Blogia
dorondon

HISTORIADORES CON COMPROMISO ÉTICO

 

 

 

 

                    

 

 

Acabo de leer el último libro del gran historiador Josep Fontana, colaborador como articulista de este mismo periódico, titulado El futuro es un país extraño. Una reflexión sobre la crisis social del siglo XXI, y como siempre, he encontrado lo que esperaba, lecciones de un maestro de la historiografía. Según sus propias palabras,  esta obra nace de las preocupaciones que le surgieron tras haber concluido su libro anterior  Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945,  al apercibirse de que la crisis siguió avanzando, pero de la que no había acabado de ver la trascendencia. En estos momentos, la profundidad del desastre y la evidencia de que se trata de un cambio de larguísima duración, que puede continuar y tener unas consecuencias catastróficas, es una realidad muy clara.

           

Son abundantes los historiadores de relumbrón, que utilizan sus cátedras para ponerse al servicio incondicional de los poderes políticos y económicos dominantes, impartiendo conferencias en esplendorosos salones de entidades financieras, empresariales o políticas; recibiendo encargos para realizar congresos, estudios, publicaciones o artículos para determinados  think tanks, por lo que son recompensados espléndidamente. No es el caso de Fontana. En 1989, con motivo del bicentenario de la Revolución Francesa, desde el Instituto de Morella le invitamos a una mesa redonda, a lo que se prestó siendo catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona. Es un ejemplo de historiador comprometido, sin que la edad-tiene ya 82 años- haya aminorado su espíritu reivindicativo. Sus extraordinarios conocimientos históricos, los utiliza para tratar de entender este dramático presente y buscar alguna salida de este siniestro túnel. Esa es la misión de la Historia: estudiar el pasado, para entender el presente y forjar un futuro mejor.

 

En la misma introducción del libro más reciente, al observar la perdida de los derechos sociales, el empobrecimiento de la gran mayoría y el enriquecimiento de una minoría, el desmantelamiento del Estado de bienestar para beneficio privado, las restricciones de la democracia, nos advierte que deberíamos revisar nuestra concepción de la Historia, como un relato de progreso continuo, para darnos cuenta que estamos en un período regresivo. Los momentos de progreso no han sido propiciados, porque las clases dominantes han tenido unos arrebatos de humanidad o altruismo, muy al contrario, han sido por el miedo a la revolución que les obligó a hacer concesiones. En definitiva, la presión desde abajo de la gran mayoría ha servido para alcanzar unas conquistas sociales. Además estas, con cierta ingenuidad habíamos creído que estaban aseguradas para siempre. Pues observamos que no es así, ya que están siendo dinamitadas, por lo que para recomenzar una nueva etapa de progreso habrá que volver a ganarlas con métodos nuevos, porque las clases dominantes han aprendido a neutralizar los que usábamos hasta hace poco.

 

Sigue diciéndonos que de lo que nos está ocurriendo ahora, aunque ya se inició a mitad de los 70 en el mundo anglosajón, debemos aprender que ninguna conquista social se consigue sin lucha, la cual solo puede alcanzar el éxito, cuando se ha forjado una conciencia colectiva de que no podemos resignarnos ante la injusticia, sino que tenemos que fijar unos objetivos comunes de progreso y luchar por ellos. Para construir esta conciencia es imprescindible la comprensión de la realidad social en la que vivimos, que hoy está oculta por una información proporcionada por unos medios de comunicación en manos de las clases dominantes, que nos imponen una visión única y conformista de la realidad: es la que es y no puede hacerse nada para cambiarla. La derecha ha sido muy hábil en esta tarea, repitiendo tópicos simplistas y mensajes falsos, presentados como verdades absolutas. Como, por ejemplo, el excesivo gasto social en educación, sanidad, o pensiones hace inevitables las políticas de ajustes fiscales, que nos llevarán en volandas al crecimiento económico, con el consiguiente incremento del empleo. Si fuera verdad, ¿qué clase de empleo? Un estudio del F.M.I. sobre 173 casos de austeridad fiscal registrados en los países avanzados entre 1978 y 2009 confirmaba  que las consecuencias fueron mayoritariamente negativas: contracción económica y aumento del paro. Entonces, ¿cómo podemos entender el empecinamiento en estas políticas? Observando el caso de España, Mark Weisbrot opina que la política del gobierno de Rajoy, es debilitar el movimiento obrero como parte de una estrategia a largo plazo para desmantelar el Estado de bienestar, lo cual no tiene nada que ver con resolver la crisis actual ni con reducir el déficit público. La crisis es la excusa para destrozar todo.

 

El deber que debe asumir en estas circunstancias el historiador es el de contribuir a denunciar la mentira de estos análisis tramposos, realizados por auténticos trileros para contribuir, en la medida de sus fuerzas, a reinventar un nuevo futuro, que de momento es un país extraño y desconocido, una vez que han sido barridas las posibilidades de realizar el viejo, surgido en la Ilustración y que alimentó nuestras esperanzas hasta la mitad de los años 70 del siglo XX.

 

Más desigualdad, menos derechos y más represión para que nadie lo cuestione. Este es el ‘extraño’ futuro que el maestro vaticina a no ser que los movimientos de contestación social metan el miedo a los de arriba.

 

Cándido   Marquesán Millán

 

 

 

 

 

0 comentarios