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Divagaciones veraniegas

 

En estas fechas veraniegas, si se tiene la suerte de disfrutar de vacaciones pagadas, como consecuencia de tener un trabajo remunerado o una pensión tras una larga vida laboral, todo un lujo en estos tiempos que corren, podemos dedicar esas muchas horas muertas a uno de los mayores disfrutes, cual es la lectura. Aquel que tiene este hábito será difícil que tenga tiempo para el aburrimiento. La lectura es un regalo que uno se hace a sí mismo. Se lee por diferentes motivos, por placer, por curiosidad y por afán de descubrir nuevos mundos. Según Amos Oz, escritor israelí, en su discurso de toma de posesión del Premio Príncipe de Asturias de 2007 de las Letras  “Cuando lees una novela de otro país, se te invita a pasar al salón de otras personas, al cuarto de los niños, al despacho, e incluso al dormitorio. Se te invita a entrar en sus penas secretas, en sus alegrías familiares, en sus sueños. Y por eso creo en la literatura como puente entre los pueblos. Creo que la curiosidad tiene, de hecho, una dimensión moral. Creo que la capacidad de imaginar al prójimo es un modo de inmunizarse contra el fanatismo. Parte de la tragedia árabe-judía es la incapacidad de muchos de nosotros, judíos y árabes, de imaginarnos unos a otros. De imaginar realmente los amores, los miedos terribles, la ira, los instintos. Demasiada hostilidad impera entre nosotros y demasiada poca curiosidad”.

Y también se puede leer, porque sí, sin más motivaciones. Kant consideraba que la lectura era una “finalidad sin fin”, “placer puro. Puedes satisfacer esos deseos en los libros, ya no necesariamente en soporte de papel. Cada cual tiene sus preferencias a la hora de elegirlos. Unos se inclinan por las novelas más relajadas y divertidas. Otros, es mi caso, nos inclinamos por el ensayo, y, sobre todo, de temática sociopolítica.  No tengo impedimento en mostrar cuáles han sido mis elegidos: de Boaventura de Sousa Santos El Milenio huérfano; y Reinventar la democracia. Reinventar el Estado;  de Gerardo Pisarello Un largo Termidor. Historia y crítica del constitucionalismo antidemocrático; y Los derechos sociales y sus garantías. Elementos para una reconstrucción; de Ignacio Sotelo El Estado social. Antecedentes, origen, desarrollo y declive; de Joaquín Estefanía La economía del miedo; de Tony Judt Algo va mal; de Josep Ramoneda Contra la indiferencia; de Eric Hobsbawm Cómo cambiar el mundo; de Antoni Domenech El eclipse de la fraternidad; de Josep Fontana Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945.  Todos estos autores tienen en común el presentar alternativas desde la izquierda progresista frente al pensamiento único de inspiración neoliberal, que nos pretende convencer de que la realidad es la que es, y además que no se puede hacer nada ante ella. Lo grave es que mucha gente ha llegado a creérselo, visto el monopolio de los medios de comunicación en un sentido unidireccional.  Al respecto, parece muy oportuna la pregunta expresada por Boaventura de Sousa Santos en la Quinta carta a las izquierdas: ¿Por qué Malcolm X tenía razón cuando advirtió: “Si no tenéis cuidado, los periódicos os convencerán de que la culpa de los problemas sociales es de los oprimidos y no de los opresores”?  

