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LIBROS A 20 CÉNTIMOS

                                            

 

 

Una de las costumbres que suelo practicar es visitar tiendas de compra-venta de artículos de segunda mano, donde puedes encontrarte cualquier cosa. Y más todavía en estos momentos de crisis, ya que muchos ciudadanos, con predominio de población inmigrante, malvenden diferentes utensilios, aceptando cualquier precio por irrisorio que sea. Hay de todo: coches de bebe, bicicletas, ordenadores portátiles, relojes, joyas, guitarras españolas y eléctricas, baterías, CDs de música, telescopios,  televisiones, libros…

            Acostumbro a ir directamente, debe ser por deformación profesional, al fondo donde en un maltrecho y desvencijado cajón, en un auténtico revoltijo, se exponen libros. Hace aproximadamente un mes, tras mucho rebuscar, tuve la suerte de encontrar uno de Javier Delgado Echevarría, titulado Uno de los Nuestros. Memorias de un joven comunista (1969-1979), con una edición impecable y que forma parte de la colección Biblioteca Aragonesa de Cultura, que dirigió el catedrático de Historia Económica de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Zaragoza, Eloy Fernández Clemente. La obra es un relato extraordinario de una persona muy implicada políticamente en la Zaragoza de los años setenta, donde desfilan personajes diversos de la política, de la sociedad, de la economía y de la cultura aragonesa. Hay un capítulo que he leído con especial interés, el dedicado al Instituto Goya, donde aparecen mis antiguos e inolvidables profesores de Lengua Griega, D. Serafín Agud; y de Lengua Latina, D. Manuel Gormaz. Es una obra muy bien escrita, y que todo aquel que quiera tener un conocimiento de estos momentos tan interesantes de la Transición en Zaragoza debería leer. Mas no quiero insistir en las excelencias de la obra, que las tiene. Retorno a la tienda. Una vez me apoderé del libro, fui al mostrador ufano y feliz, y pregunté sobre su precio. Y me quedé estupefacto, cuando un dependiente me respondió con amabilidad: 30  céntimos. Los pagué religiosamente, mas al salir a la Avenida Valencia, me sentí profundamente compungido. ¿Cómo es posible que un libro de esta categoría pueda tener este precio? Obviamente, pensé que en este sistema capitalista todo se rige por la ley de la oferta y la demanda. Esta es la realidad. Mas también me hice otra pregunta, ¿qué habrá pagado la tienda al ciudadano que llevó el libro? No quise ni pensarlo, aunque en esos momentos me vino a la memoria que en una librería de unos Grandes Almacenes poco ha, los libros se vendían a peso, como las patatas, o los melocotones. Me sobrevino también la idea de qué podría pensar el autor del libro, con el esfuerzo que hay detrás, al enterarse del precio.

