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Hubo una vez que....

          Llevo 15 días seguidos pasando muchas horas en el Hospital Clínico “Lozano Blesa” de Zaragoza, como consecuencia del internamiento de un familiar directo, que ha tenido que verse sometido a una operación quirúrgica muy compleja, y que por su avanzada edad se ha complicado su proceso postoperatorio. Permanecer sentado en una silla a la cabecera de la cama de un enfermo durante largos períodos de tiempo, observando el sufrimiento humano te genera todo un conjunto de reflexiones. En esta vida acelerada y tan problemática permanecemos al margen, probablemente por un equivocado e injustificado instinto de supervivencia, de determinadas realidades presentes y vinculadas con nuestra naturaleza humana, como la enfermedad, el dolor y la muerte.

 La estancia se desarrolla en la planta primera de angiología y cirugía vascular, donde he podido observar que muchas personas, mayoritariamente de edad avanzada, aunque no escasean jóvenes, tienen que someterse a amputaciones diversas como consecuencia de la maldita diabetes. Hay otros que son operados por distintas razones, como trombosis, arteriopatías, aneurismas, isquemias, varices, colocación de marcapasos, etc. Hay determinadas circunstancias que me han impresionado profundamente. El ingreso a la habitación del enfermo acompañado por sus familiares con rostros profundamente preocupados. Los instantes previos y el momento que se llevan al enfermo al quirófano son dramáticos. Las larguísimas horas de familiares y amigos en la sala de espera para conocer los primeros resultados. El retorno a la habitación tras la operación en una camilla poblada con los abundantes e inevitables goteros. Y luego los largos y penosos días y, las interminables noches de recuperación, que no siempre tienen un buen final. Si los días se prolongan, tienes tiempo para entablar amistades con muchas personas. Enfermos, de los que vas constatando su evolución sobre todo por los rostros de los familiares, y que te van contando los días para retornar a su domicilio, según las previsiones de los médicos. El momento que reciben el alta médica es una auténtica explosión de alegría. También, hay otros casos, que tienen un fatal desenlace, como el que presencié de una compañera de habitación de mi familiar, que supuso un auténtico drama para todos los familiares, con uno de los cuales, un hijo de nombre Ramón, natural de Laspuña de la comarca de Sobrarbe, tuve largos diálogos, por lo que pude conocer que había trabajado en el Parador de Bielsa, mas al no gustarle la vida sedentaria, cambió el trabajo más dinámico, el de limpiar el bosque y los caminos en un pueblo del Pirineo aragonés. Otra compañera de habitación, realmente encantadora, natural de Maluenda tuvo mejor suerte de una operación de varices. Los cuidadores/as de los enfermos mayoritariamente inmigrantes que realizan una labor encomiable y agotadora, no suficientemente reconocida ni humana ni económicamente. En las largas horas de espera de pasillo he podido conocer a tres chicas, una de Honduras y dos de Nicaragua, así como un chico de Costa Rica. Me han contado algunas hechos relacionados con sus trabajos, que como español he sentido profunda vergüenza. A una de ellas, le he recomendado un artículo mío titulado ¿Somos racistas los españoles?  Presta lo ha leído en su portátil, que lo utiliza para matar el tiempo. Su respuesta no me parece pertinente exponerla. Uno de los enfermos de nombre Ángel y natural de La Almunia de Doña Godina, que lleva esta vez un mes aunque ya ha estado internado otras ocasiones, es conocido por todo el personal sanitario, y que debe  realizar por imperativo médico  numerosos paseos por el pasillo de la planta con el inevitable gotero rodado, sobresale por su simpatía y su paciencia a la hora de soportar la larga estancia.  Nos hemos contado todo tipo de chistes. Ya se nos han agotado. He bromeado con el sobre las comidas, preguntándole si le habían dado huevos fritos con chorizo, judías secas con oreja, rabo de toro, todo acompañado del vino Señorío de Maluenda.

He dejado a propósito para el final el personal trabajador del Hospital. Desde el mismo ingreso su trato y atención humana y profesional han sido exquisitos. Los médicos explicándote con gran tacto el proceso de la enfermedad. Las  diferentes enfermeras día y noche  tratando con gran cariño  a los enfermos, a veces difíciles al estar aquejados de problemas psicológicos. Su presencia ha sido permanente cambiando goteros o las sondas; calmantes como paracetamol o dolotil,  midiendo la tensión, la temperatura o el azúcar. Las auxiliares cambiando los pañales y la ropa varias veces.  Las limpiadoras dejando unas habitaciones y pasillos impecables. He podido constatar la cantidad de aparatos y de medicamentos muy costosos que se están utilizando para superar la enfermedad. Como no podía ser de otra manera, me he reafirmado en la convicción que ya tenía muy clara: el Servicio Nacional de Salud, es la auténtica joya de la corona de nuestro Estado de bienestar, del que todos los españoles sin discriminación alguna en condiciones de igualdad podemos disfrutar en un autentico ejercicio de solidaridad de toda la ciudadaníal. Por ello, me resulta harto difícil de entender  la enfermiza obsesión de nuestra actual clase política dirigente en privatizar la sanidad pública. Que no nos vengan con milongas. En absoluto, su pretensión es proporcionar un mejor servicio a la ciudadanía. Lo que hay detrás, es tan claro como el agua cristalina: hacer negocio con un derecho fundamental, ya que son 70.000 millones el presupuesto sanitario. Es una tarta muy apetecible para capitales ávidos de inversión. Está en nuestras manos el impedir que esa cuadrilla de desalmados consigan sus espurios objetivos. Si les dejamos hacer, es probable que en un futuro no muy lejano nos veamos obligados a contar a nuestros nietos: hubo un día que los españoles dispusimos de uno de los mejores servicios de sanidad pública del mundo.

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