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Evisceración de las clases medias

 

 

Se ha convertido en un tema de estudio por parte de sociólogos la situación de las clases medias en las sociedades occidentales, incluida España. Y están de acuerdo en que han entrado en un nítido deterioro sus condiciones socio-económicas como consecuencia de esta crisis. Cabe citar algunos libros destacados que tratan sobre esta cuestión, de José Félix Tezanos La sociedad dividida del 2004, de Branko Milanovic La era de las desigualdades del 2005, de Massimo Gorgi y Eduardo Narduzzi El fin de la clase media y el nacimiento de la sociedad de bajo coste del 2006, y también numerosos foros y congresos.

No entro en una definición de los componentes y características de las clases medias, ya que sería algo muy prolijo y excedería las líneas de este artículo. No obstante, están dentro de ellas todo un conjunto de profesionales: médicos, ingenieros, abogados, arquitectos, profesores, autónomos, trabajadores del sector servicios, funcionarios, etc. A todos ellos la crisis económica está pegando muy duro, de manera que está disminuyendo a marchas forzadas e implacables su nivel de vida. Lo estamos comprobando, desde autónomos que tienen que cerrar sus negocios o que ven reducidos sus niveles de ingresos; abogados o médicos con menos clientela; muchos trabajadores del sector servicios, unos con sueldos reducidos y otros enviados al paro con unas edades cercanas a los 50 años; funcionarios a los que se reducen sus salarios, se les incrementan horas de trabajo, y también millares de interinos que van al paro. Además soportan un aumento de la imposición directa e indirecta y una brutal reducción de las prestaciones del Estado de bienestar. La gravedad de lo descrito no queda circunscrita a los padres de las "clases medias", sino que también repercute en la situación de sus hijos, muchos de ellos condenados al paro y los afortunados a un empleo en precario, lo que les impide ahora y en el futuro el independizarse, al no poder acceder a una vivienda. Según el poema de Jaime Gil de Biedma "Y la verdad desagradable asoma": nuestros hijos van a vivir peor que nosotros. En definitiva, se ha roto una línea evolutiva basada en la creencia en un progreso permanente al que nos habíamos malacostumbrado, por lo que cada generación viviría mejor que la anterior y peor que la posterior. A muchos padres que contemplamos las crecientes dificultades de nuestros hijos, nos cuesta mucho entender y asumir la condena a esa movilidad social descendente a la que se ven sometidos. Esta situación no entraba dentro de nuestras previsiones, como tampoco en las de ellos, que se sienten justamente defraudados y engañados, al no ver cumplidas las expectativas laborales y de un proyecto de vida que les habíamos prometido. Esta es la cruda y dura realidad, que sorprende mucho más todavía, si consideramos que hasta hace muy poco, los españoles nos identificábamos cada vez más como clase media y cada vez menos como clase obrera, como si fuera motivo de vergüenza el recibir tal denominación.

Las consecuencias de todo lo expuesto es que en muchas personas de esta clase media predominan unos sentimientos diversos: desorientación, al no entender lo que está ocurriendo; miedo aterrador ante el incierto futuro; insolidaridad que propicia el sálvese quien pueda, una fuerte desafección hacia la política y mucha indignación, puesta de manifiesto en las mareas multicolores. Todo ello debería tener un lógico reflejo en el plano político, algo que resulta difícil de predecir. En cualquier caso, lo que parece claro es que el voto moderado de una buena parte de las clases medias hacia opciones políticas conservadoras y centristas ya no está asegurado. O al menos no está tan asegurado como hace unos pocos años, en los que desempeñaban un papel equilibrador y moderador. No obstante, la historia nos puede proporcionar alguna luz. Tal como Ignacio Muro nos describe en un artículo La centrifugación ideológica de las clases medias, Whilhem Reich un analista de la Alemania de los años 30 del siglo XX, en su obra Psicología de masas del fascismo --deberían leerla nuestros dirigentes políticos-- concluyó que las clases medias pueden ser liberales o fascistas según las circunstancias. Tras conectar los efectos de la crisis del 29 y el ascenso de Hitler, deduce tres características específicas de las clases medias: el pavor al descenso social, identificado con el trabajo manual y un futuro peor para sus hijos, se convierte en una fuente inagotable de angustia. Ese miedo rompe cualquier equilibrio que las hacía parecer indiferentes o moderadas. Sometidas a esa presión, desarrollan, y ese es su segundo rasgo, una enorme energía política, una fuerza social más potente y activa en esas circunstancias, que las clases obreras. El tercero es que esa energía entronca con una estructura propensa a pivotar en torno a un núcleo subjetivo de ideales abstractos y morales (nación, familia, dignidad, religión) presentados con coberturas emocionales que pueden ser fuente, también, de intensos rechazos (fobias, rencores y odios).

Ha pasado mucho tiempo desde entonces y las cosas han cambiado. Mas la crisis actual y la del 29 tienen muchos rasgos en común. No deberían caer en saco roto estas advertencias de la historia

 

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