            Hace unos días, retorné a la tienda comentada. Hice lo mismo. Y de nuevo fui agraciado, ya que encontré el libro Poesía de la Guerra Civil Española 1936-1939, edición de César de Vicente Hernando, publicado por Ediciones Akal, muy bien encuadernado, con más de 400 páginas y unas ilustraciones bellísimas. Tras echar una ojeada rápida, me preparé los 30  céntimos, mas cual no sería mi sorpresa, cuando me dijo esta vez otro dependiente, que el precio era de 20  céntimos. Me guardé los 10 céntimos en el bolsillo y salí presto de nuevo a la Avenida Valencia. No muy lejos de allí, suelo tomar café en el Bar Artigas, donde en el mostrador podemos observar una auténtica explosión pantagruélica del buen comer con  tapas y raciones suculentas,  por lo que suele estar concurridísimo a todas horas y especialmente a la del vermut. Mientras tomaba el café, les dejé a 3 jubilados conocidos el libro, que se pusieron a leer y comentar algunas de sus poesías. A la media hora, tuve que marcharme y me lo devolvieron, no sin antes comentarme que les había encantado. Una vez en casa, pude disfrutar con la lectura de algunas de sus poesías. Las había de Vicente Alexaindre, Rafael Alberti, Antonio Machado, Miguel Hernández, Luis Rosales, Ramón Gaya, y también de José María Pemán… y bastantes anónimas. Me encantaron entre ellas una de Antonio Machado titulada El crimen de Granada, dedicada a Federico García Lorca, del que no me resisto a reflejar la primera estrofa: Se le vio caminado entre fusiles,/ por una calle larga,/ salir al campo frío,/ aún con estrellas, de la madrugada./Mataron a Federico,/ cuando la luz asomaba./ El pelotón de verdugos/ no osó mirarle a la cara./ Todos cerraron los ojos;/ rezaron: ¡ni Dios te salva! / Muerto cayó Federico/ sangre en la frente y plomo en las entrañas. / Que fue en Granada el crimen/ sabed-¡pobre Granada!- , en su Granada… No menos extraordinaria me pareció una de Vicente Alexaindre, titulada Oda a los niños de Madrid muertos por la metralla, que dice así: Se ven pobres mujeres que corren en las calles/ como bultos o espanto entre la niebla ./ Las casas contraídas,/ las casas rotas, salpicadas de sangre:/ las habitaciones donde un grito quedó temblando,/ donde la nada estalló de repente,/ polvo lívido de paredes flotantes,/ asoman su fantasma pasado por la muerte./ Son las oscuras casas donde murieron niños./ Miradlas. Como gajos/ se abrieron en la noche bajo la luz terrible.. Otra que me ha impresionado es de Miguel Ángel Alonso titulada Han matado al maestro. Y me ha sorprendido gratamente una poesía anónima titulada La Colectividad Confederal de Ballobar.  Llevo ya varios días disfrutando como un niño, con este libro.

            Mal van las cosas en un país en el que los libros se venden a 20 céntimos y a peso, y además se cierran librerías. En la Plaza San Francisco la librería Pórtico, aunque se trasladó a la calle Pedro Muñoz Seca. En el Paseo de la Independencia la librería Lepanto. En el primer caso se reconvirtió en un restaurante y en el segundo en una camisería. Esto es lo que hay. Por lo que parece, no debe ser negocio en este país vender libros. En esta España nuestra, ciudadano español, si quieres ganar pasta no montes una librería, y sí en cambio, un bar, una taberna o un pub, aunque estos con la crisis actual también entran en quiebra. Como señala Francisco Gavilán en su libro  Guía de malas costumbres españolas,  que se cierren librerías, no significa que no nos creamos los más cultos, los más sabios, ya que no hay tema alguno que se nos resista, cuando de hablar se trata. Somos tan cultos porque somos los padres de El Quijote, el libro que más citamos, pero que menos hemos leído. Los españoles, si acaso, parecemos más interesados en el libro, cuando nos llega por vía gastronómica. Parece ser la mejor manera de atraer nuestra atención. No hacia las tapas del libro, sino hacia lo que se sirve después de su presentación. Los canapés, pinchos de tortilla, tacos de queso, y las insustituibles croquetas, junto con el vino blanco o tinto, se convierten en el mejor estímulo para convencer a la prensa, los amigos, y  hasta a los enemigos, de que los libros son los más adecuados para enriquecer nuestras bibliotecas. Mas los españoles estamos más interesados en llenar nuestros estómagos que nuestras bibliotecas. Digerimos mucho mejor la croqueta que la lectura de cualquier libro. Por eso las presentaciones de libros o exposiciones en cuyas invitaciones aparezcan epígrafes como éstos: “Habrá cóctel”, “Se servirá un aperitivo”, “Se ofrecerá un vino español”, suelen tener el éxito asegurado, y es, probablemente, de los escasos ritos en los que los españoles nos olvidamos de nuestra proverbial impuntualidad.

 

            Leemos poco, pero en una especie de juego de sociedad para quedar bien, acostumbramos a barajar algunos títulos propiciados por la publicidad. Citamos cuatro o cinco títulos y se le pone a uno la cara de culto. Otras veces replicamos, para  autoexculparnos, que los libros son caros y que no tenemos tiempo para leer. Son excusas. Somos refractarios a la lectura. Y con este proceder echamos a perder uno de los mejores instrumentos para llenar las largas horas de tiempo libre en esta sociedad del ocio. Cuando se coge afición por la lectura, de verdad,  es tal el disfrute que ya no se puede renunciar a ella. 

 

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Cándido Marquesán Millán

 

 

 

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