También  podemos ejercitar la lectura en el ordenador, una auténtica ventana abierta al mundo, que te permite desde el salón de tu casa conectar con millares de periódicos y así conocer las noticias de todo el mundo, aunque suelen ser todas tan adversas, que, a veces, es preferible desconectarte de ellas para no sucumbir en el más profundo de los pesimismos. Cada vez estoy más convencido de que la mayoría de los medios de comunicación, perfectamente conjuntados, magnifican los acontecimientos adversos, empequeñeciendo los favorables, con el objetivo interesado de preparar el ánimo de los ciudadanos ante cualquier medida dramática que provenga de los gobiernos de turno. A pesar de ello, quiero informarme.  Hace unos días tuve la suerte de poder acceder a la lectura de una entrevista realizada a un extraordinario periodista, Rafael Poch, el cual a la pregunta de cómo veía la situación de España y cómo se había llegado a ella, respondió con una contundencia apabullante así: En España en los tiempos recientes se produjo lo que yo denomino como el "asfaltado intelectual" de la sociedad: cierta americanización, cierto espíritu cutre de nuevo rico hipotecado...  En cualquier caso el resultado final fue parecido en todas partes: retroceso de los movimientos sociales y de la conciencia crítica. Decir tantas cosas y tan bien con tan pocas palabras es complicado. Estas ideas, con las que estoy de acuerdo totalmente, me han servido de pretexto para hacer algunos comentarios propios, un tanto deslavazados que paso a describir en las líneas que siguen. Es cierto que en estos años de la burbuja inmobiliaria, vivíamos como absortos en una nube, y estábamos convencidos de esta situación de enriquecimiento perpetuo, al que además teníamos derecho, aunque desconociésemos los motivos. Todos debíamos subirnos a este carro de la abundancia, y quien no lo hacía era acusado de estúpido. Como señala Bauman, se proclamaba el libre acceso a todas las opciones imaginables (de ahí las depresiones y la autocondena: debo tener algún problema si no consigo lo que otros lograron ). Un colega de profesión me comentó que unos alumnos de 2º de bachiller de su instituto de la costa valenciana, tras solicitar un préstamo a una entidad financiera para comprar un apartamento, lo vendieron con unas ganancias de 30.000 euros en unos meses. Un paradigma de esta época fue la Comunidad Valenciana, donde determinados sectores de la población se beneficiaron escandalosamente del boom inmobiliario. Como dijo Francisco Camps eufórico tras su espectacular victoria en una noche electoral: "Ha ganado una manera de entender la vida, la valencianía". Aquí se impuso  una nueva escala de valores, los de hacer dinero rápido sin importar el cómo, muchas veces producto de la corrupción, y hacer ostentación pública de esa riqueza. Recuerdo el comentario cutre de un constructor alardeando que el próximo bautizo de su nieto iba a sacar de su bodega botellas de vino de 2.000 euros. Todos los presentes nos quedamos atónitos. El refranero popular es muy sabio: el que de trapo llega a toalla no sabe donde colgalla. Obviamente, borrachos del éxito fácil podíamos satisfacer nuestras ansias desenfrenadas de consumo instaurándose la cultura de los Todoterrenos y del apartamento en la playa, financiado con una hipoteca a 30 años, gracias al capital alemán. Con la llegada masiva de emigrantes que pasaron a desempeñar los trabajos rechazados por nosotros,  ya todos éramos clase media por lo que  la antigua clase obrera desapareció ya que muchos que dependían de un sueldo se avergonzaban de tal denominación,  y  deseando distanciarnos de los recién llegados inmigrantes que ahora ocupaban los servicios públicos (educación y sanidad), preferíamos la educación y sanidad privadas. Además teníamos a nuestra disposición la Liga de Campeones con los clásicos Madrid y Barcelona, eso sí en canales pago; los profundos programas televísivos del Gran Hermano. Con este panorama no había mucho tiempo para plantearnos profundas reflexiones de carácter intelectual. De ahí ese asfaltado intelectual de la sociedad española.

Fue también una sociedad impregnada de un exacerbado individualismo y con grandes dosis de egoísmo, por lo que fueron decayendo los movimientos sociales, que se mueven por los valores de la solidaridad. E igualmente borracha y ensimismada con tanto bienestar que, por cierto, no llegaba a todo el mundo; desapareció la conciencia crítica, por ello aquellos, los que si la tenían y señalaban que se estaba construyendo un edificio con pies de barro, eran  enemigos del progreso, los aguafiestas de turno.

Y de aquellos lodos vienen estos barros. Hoy nos resulta muy difícil comprender todo este descenso de nuestro nivel de vida, con unas cifras vergonzosas de parados y los numerosos recortes a nuestro  incipiente Estado de bienestar, que de una manera pausada pero sistemática nos están imponiendo.  Hemos pasado del optimismo más exacerbado a un profundo pesimismo con respecto al futuro. Esta nueva situación nos ha cogido con el pie cambiado. Por ello, nos está costando tanto adaptarnos a ella. La sociedad civil se moviliza, salvo algunas excepciones como el 15-M, por intereses estrictamente corporativos, no por un sentido de solidaridad global,  y sigue faltándole una  conciencia critica de verdad, cuando motivos no faltan para que irrumpa con gran fuerza ante tanta injusticia. Es lo que hay.

 

Cándido Marquesán Millán

 

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