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PENSAMIENTOS INTRASCENDENTES

 

 

En estas fechas veraniegas podemos dedicarnos a la lectura, uno de los mayores gozos. Quien tenga este hábito será difícil que se aburra. La lectura es un regalo que uno se hace a sí mismo. Se lee por diferentes motivos, por placer, por curiosidad y por afán de descubrir nuevos mundos. Y también porque sí, sin más. Kant decía que la lectura era una “finalidad sin fin”, “placer puro”. Puedes hacerlo en los periódicos y los libros, ya no necesariamente en soporte de papel. Cada cual tiene sus preferencias. Unos se inclinan por las novelas más relajadas y divertidas. Otros, es mi caso, por el ensayo  sociopolítico.  Mis elegidos: de Boaventura de Sousa Santos El Milenio huérfano; de Gerardo Pisarello Un largo Termidor. Historia y crítica del constitucionalismo antidemocrático; de Ignacio Sotelo El Estado social. Antecedentes, origen, desarrollo y declive; de Eric Hobsbawm Cómo cambiar el mundo; de Antoni Domenech El eclipse de la fraternidad; de Josep Fontana Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945.  Estos autores presentan alternativas desde la izquierda progresista frente al pensamiento único de inspiración neoliberal, que nos pretende convencer de que la realidad es inmutable. Lo grave es que mucha gente la asume, visto el monopolio de los medios de comunicación en un sentido unidireccional.  Al respecto, es muy oportuna la pregunta expresada por Sousa Santos en la Quinta carta a las izquierdas: ¿Por qué Malcolm X tenía razón cuando advirtió: “Si no tenéis cuidado, los periódicos os convencerán de que la culpa de los problemas sociales es de los oprimidos y no de los opresores”? 

También  podemos ejercitar la lectura en el ordenador, que te permite conocer las noticias de todo el mundo, aunque suelen ser tan adversas -estos días menos por las vacaciones de Rajoy y Montoro- que te precipitan en el más profundo de los pesimismos. A pesar de ello, me informo.  He tenido la suerte de acceder a una entrevista al periodista, Rafael Poch, el cual a la pregunta de cómo veía la situación de España respondió: En España en los tiempos recientes se produjo lo que yo denomino como el "asfaltado intelectual" de la sociedad: cierta americanización, cierto espíritu cutre de nuevo rico hipotecado...  En cualquier caso el resultado final fue parecido en todas partes: retroceso de los movimientos sociales y de la conciencia crítica”. Estas ideas, con las que estoy de acuerdo, me han servido de pretexto para hacer algunos comentarios propios. Es cierto que en estos años de la burbuja inmobiliaria, vivíamos absortos en una nube y narcotizados por el enriquecimiento perpetuo, al que teníamos derecho, aunque desconociésemos los motivos. Todos debíamos subirnos a este carro de la abundancia, y quien no lo hacía era estúpido. Como señala Bauman, se proclamaba el libre acceso a todas las opciones imaginables (de ahí las depresiones y la autocondena: debo tener algún problema si no consigo lo que otros lograron). Se impuso una nueva escala de valores, los de hacer dinero rápido sin importar el cómo, a veces producto de la corrupción, y hacer ostentación pública de esa riqueza. El refranero popular es sabio: el que de trapo llega a toalla no sabe donde colgalla. Obviamente, borrachos del éxito satisfacíamos nuestras ansias desenfrenadas de consumo, instaurándose la cultura de los Todoterrenos y del apartamento en la playa, financiado con una hipoteca a 30 años, gracias al capital alemán. Con la llegada masiva de emigrantes que pasaron a desempeñar los trabajos rechazados por nosotros,  ya todos éramos clase media -la antigua clase obrera desapareció-,  y  deseando distanciarnos de los recién llegados inmigrantes que ahora ocupaban los servicios públicos (educación y sanidad), preferíamos los privados. Disfrutábamos con la Liga de Campeones con los clásicos Madrid y Barcelona, eso sí en canales de pago; y los programas del Gran Hermano. Con este panorama no había mucho tiempo para plantearnos profundas reflexiones de carácter intelectual.

Fue una sociedad impregnada de un exacerbado individualismo y con grandes dosis de egoísmo, por lo que fueron decayendo los movimientos sociales, basados en los valores de la solidaridad. E igualmente borracha y ensimismada con tanto bienestar que, por cierto, no llegaba a todo el mundo; desapareció la conciencia crítica, por ello. aquellos, los que si la tenían, eran  enemigos del progreso y los aguafiestas de turno.

Y de aquellos lodos vienen estos barros. Hoy nos resulta muy difícil comprender el descenso de nuestro nivel de vida, con las cifras vergonzosas de parados y los numerosos recortes a nuestro  incipiente Estado de bienestar, que de una manera pausada pero sistemática nos están cercenando.  Hemos pasado del optimismo más exacerbado a un profundo pesimismo con respecto al futuro. Esta nueva situación nos ha cogido con el pie cambiado. Por ello, nos está costando tanto adaptarnos a ella. La sociedad civil se moviliza, salvo algunas excepciones como el 15-M, por intereses estrictamente corporativos, no por un sentido de solidaridad global,  y sigue faltándole una  conciencia crítica de verdad, cuando motivos no faltan para que irrumpa ante tanta injusticia. Termino con el mensaje desgarrador de Gramcsi contra los indiferentes y los silenciosos: “Odio a los indiferentes  porque me molesta su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos por cómo ha desempeñado el papel que la vida le ha dado y le da todos los días, por lo que ha hecho y sobre todo por lo que no ha hecho”.

 

Cándido Marquesán Millán

 

 

 

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