreversible de la monarquía, tal como manifiestan los recientes sondeos del CIS. Mas la realidad es la que es, mal que les pese a algunos.

Por todo lo expuesto, me resulta muy complicado de entender que todavía persista tanto sentimiento monárquico en amplios sectores de la sociedad española. De verdad, no lo entiendo.

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